Bienvenid@s a mi blog, donde narro mis viajes en autocaravana a lo largo y ancho de Europa


miércoles, 28 de junio de 2017

DOLOMITAS, UN PARAÍSO PARA PERDERSE


Las Dolomitas, en el extremo noreste de Italia, es una pintoresca cadena montañosa que se diferencia del resto de los Alpes por su configuración, formas y color característico. Una verdadera maravilla que, como no, también ha sido agraciada con la protección de la UNESCO como Bien Natural de la Humanidad.
Ni las ruinas de Roma, el arte de Florencia o los canales de Venecia pueden competir con ésto. Su creación queda fuera del alcance de la mano del hombre, que encuentra aquí su verdadera dimensión en la escala de la naturaleza.
Aquí las masas son forestales, las molestas y eternas sirenas de los vehículos oficiales han sido sustituidas por el canto de los pájaros, las bocinas de los coches por el rumor de los arroyos, y las calles por senderos. No es lo mismo, y lo sabes.

La espectacular Carretera de las Dolomitas, construida en la primera década del s.XX, discurre por las montaña de más renombre del lugar. Recorriéndola de puerto en puerto, como un marinero de montaña, he tenido la oportunidad de cruzar algunos de ellos.

Mi Giro particular comenzó en Cortina d´Ampezzo, la principal población de la zona, que a 1224m de altura no llega a 7000 habitantes, y por donde también pasa pasa la Carretera.


Alrededor del pueblo, y en un radio de no más de 20 kms, se podrían pasar meses recorriendo senderos y alcanzando cimas sin repetir nunca recorrido. Yo elegí la Ruta de las 5 Torres,


No es ninguna cumbre remarcable, pero los caprichos de la naturaleza han esculpido una estructura de roca comparable en belleza a cualquier catedral o castillo imaginable.



Como ocurre siempre con los paisajes, y sobretodo en la montaña, la percepción del tamaño y las distancias es casi imposible en una fotografía. Con las dos siguientes trataré de poner un ejemplo. En la primera se puede ver la que en su tiempo fue la sexta torre, hoy caída y partida en tres trozos, y donde un grupo de militares practican la escalada como otros tantos cientos de aficionados hacen en las otras torres. En la segunda una visión del conjunto muestra la verdadera magnitud del lugar.



A su alrededor, y durante la I Guerra Mundial, el ejercito italiano se posicionó durante varios años, inviernos incluidos, construyendo centenares de metros de trincheras, refugios y puestos de tiro para la artillería. Hoy se conserva gran parte de ello como un museo al aire libre. Recorrerlos y dar rienda suelta a la imaginación le confiere a la excursión un carácter más emocionante si cabe.



Para los menos intrépidos o más cómodos existe un telesillla que, desde el parking (1889m), les deja al pie del lugar. Pero para los de largo recorrido existe la posibilidad de seguir ascendiendo hasta la cima del Nuvolau (2575m), donde se asienta un refugio que ofrece unas vistas impagables a ambos lados de la cresta.



El inicio de esta ruta se encuentra junto a la carretera que lleva hasta los 2105m del Paso Falzarego. Un corto pero precioso trayecto desde Cortina (16 kms) con multitud de posibilidades, y no sólo alpinísticas, sino también para los amantes del asfalto. Son legión los motoristas que recorren arriba y abajo estas sinuosas carreteras, que ahora sí, y ya era hora, se encuentran en buenas condiciones para disfrutar de la conducción, pudiendo mirar de vez en cuando por la ventanilla y no llevar todos los ojos puestos tratando de esquivar baches y agujeros.
Diferentes tribus moteras se mezclan buscando paisajes y sensaciones. Unos corriendo, otros paseando, muchísimos en BMW, algunos en Vespa. Todos me ponen los dientes largos. Es en estos lugares, con tanto machacar con el ejemplo cuando más añoro mi vieja moto.
También se dejan notar los esforzados ciclistas, aunque éstos no me dan ninguna envidia.


La meteorología se ha comportado de lo mejor hasta el momento, consiguiendo quemarme incluso la nariz. Sol de día pero frescor de noche, crean una variada gama de temperaturas y situaciones que hacen que el interior de casa parezca una boutique en día rebajas. Todo tipo de ropa pende de las perchas, cuelga de los asientos o se arruga sobre la cama. Para el día tengo dos modelitos, bien sea el traje de montañero, bien un pantalón corto y camiseta para estar por una casa que se recalienta bajo los rayos del castigador. Y para los momentos más frescos chandal y sudadera, que siempre andan revueltos con el pijama de invierno.

Otra ruta que sale buena, buena, es la que, partiendo desde el mismo Paso Falzarego, lleva a la cima del Lagazuoi Piccolo (2750m), donde, como es costumbre por aquí, un refugio espera al visitante. A él también se puede llegar por el camino rápido del funicular.
Yo alargué la ruta rodeando el Lagazuoi Grande (2835m que requieren escalada), descubriendo la más espectacular de las rutas hechas. Vistas panorámicas, tramos aéreos, pasos casi imposibles, ...



Alcanzada la cima, las vistas vuelven a ser tremendas:




El diminuto parking perdido en el fondo del valle o el primer avistamiento de la lejana Marmolada, que con sus 3342m es la cumbre más alta de las Dolomitas y conserva la mayor reserva de nieve y hielo gracias a su glaciar.


Alrededor del Lagazuoi también se posicionaron tropas durante la Gran Guerra, que dejaron su huella en forma de amplios complejos de trincheras, fortificaciones y kilómetros de túneles excavados en la roca. El más famoso y largo es la Galería Italiana, que con 1 km de longitud e infinidad de posiciones de tiro, permite un recorrido circular por el interior de la montaña. La Galería, con la boca superior junto a la cima



y la inferior a mitad de ladera, permitía el flujo seguro y discreto de material y tropas entre las diferentes posiciones.



Los austriacos tampoco estuvieron ociosos en su parte de la montaña, y han inspirado el nombre del sendero Austrian Mountain Troops Path, que partiendo desde sus posiciones inferiores



asciende casi de forma vertical por una inimaginable ruta abocada al vacio, pasos reforzados con cables y escalas metálicas e incluso un puente colgante. Todo muy divertido y emocionante cuando has llegado arriba.



Para el descenso volví a recurrir a la oscura, húmeda y solitaria Galería Italiana, donde puedes esperar más la aparición de un troll que la del fantasma de un viejo soldado.
Y así puse punto y final a mi recorrido por este encantador valle de infinitas posibilidades.

Continuando por la Carretera de las Dolomitas me tocó superar el revirado Paso Pordoi, cuyos 2239m de altura marcaban el inicio de mis próximas correrías por la montaña. Con un magnífico aparcamiento con vistas y un radiante sol, todo marchaba a la perfección.



Pero con el pasar de la tarde y la llegada de la noche la cosa se fue poniendo más y más negra


hasta entrar en la oscuridad total, el momento más adecuado para que una tormenta muestre todo su poder y cause mayor temor. A mi me tocó una que venía con todos los ingredientes.
Los ecos de los truenos retumbaban por los valles superponiéndose unos a otros, creando una interminable sinfonía semejante al redoble de miles de tambores, como hicieran los indios la noche antes de pelar al General Custer, o como se repite cada Semana Santa en Calanda.
Era una música acompañada por el resplandor incesante de los rayos, que no cesaban de iluminar la boca de un lobo que recortaba en el cielo el perfil de sus dientes.
Acongojante película rematada por una granizada que me hizo levantar del asiento para, instintiva e inútilmente, apuntalar con la mano una claraboya del techo sembrada de bolas de hielo.
Pasado el susto y transcurrida la noche, amaneció como si todo hubiese sido un sueño. El Sol volvía a brillar y yo acometía la pared de la montaña por la única grieta que se abría en ella.

El objetivo era alcanzar el Piz Boè (3152m), el punto más alto del macizo (a la derecha), con el típico refugio en la cima. Lo que se ve a la izquierda es la estación superior de otro funicular más.



Desde la cumbre la Marmolada es la imagen que más llama la atención. Cada vez queda más cerca, no ocurriendo lo mismo con el aparcamiento, perdido en el fondo de un valle por el que serpentea la carretera de ascenso al Paso Pordoi.


La recompensa extra llegó de manos de unas juguetonas marmotas que encontré durante el descenso. Lejos de asustarse, se dejaron fotografiar y grabar con una naturalidad casi profesional.



Desde el mismo aparcamiento un corto paseo lleva a la cresta de la otra pared del valle, desvelándose la totalidad del impresionante macizo de la ya mencionada Marmolada (3342m), con el Lago Fedaia a sus pies, y cuya presa marca la cota máxima del paso de igual nombre (2057m).


Cuando llegué junto al lago, la enorme mole rocosa se elevaba poderosa ante mí, y a sus pies encontré un lugar de esos …

un lugar en el que símplemente disfruté de un día sabático con todos sus complementos imaginables. Ni siquiera saqué la cámara de fotos.
Durante 4 días he podido gozar de este rincón, barajando la posibilidad de subir a sufrir, con una barrita energética,


o quedarme abajo y disfrutar del buen tiempo con una cerveza y unas bravas.






Si tus sueños no te asustan, no son lo suficientemente grandes”

Graffiti anónimo

sábado, 17 de junio de 2017

FIESTA EN VENECIA

¡Que calor!
Mi querida “caja de zapatos” se convierte en una “sauna” si no le encuentro una sombra fresquita donde guarecerse. Y las sombras están caras en Italia, como otras muchas cosas.
Sol y más sol, que de 25º C no bajamos desde hace más de un mes. Y yo no estoy acostumbrado a tanta bondad climatológica. Llevo tres años huyendo del calor veraniego, escondiéndome en los Pirineos, en el norte de Francia e incluso en el Cabo Norte. Pero este año me ha pillado sin avisar y ya me he despellejado. ¡Que ganas tengo de llegar al fresquito de los Alpes!.

Tras salir de Bolonia con un grato recuerdo guardado en el archivo, el imprescindible, obediente y siempre eficaz GPS me llevó a Módena, cuna del afamado y carísimo vinagre balsámico (no lo que encontramos en los supermercados) y donde hice una breve parada para comprobar las excelencias de la Catedral de San Geminiano y la plaza donde se ubica, pues han conseguido entrar en el catálogo del Patrimonio de la Humanidad.
Como no he comprado vinagre no tengo excusa. Reconozco que me mueve la curiosidad de comprobar por qué han conseguido tal distinción y así visitar otra catedral. Son mi debilidad.

Cumplida la faena pongo rumbo a Mantua, que a priori ofrece una gama más amplia de atractivos.
Es la ciudad de destierro del “Romeo” de Shakespeare, y del “Rigoletto” de Verdi, aunque son los bienes histórico-artísticos los que le han valido el reconocimiento oficial de la UNESCO.
La familia Gonzaga gobernó la ciudad y dominó la zona durante 400 años, y dejó aquí un gran legado de grandes palacios repletos de obras de arte y templos de todas las formas y estilos.


El Castillo S. Giorgio es sólo uno de los edificios que conforman el gran Palacio Ducal, visible en la parte inferior de la fotografía.


Salas y salones extraordinariamente decorados son una muestra de la opulencia entre la que se movían los Gonzaga.





Su miembro más eminente, Francesco II, se construyó otro palacio a parte sólo para recibir a sus invitados y celebrar fiestas. Es el Palacio Te, donde las habitaciones están ilustradas con llamativos frescos que las cubren desde el suelo al techo.



La principal iglesia del lugar es la enorme Basílica de S. Andrea, asombrosamente adornada con estructuras arquitectónicas inexistentes, como ocurre en la bóveda.



Justo bajo la cúpula se encuentra la cripta donde se guarda una reliquia muy venerada. Es tierra del Mt. Calvario empapada con la sangre de Cristo, que el mismísimo Longino recogió y que lleva siendo custodiada aquí desde el s.IX.

La ubicación geográfica de la ciudad también es buen reclamo para los que se decantan más por la naturaleza. El río Mincio, que baña la ciudad formando el Lago Supperiore,


se desparrama por una ancha llanura formando el Parque y la Reserva Natural del Mincio, los cuales se pueden visitar y recorrer incluso en barco.

Pero el encadenamiento de tanta ciudad comienza a saturar mis sentidos de un exceso de urbanismo. Es momento de buscar espacios abiertos, y el Lago de Garda, el mayor de Italia, es un buen lugar.
En la costa sur existe un istmo de 5 kms de longitud con una sola calle que lo recorre, y en su extremo se asienta la singular Sirmione.


La villa me recibe con un imponente castillo totalmente rodeado de agua, cuyo puente y murallas hay que cruzar para entrar en el pueblo, que rigurosamente queda convertido en una isla.


Una fortín así no es de extrañar que tuviese un pequeño puerto, mas sorprendente es el curioso puerto amurallado de que dispone.


Toda una fortaleza que en sus tiempos tuvo que estar fuertemente custodiada, pero a día de hoy la reina del lugar es esta tierna y maternal ave que navega libremente por el foso.


Cumplidas las obligaciones con el castillo, empleé el resto del día entre el paseo y la contemplación, disfrutando las vistas y las rocosas playas de la acantilada punta del istmo.

Desde aquí me dirigí al Lago Iseo, en dirección contraria al destino final, Venecia. El motivo del desvío era recorrer la espectacular carretera que bordea el lago, escenario de varias trepidantes persecuciones automovilísticas en el cine. Pero mi documentación era errónea y equivoqué el lugar.
Aun así, lago y carretera no dejaban de ser fascinantes. Él alargado y encajonado entre altas montañas,y ella discurriendo unas veces junto al agua y otras colgada de un acantilado, y en multitud de veces atravesando túneles.
Geológicamente me recuerda a los fiordos noruegos, aunque sólo bastan unos cuantos kilómetros por su carretera para destrozar la comparación. Aquí el agua y las montañas traen de regalo una colección de pequeños pueblos que se van sucediendo por toda la orilla.



Y en los tramos no urbanizados aprovechan  para habilitar zonas de baño que suelen ser de pago. Clientes no les faltan, y si es fin de semana, la afluencia de gente y la aglomeración es tal, que cualquier trozo de orilla vale para montar el campamento ese día. Da lo mismo que el hueco sea de 2 metros entre el agua y a carretera, y que la sombra que te cobije la de una señal de tráfico, el guardarraíl o un matorral. Yo encontré mi hueco para el baño en el pueblo de Riba di Solto.
El tráfico es el remate que destroza el recuerdo: coches, motos y bicis, en número considerable, se dedican a darle vueltas al lago de forma ociosa, simplemente para disfrutarlo. Yo también.



El telón de fondo del lago son las primeras cumbres de los Alpes coronadas por grandes nubes.

Durante mi estancia en este bello lugar dos circunstancias fomentaron su masificación. La fiesta nacional de la República de Italia (2 de junio) coincidió en viernes, alargando el fin de semana, y el domingo se celebró un triathlon alrededor del lago, que trajo más gente si cabe, aunque con la mala suerte que durante toda la celebración del evento estuvo lloviendo.

Cuando reabrieron la carretera al tráfico puse rumbo a Verona, donde otro baño, esta vez de masas, me esperaba. Una situación a la que deberé ir acostumbrándome pues la época vacacional ha quedado abierta con el mes de junio. A esta circunstancia se le sumó la celebración de los Wind Music Awards, un festival musical que rinde homenaje a los músicos italianos de mayores ventas, y que precisamente se celebraba durante el lunes y el martes en La Arena de Verona, el gran anfiteatro romano que habitualmente es utilizado para las representaciones de ópera.
El monumento estaba tomado por los camiones de televisión, lleno de escenarios, grúas y focos, y rodeado por interminables colas de público juvenil esperando la apertura de las puertas.


El otro gran reclamo turístico es la triste historia de Romeo y Julieta, ofreciendo al visitante la posibilidad de visitar la casa de ella y dejarle un mensaje de amor, o llorarle ante su tumba.



El punto curioso de la ciudad es el Arco della Costa, de donde cuelga una gran costilla de ballena. Según la leyenda la costilla caerá sobre la primera persona justa que pase por debajo, pero nunca ha caído, ni cuando han pasado bajo ella los Papas.


Y la nota nostálgica llegó de manos del insuperable y añorado jamón ibérico, tan bien promocionado por estos españoles. Nada que ver con el sucedáneo italiano, el prosciutto crudo.


También tienen su buena ración de iglesias basílicas y catedrales, joyas de por sí repletas de obras de arte. La visita de algunas de ellas acabó por saturarme, aunque sin llegar a aborrecerlas.

Finiquitada la ciudad de los amantes el nerviosismo comenzó a rondarme, pues el siguiente objetivo era la mítica Venecia, una de las ciudades más famosas del planeta. Harto de sucedáneos, imitaciones y primas norteñas, por fin iba a conocer la auténtica ciudad de los canales.

Pero la fama se paga, y Venecia tiene su precio. Ejemplo de ello son los 1,5€ que piden por usar los lavabos públicos o los 7,5€ por un trayecto en vaporetto, el transporte urbano que equivale al autobús de toda la vida. A pesar del precio fue lo primero que hice al llegar a la ciudad, montar en el nº 1, que con infinidad de paradas y abarrotado de personal, turista y local, recorre todo el Gran Canal.


Es el canal principal de los 117 que recorren las 118 islas que conforman la ciudad, y está flanqueado por bellos palacios, algunas iglesias y cruzado por sólo 4 puentes de entre los que destaca el de Rialto.



Un recorrido siempre abarrotado de embarcaciones de todos los tipos, pero donde las románticas y carísimas góndolas (80€ / 30´/ 6 personas max)  se llevan todas las miradas.







El canal finaliza en la Punta de la Dogana, donde se levanta la iglesia más fotogénica de la ciudad, Sta. Mª. della Salute, y el trayecto frente al Palacio Ducal, junto a la afamada Plaza de San Marcos.






Estratégicamente instalado en la isla, a sólo 15´ a pie del Gran Canal, había que amortizar el parking de autocaravanas más caro jamás visto: 37€/24h.

Comencé a mover las piernas a las 9, y no dejé de hacerlo hasta las 6 de la tarde, caminando por una atípica ciudad donde todo es peatonal; ni las bicicletas son aptas aquí. Un laberinto de canales y callejones donde contradictoriamente es fácil desplazarse gracias a la buena señalización.

Tiempo para visitar el antiguo mercado del pescado de Rialto, con producto fresco y listo para comer.


Para pasear embelesado con la mirada loca de aquí para allá,  sin darte cuenta de que pasan las horas sin semáforos ni pasos de cebra y sin el molesto tráfico. Ahora lo que molesta es ... tanta gente.

Aunque entre tanta belleza quedan muchos edificios sin la suerte de encontrar un rico mecenas que los restaure y mantenga, evitando así su degradación y lento hundimiento en el cenagoso fondo de la laguna véneta.



Tras un más que merecido descanso y un reconfortante tentempié, volví a la carga en sesión nocturna, cuando todo cambia de color.




El segundo día, 9 de junio, amanecía especial. Era mi cumpleaños y pensaba disfrutar al máximo de mi regalo: Venecia.

A las 7 ya estaba en la calle, y otra larga jornada se intuía. Se trataba de aprovechar el día, sobretodo a primera hora, paseando sin las aglomeraciones de las horas centrales, para las cuales ya tenía plan. Había quedado para comer con Sofía como parte principal de la celebración. Una comida algo diferente, ya que la distancia física que nos separaba iba a quedar salvada gracias a la inestimable ayuda de Mr. Skype, a quien tuvimos trabajando hasta las 11 de la noche, bebiéndonos hasta el último byte contratado que tenía para mi estancia en Italia.


Venecia pone el punto final a esta travesía por la mitad norte de Italia. Y con algo de resaca pongo rumbo a las montañas Dolomitas, que aunque siguen perteneciendo al mismo país, son otro mundo.


                                 "Dentro de veinte años estarás más decepcionado por las cosas que no hiciste que por las que hiciste.                                        
                                                 Así que suelta amarras ... Explora. Sueña. Descubre"

                                                                                           Mark Twain