Bienvenid@s a mi blog, donde narro mis viajes en autocaravana a lo largo y ancho de Europa


jueves, 13 de octubre de 2016

EL CÍRCULO NÓRDICO

Poco a poco se va cerrando el círculo de esa ruta que me ha llevado por los 4 paises nórdicos. Cuando cruce a la frontera entre Dinamarca y Alemania se habrá hecho realidad.

Tras atravesar Finlandia de norte a sur, el Mar Báltico me separaba del siguiente destino, Suecia. Un ferry y10 horas de crucero tenían la solución. Tiempo suficiente para todo: disfrutar del paisaje, leer, comer, dormir, escuchar algún podcast, incluso pasearse por la tienda duty free y recargar la bodega de vino y whisky.

El precio del ferry son 133 € con Viking Lines, reservado con 6 meses de antelación.

Fue un trayecto lento pero entretenido. Horas y horas sorteando islas. Primero las miles de islas del archipiélago de Turku y la estela del barco dibujando “eses” en el mar.


Con una mínima transición por mar abierto, que no duraría más de una hora, volvimos a estar de nuevo rodeado de islas y canales. Esta vez era la costa sueca, que no lo pone nada fácil para llegar hasta el puerto de Estocolmo.

La ciudad ha sido una grata sorpresa desde el primer momento. Con la incerteza eterna del aparcamiento, la suerte se alió conmigo, pues en el GPS encontré un símbolo de las áreas de pic-nic en el extrarradio. Llegué de noche pero pude aparcar, y lo poco que se podía ver prometía.

Ya amanecido, pude comprobar que no me había equivocado. Era el aparcamiento de un gran parque, con zona deportiva y un campo de golf público. Había sitio de sobra y era gratis. Perfecto.
El siguiente paso fue ubicarme gracias otra vez al indispensable GPS, pues me encontraba fuera de los mapas. Varias estaciones de metro y tranvía rodeaban el parque, pero opté por la bici para llegar hasta el centro, a 7 kms. Es el medio de transporte más barato, y permite parar allá donde te apetece.

Lo primero que me encontré fue el barrio de Globen, donde han levantado unas modernas instalaciones deportivas. El campo de fútbol del Djurgardens I.F.


Y un gran pabellón de 130 m de altura adaptable a todo tipo de eventos: hockey hielo, conciertos,


Es el Ericsson Arena, el edificio esférico más grande del mundo, con capacidad para 16 mil personas, y una góndola exterior que recorre la circunferencia hasta lo más alto, ofreciendo unas buenas vistas.

Al lado, aunque no tan espectacular ni tan nuevo, hay otro estadio de hockey, el Hovet. Éste si que lo visité, y pude disfrutar de un entretenido partido, aunque no sepa nada de este deporte.
Una afición más que entregada no paró de cantar durante 2,30 h, lástima que perdieron.

Tras atravesar los barrios periféricos, se llega al centro, y lo primero que se ve es ésto:


Mucha agua, grandes edificios antiguos y una gran variedad de altas torres y agujas, la mayoría de iglesias. El surtido es variado, pero su estilo es muy diferente a las del sur de Europa. Aquí el románico no existe y el gótico es mínimo. El ladrillo es materia prima principal y la decoración luterana demasiado austera.

Entre las torres destaca, por su gran tamaño (106 m) y su rojizo color, la del Ayuntamiento.


Una gran mole de ladrillo al estilo del renacimiento italiano, donde tiene lugar la gala, cena y baile de los Premios Nobel. Pero los galardones se entregan en otro edificio y en otra ceremonia.
La cena, para 1200 comensales, se celebra en el Salón Azul, que no es azul porque finalmente al arquitecto le gustó mucho más el aspecto natural del ladrillo.
Y para el baile reservan lo mejor, el Salón Dorado, todo él decorado de mosaicos con 18 millones de teselas de oro de 24 kilates.


A estas alturas del año, los días son bastante cortos. Si se añade que al cambiar de país tuve que atrasar una hora el reloj, se entenderá que, en el primero de los cuatro días que estuve aquí, me descontrolara y la noche se me echara encima lejos de casa. Pero así tuve la suerte de ver como son los ocasos en la ciudad.

Al día siguiente, bien temprano, vuelta a la guerra. El sol luce, pero no calienta, y las mañanas son bastante frías en esta época. Pero dándole a los pedales se entra pronto en calor.
De nuevo me dirijo al centro, que se reparte en varias islas unidas por puentes y por una excelente red de carriles-bici. El agua siempre está presente, sea del mar o del lago Malaren (el tercero en tamaño del país, y que desagua en el mar)


Voy con la ruta del día estudiada, pero lo primero que encuentro es el Palacio Real, resplandeciente bajo el sol. Y para allí que me voy. Los planes se desmoronan, pero no importa.


Otra mole, esta vez de piedra, con la catedral a su lado. Vale la pena su visita, que me recordó al Palacio Real de Madrid. Pero intentando ser objetivo, éste último es superior, y con creces, en todo. En la belleza y decoración de los salones interiores, en el espectáculo del cambio de guardia y en la armería.

Uno de los museos más importantes de la ciudad es el Vasa. Una moderna construcción de 1991


que sirve de alojamiento a un solo barco. Pero es uno muy especial, con una historia agridulce.
El buque Vasa, botado en 1628, se hundió sin salir de puerto. Demasiado alto (18 m) y demasiado estrecho. Tras 333 años en el fondo del mar, fue encontrado y reflotado en 1961. Hicieron falta 17 años de tratamientos de limpieza, protección y montaje de las piezas recuperadas. Una vez finalizado el trabajo el barco fue presentado de nuevo al público, con el 98% de piezas originales. Ahora vuelve a lucir tamaño, diseño y decoración casi como cuando fue botado, pero no volverá a navegar más.


Y uno de los museos que más gratamente me ha sorprendido ha sido el Moderna Museum, de arte moderno. Una amplia variedad de estilos, obras y autores, desde los alucines de los más iluminados, que llegan a incluir en su “obra” una cabra maquillada o un Lotus F-1 de época,


                                          hasta las clásicas obras de Munch, Picasso o Dalí.


Hay que decir que la gran mayoría de los museos de la ciudad son gratuitos, y hay unos cuantos. Gratis es también la visita al edificio del Parlamento sueco, guiada y en inglés.


Hace algunos años unificaron las cámaras de gobierno, para agilizar la gestión y reducir costes.

Como broche, una visita al casco antiguo, el Gamla Stan. Estrechas calles adoquinadas alrededor de la plaza principal, con mucho turista y una gran oferta de restauración y de tiendas de recuerdos.



El siguiente movimiento me lleva a Uppsala, donde se encuentra el templo más grande de Suecia


La ciudad tiene una gran tradición universitaria. Una de sus dos universidades se fundó en 1477, y de ella han surgido 9 galardonados con el Premio Nobel, además de haber contado con famosos catedráticos como Celsius, el inventor de la escala de grados centígrados.
El Museo Gustavianum recoge la historia de la Universidad, además de una interesante galería de arte sobre las civilizaciones del Mediterráneo. Pero la pieza más interesante es el antiguo teatro anatómico, donde se estudiaba el cuerpo humano.


Estos son los cimientos entre los que se mueven los 22 mil estudiantes que pueblan la ciudad, y que están organizados en “Nations”. Son una especie de fraternidades que ocupan edificios por todo el centro de la ciudad, y donde disponen de vivienda, salas de estudio y sus propios bares.

Pero la incesante lluvia y un pésimo aparcamiento hicieron que mi estancia aquí no fuese más larga de lo imprescindible.

Aparcar en Suecia está bastante complicado. A la casi ausencia de áreas para autocaravanas hay que añadir que el estacionamiento siempre es de pago, salvo raras excepciones.
Es el único país que cuenta con el desagradable recuerdo de tener que abandonar una ciudad sin poder visitarla. Fue en Goteborg, donde la búsqueda de aparcamiento fue una batalla perdida.
Y ahora es ahí hacia donde pongo rumbo, para tomar un ferry hasta Dinamarca. Pero esta vez ni siquiera pienso plantearme visitar la ciudad. No importa, hay más sitios que conocer.

Por el camino fui haciendo escala en pequeñas ciudades y pueblos.

En Linköping lo más reseñable es el Museo de las Fuerzas Aéreas. Toda una rareza, pues el acceso es gratuito y el aparcamiento, con zona para autocaravanas, es libre e ilimitado.
Gigantescos hangares encierran una gran colección de aeronaves. Es una didáctica exposición que lleva al visitante a un viaje por la historia a través de estas máquinas, haciendo especial hincapié en la segunda mitad del siglo XX.


Berg es una los puertos que se encuentran a lo largo del Canal del Gotta, que cruza, de mar a mar, el sur del país. Aunque aprovecha los grandes lagos Vänern y Vattern, y otros más pequeños, no deja de ser una gran obra de ingeniería de 560 km, salvando un desnivel máximo de 91 m con la ayuda de 65 esclusas.
En este lugar a orillas del lago Roxen, 18 m de desnivel son salvados por una serie encadenada de 8 esclusas. Es un lugar muy visitado en verano, con playa, áreas de pic-nic, restaurantes y barcos recreativos que pasean a los turistas por el canal y el lago.



En Vadstena, un encantador pueblo bañado por el lago Vattern, las visitas se las reparten entre dos puntos. El primero es la Abadía de Sta. Birgitta, santa muy reconocida en Suecia y objeto de peregrinaje. El segundo es un formidable castillo del renacimiento holandés, con una fachada de aspecto palaciego, pero con todos los elementos de un auténtico castillo: muralla, torres y un gran foso inundado por las aguas del lago.


Mi visita coincidió con algún tipo de fiesta militar, con banda de música incluida, donde lucían trajes de gala, y que fue rematada con fuegos artificiales.
Pero más lucida fue la puesta de sol que pude disfrutar desde la orilla del lago.


Y hasta aquí mi periplo por Suecia. Aunque el destino me guardaba una última y desagradable sorpresa, con Goteborg otra vez de telón de fondo.
Al llegar a la terminal del ferry vi como zarpaba mi barco. Tendría que esperar 6 horas hasta el próximo. Pero lo peor fueron los 200 € del pasaje. Más del doble de lo que había visto en internet. Un robo, pero en parte culpa mía por confiarme y no haber reservado el billete con antelación.
El ferry de Finlandia a Suecia, con un trayecto de 10 horas, costó 133 €. Éste solo duraría 3 ¼ .


La llegada al norte de Dinamarca es a través de Frederikshavn, pero como está anocheciendo, decido hacer noche allí mismo. Eso me dio tiempo para ojear un folleto sobre la ciudad, lugar que no tenía pensado visitar. Error. El folleto y mi posterior comprobación me descubrieron una ciudad normal, pero con un gran puerto industrial y militar, y el inmenso Parque Bangsbo.
Éste ofrece un completo abanico de posibilidades: vistas sobre la ciudad y el mar, museos, un jardín botánico, senderos entre un bosque que dispone de una zona de fauna salvaje


y un Fuerte, que es un complejo de bunkers construidos por los alemanes durante la 2ª G. M.


Pero el principal foco turístico del extremo norte de Dinamarca está en Skagen y sus alrededores. Es un pueblecito costero, con todas las casas pintadas en color “yema”. Y un pequeño puerto deportivo donde los antiguos almacenes rojos y blancos han sido restaurados y convertidos en restaurantes, con una amplia y cara oferta de pescado.
El territorio es tan estrecho que el municipio tiene playas a ambos lados de la península, por lo que desde éstas se puede disfrutar tanto de una puesta de sol como de un amanecer.


A escasos tres kilómetros al norte, la carretera se acaba y el país termina.
La Punta de Grenen es una estrecha lengua de arena donde se unen el Mar del Norte y el Mar Báltico, en una lucha interminable de olas.



El único inconveniente de toda la zona es que el viento no para de soplar, y con ganas. Ésto provoca que desde hace siglos la arena de las playas se vaya acumulando en dunas, algunas de las cuales han alcanzado dimensiones considerables.
La Duna de Rabjerg Mile es un ejemplo. Con 1000 m de longitud y 40 de altura, se desplaza a una velocidad de 15 m / año.



El fastidioso viento se alió con un cielo triste, que alternaba el gris y el negro en su atuendo. Completaba la situación una llovizna intermitente. Este cuadro meteorológico hacía que las temperaturas no superasen los 10º C, y que las baterías auxiliares no se recargaran lo suficiente para poder hacer una vida normal y entretenida en el interior de la autocaravana.

Así de cruel y repentina es el otoño por aquí, y “se acerca el invierno”. Pero yo “no he venido a luchar contra los elementos”, y vencido y cansado de las inclemencias, no me ha quedado más remedio que suspender el resto de visitas en Dinamarca y emprender la huida hacia el Sur.
Dos días y más de 600 kms no han sido suficiente, y sigo con el mismo paisaje gris y mojado.

Es una forma algo triste de cerrar el Círculo pero hecho está. Con casi 17.000 kms recorridos, estoy contento y satisfecho.

Escribo estas últimas líneas desde Celle, al sur de Hamburgo, donde el cielo se empeña en ocultar el Sol y sus cálidos rayos, por lo que voy a continuar conduciendo hasta encontrarlo.

Pronto estaré de vuelta en casa, en la cálida España.

    Como todas las drogas, viajar requiere un aumento constante de la dosis."
    John Dos Passos