¡Que
calor!
Mi
querida “caja de zapatos” se convierte en una “sauna” si no
le encuentro una sombra fresquita donde guarecerse. Y las sombras
están caras en Italia, como otras muchas cosas.
Sol
y más sol, que de 25º C no bajamos desde hace más de un mes. Y yo
no estoy acostumbrado a tanta bondad climatológica. Llevo tres años
huyendo del calor veraniego, escondiéndome en los Pirineos, en el
norte de Francia e incluso en el Cabo Norte. Pero este año me ha
pillado sin avisar y ya me he despellejado. ¡Que ganas tengo de
llegar al fresquito de los Alpes!.
Tras
salir de Bolonia con un grato recuerdo guardado en el archivo, el
imprescindible, obediente y siempre eficaz GPS me llevó a Módena,
cuna del afamado y carísimo vinagre balsámico (no lo que
encontramos en los supermercados) y donde hice una breve parada para
comprobar las excelencias de la Catedral de San Geminiano y la plaza
donde se ubica, pues han conseguido entrar en el catálogo del
Patrimonio de la Humanidad.
Como
no he comprado vinagre no tengo excusa. Reconozco que me mueve
la curiosidad de comprobar por qué han conseguido tal distinción y
así visitar otra catedral. Son mi debilidad.
Cumplida
la faena pongo rumbo a Mantua, que a priori ofrece una
gama más amplia de atractivos.
Es
la ciudad de destierro del “Romeo” de Shakespeare, y del
“Rigoletto” de Verdi, aunque son los bienes
histórico-artísticos los que le han valido el reconocimiento
oficial de la UNESCO.
La familia Gonzaga gobernó la
ciudad y dominó la zona durante 400 años, y dejó aquí un gran legado de grandes palacios repletos
de obras de arte y templos de todas las formas y estilos.
El
Castillo S. Giorgio es sólo uno de los edificios que conforman el
gran Palacio Ducal, visible en la parte inferior de la fotografía.
Salas
y salones extraordinariamente decorados son una muestra de la
opulencia entre la que se movían los Gonzaga.
Su miembro más eminente, Francesco II, se construyó otro palacio a parte sólo para recibir a sus invitados y celebrar fiestas. Es el Palacio Te, donde las habitaciones están ilustradas con llamativos frescos que las cubren desde el suelo al techo.
Su miembro más eminente, Francesco II, se construyó otro palacio a parte sólo para recibir a sus invitados y celebrar fiestas. Es el Palacio Te, donde las habitaciones están ilustradas con llamativos frescos que las cubren desde el suelo al techo.
La
principal iglesia del lugar es la enorme Basílica de S. Andrea,
asombrosamente adornada con estructuras arquitectónicas
inexistentes, como ocurre en la bóveda.
Justo
bajo la cúpula se encuentra la cripta donde se guarda una reliquia
muy venerada. Es tierra del Mt. Calvario empapada con la sangre de
Cristo, que el mismísimo Longino recogió y que lleva siendo
custodiada aquí desde el s.IX.
La
ubicación geográfica de la ciudad también es buen reclamo para los
que se decantan más por la naturaleza. El río Mincio, que baña la
ciudad formando el Lago Supperiore,
se
desparrama por una ancha llanura formando el Parque y la Reserva
Natural del Mincio, los cuales se pueden visitar y recorrer incluso
en barco.
Pero
el encadenamiento de tanta ciudad comienza a saturar mis sentidos de
un exceso de urbanismo. Es momento de buscar espacios abiertos, y el
Lago de Garda, el mayor de Italia, es un buen lugar.
En
la costa sur existe un istmo de 5 kms de longitud con una
sola calle que lo recorre, y en su extremo se asienta la singular Sirmione.
La villa me
recibe con un imponente castillo totalmente rodeado de agua, cuyo puente
y murallas hay que cruzar para entrar en el pueblo, que
rigurosamente queda convertido en
una isla.
Una fortín así no es de extrañar que tuviese un
pequeño puerto, mas sorprendente es el curioso puerto
amurallado de que dispone.
Toda una fortaleza que en sus tiempos tuvo que estar
fuertemente custodiada, pero a día de hoy la reina del lugar es esta
tierna y maternal ave que navega libremente por el foso.
Cumplidas
las obligaciones con el castillo, empleé el resto del día entre el
paseo y la contemplación, disfrutando las vistas y las rocosas
playas de la acantilada punta del istmo.
Desde
aquí me dirigí al Lago Iseo, en dirección contraria
al destino final, Venecia. El motivo del desvío era recorrer la
espectacular carretera que bordea el lago, escenario de varias
trepidantes persecuciones automovilísticas en el cine. Pero mi
documentación era errónea y equivoqué el lugar.
Aun
así, lago y carretera no dejaban de ser fascinantes. Él alargado y
encajonado entre altas montañas,y ella discurriendo unas veces
junto al agua y otras colgada de un acantilado, y en multitud de
veces atravesando túneles.
Geológicamente
me recuerda a los fiordos noruegos, aunque sólo bastan unos cuantos
kilómetros por su carretera para destrozar la comparación. Aquí el
agua y las montañas traen de regalo una colección de pequeños
pueblos que se van sucediendo por toda la orilla.
Y
en los tramos no urbanizados aprovechan para habilitar
zonas de baño que suelen ser de pago. Clientes no les faltan, y si
es fin de semana, la afluencia de gente y la aglomeración es tal,
que cualquier trozo de orilla vale para montar el campamento ese
día. Da lo mismo que el hueco sea de 2 metros entre el agua y a
carretera, y que la sombra que te cobije la de una señal de tráfico,
el guardarraíl o un matorral. Yo encontré mi hueco para el baño
en el pueblo de Riba di Solto.
El
tráfico es el remate que destroza el recuerdo: coches, motos y
bicis, en número considerable, se dedican a darle vueltas al lago de
forma ociosa, simplemente para disfrutarlo. Yo también.
El
telón de fondo del lago son las primeras cumbres de los Alpes
coronadas por grandes nubes.
Durante
mi estancia en este bello lugar dos circunstancias fomentaron su
masificación. La fiesta nacional de la República de Italia (2 de
junio) coincidió en viernes, alargando el fin de semana, y el
domingo se celebró un triathlon alrededor del lago, que trajo
más gente si cabe, aunque con la mala suerte que durante toda la
celebración del evento estuvo lloviendo.
Cuando
reabrieron la carretera al tráfico puse rumbo a Verona,
donde otro baño, esta vez de masas, me esperaba. Una situación a la
que deberé ir acostumbrándome pues la época vacacional ha quedado
abierta con el mes de junio. A esta circunstancia se le sumó la
celebración de los Wind Music Awards, un festival musical que
rinde homenaje a los músicos italianos de mayores ventas, y que
precisamente se celebraba durante el lunes y el martes en La Arena de
Verona, el gran anfiteatro romano que habitualmente es utilizado para
las representaciones de ópera.
El
monumento estaba tomado por los camiones de televisión, lleno de
escenarios, grúas y focos, y rodeado por interminables colas de
público juvenil esperando la apertura de las puertas.
El
otro gran reclamo turístico es la triste historia de Romeo y
Julieta, ofreciendo al visitante la posibilidad de visitar la casa de
ella y dejarle un mensaje de amor, o llorarle ante su tumba.
Y la nota nostálgica llegó de manos del insuperable y añorado jamón ibérico, tan bien promocionado por estos españoles. Nada que ver con el sucedáneo italiano, el prosciutto crudo.
También tienen su buena ración de iglesias basílicas y catedrales, joyas de por sí repletas de obras de arte. La visita de algunas de ellas acabó por saturarme, aunque sin llegar a aborrecerlas.
Finiquitada la ciudad de los amantes el nerviosismo comenzó a rondarme, pues el siguiente objetivo era la mítica Venecia, una de las ciudades más famosas del planeta. Harto de sucedáneos, imitaciones y primas norteñas, por fin iba a conocer la auténtica ciudad de los canales.
Pero la fama se paga, y Venecia tiene su precio. Ejemplo de ello son los 1,5€ que piden por usar los lavabos públicos o los 7,5€ por un trayecto en vaporetto, el transporte urbano que equivale al autobús de toda la vida. A pesar del precio fue lo primero que hice al llegar a la ciudad, montar en el nº 1, que con infinidad de paradas y abarrotado de personal, turista y local, recorre todo el Gran Canal.
Es el canal principal de los 117 que recorren las 118 islas que conforman la ciudad, y está flanqueado por bellos palacios, algunas iglesias y cruzado por sólo 4 puentes de entre los que destaca el de Rialto.
Un recorrido siempre abarrotado de embarcaciones de todos los tipos, pero donde las románticas y carísimas góndolas (80€ / 30´/ 6 personas max) se llevan todas las miradas.
El canal finaliza en la Punta de la Dogana, donde se levanta la iglesia más fotogénica de la ciudad, Sta. Mª. della Salute, y el trayecto frente al Palacio Ducal, junto a la afamada Plaza de San Marcos.
Estratégicamente instalado en la isla, a sólo 15´ a pie del Gran Canal, había que amortizar el parking de autocaravanas más caro jamás visto: 37€/24h.
Comencé
a mover las piernas a las 9, y no dejé de hacerlo hasta las 6 de la
tarde, caminando por una atípica ciudad donde todo es peatonal; ni
las bicicletas son aptas aquí. Un laberinto de canales y callejones
donde contradictoriamente es fácil desplazarse gracias a la buena
señalización.
Tiempo
para visitar el antiguo mercado del pescado de Rialto, con producto
fresco y listo para comer.
Para
pasear embelesado con la mirada loca de aquí para allá, sin darte
cuenta de que pasan las horas sin semáforos ni pasos de cebra y sin el
molesto tráfico. Ahora lo que molesta es ... tanta gente.
Aunque entre tanta belleza quedan muchos edificios sin la suerte de encontrar un rico mecenas
que los restaure y mantenga, evitando así su degradación y lento
hundimiento en el cenagoso fondo de la laguna véneta.
Tras
un más que merecido descanso y un reconfortante tentempié, volví a
la carga en sesión nocturna, cuando todo cambia de color.
El
segundo día, 9 de junio, amanecía especial. Era mi cumpleaños y
pensaba disfrutar al máximo de mi regalo: Venecia.
A
las 7 ya estaba en la calle, y otra larga jornada se intuía. Se
trataba de aprovechar el día, sobretodo a primera hora, paseando sin
las aglomeraciones de las horas centrales, para las cuales ya tenía
plan. Había quedado para comer con Sofía como parte principal de la
celebración. Una comida algo diferente, ya que la distancia física
que nos separaba iba a quedar salvada gracias a la inestimable ayuda
de Mr. Skype, a quien tuvimos trabajando hasta las 11 de la
noche, bebiéndonos hasta el último byte contratado que tenía para
mi estancia en Italia.
Venecia pone el punto final a esta travesía por la
mitad norte de Italia. Y con algo de resaca pongo rumbo a las
montañas Dolomitas, que
aunque siguen perteneciendo al mismo país, son otro mundo.
Así que suelta amarras ... Explora. Sueña. Descubre"
Mark Twain
No me canso de leerte, lo haces tan bien, que Italia está un poquito más cerca... petonets lindo gatito
ResponderEliminarQué viaje tan bonito!!!! Qué bien lo explicas!!! Y cada vez haces mejores las fotos, increíbles!!!! Me encanta que hayas podido pasar tú cumpleaños en la mejor de las compañías, nuestra querida Sofi. Un petonet querido amigo
ResponderEliminarGracias guapa, me alegra que te guste. Lástima que no hallamos podido celebrarlos juntos, tú el tuyo y yo el mio. Cada uno el suyo pero estando juntos, ... o sea ... una fiesta para cada uno = a dos fiestas.
ResponderEliminar¡Viva la fiesta!
Besos
PD: gracias por el mensaje, anima a seguir el camino ... Ahí te dejo otra miguita para que puedas seguirme.