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jueves, 28 de junio de 2018

ORENSE


Al entrar en Galicia todo se nubló. Los cielos zamoranos, de nubarrones que abarcaban toda la gama que va del blanco al morado, se habían transformado en monótonos y tristes grises. Un panorama capaz de agriar el carácter al forastero no acostumbrado a esta habitual situación que puede persistir durante semanas. Y para rematar el cuadro, la lluvia. Un elemento de impredecible previsión que siempre está ahí para joder, bien en forma de un eterno y cansino orballo, o como cortos y sucesivos chaparrones que parecen más un “riego gota a gota” sobre todo y todos.

Y si no tenía bastante con la meteorología,  también hizo acto de presencia la impertinente Ley de Murphy, que siempre llega para joder.  En una semana que había planteado de austeridad económica, me encontré en Allariz con la Festa do Boi. Y la economía se fue al carallo.
Siendo lunes, y tras haber pasado el fin de semana ya de fiesta, el pueblo seguía volcado en un festejo donde el plato principal es el buey. Aquí lo sirven vivo y  atado a una soga que manejan unos 10 mozos,  quienes los pasean a gusto por todo el casco viejo.  Se trata de una auténtica bestia, un tremendo ejemplar al que se podría mirar directamente a los ojos, sin bajar la mirada y si el valor  lo considera oportuno.
El centro de la fiesta está en la Plaza Mayor, llena de bares y restaurantes, por la que suelen pasar varias veces los mozos y donde la mayoría de asistentes se concentra alrededor de la bella iglesia románica. Eran las seis de la tarde, las calles estaban ambientadas y los bares llenos. Recuerdo que era lunes (28  de mayo), y el “paseíllo” no comenzaba hasta las nueve. La juventud, falta de emociones, esperaba la hora con ansiedad, para transformarla  posteriormente en una explosión de adrenalina “corriendo” delante del boi.

Al animal también lo sacan de paseo en sesión matutina (8h), para que la chavalería se sacuda las lagañas corriendo y burlándolo antes de dirigirse al colegio, al que llegan con un subidón de adrenalina tal , que no me gustaría ponerme en el pellejo del profesor ante la necesidad de controlar a los muchachos y ganarse su atención.

El turismo en solitario es agradecido, vas y ves lo que quieres, te regalas a tu ritmo, quemas la cámara de fotos y no tienes que dar explicaciones ni recurrir al “espera” o “ya voy”.  Aunque en fiestas, lo que apetece es divertirse compartiendo cachondeo, litros de cerveza o calimocho, o unos pinchos y unos vinos. Todo me vale. Pero todo no puede ser perfecto, se vive y disfruta como se puede, y como dicen por aquí, “con vino se anda el camino”. Evidentemente la adaptación al medio es lo primordial, y siendo lunes o domingo, la fiesta es la fiesta: cañas, quinto o botellín, ribeiro, albariño o tinto;   lo que encarte y como se llame.


En los alrededores del pueblo, escondido en el Bosque de O Rexo, el artista vasco Agustín Ibarrola ha vuelto a dejar su colorida y original huella.
Una rápida pasada por Celanova me permitió visitar el Monasterio de San Salvador, aunque dedicado al patrón de la ciudad San Rosendo. Es un inmenso lugar que esconde en su interior varias joyas que se descubren en una interesante visita guiada. Una de ellas es la diminuta capilla de S. Miguel, lo único que queda en pie del edificio original del s.X.


Volviendo a la ruta, pero a pocos kilómetros, resalta en el perfil del paisaje el torreón de Vilanova dos Infantes, con un coqueto e  interesante conjunto urbano medieval.

La estancia en Ribadavia confirmó la existencia generalizada de una arquitectura pétrea, dura, capaz de aguantar el frío y el orballo, y con un tono gris muy a juego con el del cielo que me acompañaba.

Un pueblo con amplio calendario de fiestas y festivales, siendo el dedicado al vino de Ribeiro, al parecer,  uno de los más destacados ya que le han dedicado un gran monumento bastante obvio. Es un reclamo que se traslada a bares y restaurantes de forma explícita.

Salvaba el problema meteorológico la eterna presencia del verde de campos y montañas allá donde miraba. Era realista y sabía que todo cambiaría con la llegada de los rayos de un sol que se estaba haciendo de rogar demasiado. Así que mientras esperaba pacientemente, iba acumulando kilómetros y descubriendo aquí y allá pequeños rincones de belleza natural muy variada.

Uno fue la Pena Corneira, un Monumento Natural en el que sorprende el tamaño y la cantidad de rocas o bolos dispersos en un entorno, que como muchos otros en Galicia, ha sufrido la devastación del fuego.

Otro fue la Ruta del Pozo dos Fumes, que con un circuito alrededor del pequeño pueblo de Pazos de Arenteiro,  copia el curso de un encajonado y asalvajado riachuelo discurriendo siempre por un frondoso bosque.

Ourense capital está bañada por el amplio y caudaloso río Miño, cruzado por multitud de puentes de todos los tipos y épocas.

No teniendo mucho que visitar, dediqué el domingo para regalarme un día de “vacaciones”, aprovechando la coyuntura  para ver las carreras del mundial de motos  y probar algo de la cocina gallega.
Si algo hay que destacar de la ciudad son sus sorprendentes baños termales,  hasta entonces desconocidos para mí. A lo largo de la orilla del río son diversos los manantiales existentes, que han sido reconducidos a diversas piscinas termales totalmente equipadas y gratuitas. Una de ellas se encontraba a escasos 300m del aparcamiento habitual para autocaravanas, por lo que se convirtió en habitual un baño matutino para comenzar el día. Gran parte de los jubilados que ocupaban el aparcamiento, pasaban charlando y en remojo toda la mañana.

Pero más sorprendente fue la piscina termal de As Burgas, en pleno centro histórico y también de uso libre.
No podía faltar la catedral de turno que, como todas, regala tesoros y esconde sorpresas para su visitante.
El regalo lo dejó uno de los canteros que trabajó aquí, quien firmó una de las portadas de acceso con este original capitel.
La sorpresa, más bien desagradable, llega con este Cristo de madera, recubierto de piel natural.
El detalle cultural lo pone un reputado belén expuesto permanentemente en otro punto de la ciudad, la Capilla de S. Cosme, con un claro ejemplo de tradición popular  y donde no sólo se adora al Niño.
Tras una larga semana de estancia en la ciudad, obligado por una impertinente e imprevisible lluvia pero bien sobrellevada por una amplia oferta de restauración y unos más que saludables y relajantes baños en las termas, vuelvo a la carretera.

9 de junio:

La larga estancia en Ourense, con algunos días sin salir de casa, hace que el cuerpo pida campo y ejercicio. Encuentro lo que busco en el pueblo de Esgos, donde comienza la Ruta del Camino Real. Un pequeño recorrido de 9 kms por un bosque del que rezuma agua hasta de las piedras. Un entorno de cuento y leyendas, de meigas y duendes,

tan atractivo que ni el trazado  del Rally de Ourense se resiste a él.
Ha sido una soleada, larga y entretenida mañana, un sorpresivo regalo que Galicia ha guardado hasta el día de mi cumpleaños. Son cuatro docenas de castañas bien hermosas las que me caen hoy. El regreso del sol ha sido el presente que mejor me ha sentado. Su luz y calor son un bálsamo recuperador sin precio.

De vuelta a casa … sólo queda comenzar la fiesta.  - ¡¡¡ Va por ustedes ¡¡¡ -.
Al día siguiente volvió a lucir el sol, aunque el que se levantó nublado fui yo. Una espesura gris envolvía mi cuerpo, y los restos de la fiesta, repartidos por toda la casa, eran bastante evidentes. Pero no había tiempo que perder. No iba a desperdiciar un radiante día, un cielo azul que pedía a gritos marcha.

Y eso fue lo que hice. En media hora estaba rumbo a la Ribeira Sacra, una de las comarcas más reputadas de toda Galicia, tanto por su naturaleza y su historia, como por sus ricos vinos.

La primera parada fue en el Monasterio de Sto. Estevo do Sil, el más grande e importante complejo monacal de los 18 que se pueden encontrar por estas tierras. Su atractivo y ubicación es tal que en el año 2004 se convirtió en Parador de Turismo.

El encargado de elegir los lugares para abrir nuevas instalaciones de la cadena de Paradores de Turismo de España tiene buen ojo y mejor gusto. El río Sil discurre unos centenares de metros por debajo del Monasterio, en un profundo cañón  bordeado por una estrecha y serpenteante carretera que va dejando ver pinceladas, gracias a varios miradores, del magnífico espectáculo que el curso del río brinda al visitante.

Parada do Sil  tiene el mirador más alto, y posiblemente, el más espectacular y mejor accesible.

Castro Caldelas, presidido por un elegante castillo y con una deliciosa repostería llamada bica amantecada.
Desde aquí se puede acceder a otro mirador y al único puente que permite cruzar el Cañón. Pero para ello hay que descender hasta sus profundidades y volver a remontar  sus paredes.


Decidí  seguir remontando el curso del río hasta llegar a A Pobra de Trives, donde un desvío de 21 kms me  llevó hasta  Cabeza de Manzaneda (1778 m alt), cima que ahora acoge una estación de montaña. Su nombre quedó grabado en mi memoria hasta el fin de los días como uno de los que durante la EGB te machacaban mecánicamente en las clases de geografía.

Por fin  iba a conocer la montaña cara a cara, y a fondo, pues incluso me acosté con ella. Pero a la mañana siguiente se mostró muy fría conmigo, aunque antes de marcharme me regaló este algodonoso amanecer.


La última parada antes de cerrar el periplo por esta provincia fue en el Santuario de N. S. de As Ermidas, más espectacular por el entorno que lo acoge que por el santuario en sí. En el fondo del Cañón del río Bibei y rodeado de verdes montañas, es otra visión magistral de la naturaleza y geografía gallega.



“El hombre es como el vino. La edad agria los malos y mejora los buenos”

Cicerón

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