Las Dolomitas, en el extremo noreste de Italia, es una pintoresca cadena montañosa que se diferencia del resto de los Alpes por su configuración, formas y color característico. Una verdadera maravilla que, como no, también ha sido agraciada con la protección de la UNESCO como Bien Natural de la Humanidad.
Ni
las ruinas de Roma, el arte de Florencia o los canales de Venecia
pueden competir con ésto. Su creación queda fuera del alcance de la
mano del hombre, que encuentra aquí su verdadera dimensión en la
escala de la naturaleza.
Aquí
las masas son forestales, las molestas y eternas sirenas de los
vehículos oficiales han sido sustituidas por el canto de los
pájaros, las bocinas de los coches por el rumor de los arroyos, y
las calles por senderos. No es lo mismo, y lo sabes.
La
espectacular Carretera de las Dolomitas, construida en la primera
década del s.XX, discurre por las montaña de más renombre
del lugar. Recorriéndola de puerto en puerto, como
un marinero de montaña, he tenido la oportunidad de cruzar algunos
de ellos.
Mi
Giro particular comenzó en Cortina d´Ampezzo,
la principal población de la zona, que a 1224m de altura no llega a
7000 habitantes, y por donde también pasa pasa la Carretera.
Alrededor
del pueblo, y en un radio de no más de 20 kms, se podrían pasar
meses recorriendo senderos y alcanzando cimas sin repetir nunca
recorrido. Yo elegí la Ruta de las 5 Torres,
No
es ninguna cumbre remarcable, pero los caprichos de la naturaleza han
esculpido una estructura de roca comparable en belleza a cualquier
catedral o castillo imaginable.
Como
ocurre siempre con los paisajes, y sobretodo en la montaña, la
percepción del tamaño y las distancias es casi imposible en una
fotografía. Con las dos siguientes trataré de poner un ejemplo. En
la primera se puede ver la que en su tiempo fue la sexta torre, hoy
caída y partida en tres trozos, y donde un grupo de militares
practican la escalada como otros tantos cientos de aficionados hacen
en las otras torres. En la segunda una visión del conjunto muestra
la verdadera magnitud del lugar.
A
su alrededor, y durante la I Guerra Mundial, el ejercito italiano se
posicionó durante varios años, inviernos incluidos, construyendo
centenares de metros de trincheras, refugios y puestos de tiro para
la artillería. Hoy se conserva gran parte de ello como un museo al
aire libre. Recorrerlos y dar rienda suelta a la imaginación le
confiere a la excursión un carácter más emocionante si cabe.
Para
los menos intrépidos o más cómodos existe un telesillla que, desde
el parking (1889m), les deja al pie del lugar. Pero para los de largo
recorrido existe la posibilidad de seguir ascendiendo hasta la cima
del Nuvolau (2575m), donde se asienta un refugio que
ofrece unas vistas impagables a ambos lados de la cresta.
El
inicio de esta ruta se encuentra junto a la carretera que lleva hasta
los 2105m del Paso Falzarego. Un corto pero precioso
trayecto desde Cortina (16 kms) con multitud de posibilidades, y no
sólo alpinísticas, sino también para los amantes del asfalto. Son
legión los motoristas que recorren arriba y abajo estas sinuosas
carreteras, que ahora sí, y ya era hora, se encuentran en buenas
condiciones para disfrutar de la conducción, pudiendo mirar de vez
en cuando por la ventanilla y no llevar todos los ojos puestos
tratando de esquivar baches y agujeros.
Diferentes
tribus moteras se mezclan buscando paisajes y sensaciones. Unos
corriendo, otros paseando, muchísimos en BMW, algunos en Vespa. Todos me ponen los dientes largos. Es en estos lugares, con
tanto machacar con el ejemplo cuando más añoro mi vieja
moto.
También
se dejan notar los esforzados ciclistas, aunque éstos no me dan
ninguna envidia.
La
meteorología se ha comportado de lo mejor hasta el momento,
consiguiendo quemarme incluso la nariz. Sol de día pero frescor de
noche, crean una variada gama de temperaturas y situaciones que hacen
que el interior de casa parezca una boutique en día rebajas.
Todo tipo de ropa pende de las perchas, cuelga de los asientos o se
arruga sobre la cama. Para el día tengo dos modelitos, bien sea el
traje de montañero, bien un pantalón corto y camiseta para estar
por una casa que se recalienta bajo los rayos del castigador. Y para
los momentos más frescos chandal y sudadera, que siempre andan
revueltos con el pijama de invierno.
Otra
ruta que sale buena, buena, es la que, partiendo desde el mismo Paso
Falzarego, lleva a la cima del Lagazuoi Piccolo
(2750m), donde, como es costumbre por aquí, un refugio espera al
visitante. A él también se puede llegar por el camino rápido del
funicular.
Yo
alargué la ruta rodeando el Lagazuoi Grande (2835m que requieren
escalada), descubriendo la más espectacular de las rutas hechas.
Vistas panorámicas, tramos aéreos, pasos casi imposibles, ...
Alcanzada
la cima, las vistas vuelven a ser tremendas:
El
diminuto parking perdido en el fondo del valle o el primer
avistamiento de la lejana Marmolada, que con sus 3342m es la cumbre
más alta de las Dolomitas y conserva la mayor reserva de nieve y
hielo gracias a su glaciar.
Alrededor
del Lagazuoi también se posicionaron tropas durante la Gran Guerra,
que dejaron su huella en forma de amplios complejos de trincheras,
fortificaciones y kilómetros de túneles excavados en la roca. El
más famoso y largo es la Galería Italiana, que con 1 km de longitud
e infinidad de posiciones de tiro, permite un recorrido circular por
el interior de la montaña. La Galería, con la boca superior junto a
la cima
y
la inferior a mitad de ladera, permitía el flujo seguro y discreto
de material y tropas entre las diferentes posiciones.
Los
austriacos tampoco estuvieron ociosos en su parte de la montaña, y
han inspirado el nombre del sendero Austrian Mountain Troops Path,
que partiendo desde sus posiciones inferiores
asciende
casi de forma vertical por una inimaginable ruta abocada al vacio,
pasos reforzados con cables y escalas metálicas e incluso un puente
colgante. Todo muy divertido y emocionante cuando has llegado arriba.
Para
el descenso volví a recurrir a la oscura, húmeda y solitaria
Galería Italiana, donde puedes esperar más la aparición de un
troll que la del fantasma de un viejo soldado.
Y
así puse punto y final a mi recorrido por este encantador valle de
infinitas posibilidades.
Continuando
por la Carretera de las Dolomitas me tocó superar el revirado Paso
Pordoi, cuyos 2239m de altura marcaban el inicio de mis
próximas correrías por la montaña. Con un magnífico aparcamiento
con vistas y un radiante sol, todo marchaba a la perfección.
Pero
con el pasar de la tarde y la llegada de la noche la cosa se fue
poniendo más y más negra
hasta
entrar en la oscuridad total, el momento más adecuado para que una
tormenta muestre todo su poder y cause mayor temor. A mi me tocó una
que venía con todos los ingredientes.
Los
ecos de los truenos retumbaban por los valles superponiéndose unos a
otros, creando una interminable sinfonía semejante al redoble de
miles de tambores, como hicieran los indios la noche antes de pelar
al General Custer, o como se repite cada Semana Santa en Calanda.
Era
una música acompañada por el resplandor incesante de los rayos, que
no cesaban de iluminar la boca de un lobo que recortaba en el cielo
el perfil de sus dientes.
Acongojante
película rematada por una granizada que me hizo levantar del asiento
para, instintiva e inútilmente, apuntalar con la mano una claraboya
del techo sembrada de bolas de hielo.
Pasado
el susto y transcurrida la noche, amaneció como si todo hubiese sido
un sueño. El Sol volvía a brillar y yo acometía la pared de la
montaña por la única grieta que se abría en ella.
El
objetivo era alcanzar el Piz Boè (3152m), el punto más
alto del macizo (a la derecha), con el típico refugio en la cima. Lo
que se ve a la izquierda es la estación superior de otro funicular
más.
Desde
la cumbre la Marmolada es la imagen que más llama la atención. Cada
vez queda más cerca, no ocurriendo lo mismo con el aparcamiento,
perdido en el fondo de un valle por el que serpentea la carretera de
ascenso al Paso Pordoi.
La
recompensa extra llegó de manos de unas juguetonas marmotas que
encontré durante el descenso. Lejos de asustarse, se dejaron
fotografiar y grabar con una naturalidad casi profesional.
Desde
el mismo aparcamiento un corto paseo lleva a la cresta de la otra
pared del valle, desvelándose la totalidad del impresionante macizo
de la ya mencionada Marmolada
(3342m), con el Lago Fedaia
a sus pies, y cuya presa marca la cota máxima del paso de igual
nombre (2057m).
Cuando
llegué junto al lago, la enorme mole rocosa se elevaba poderosa ante
mí, y a sus pies encontré un lugar de esos …
un
lugar en el que símplemente disfruté de un día sabático con todos
sus complementos imaginables. Ni siquiera saqué la cámara de
fotos.
Durante
4 días he podido gozar de este rincón, barajando la posibilidad de
subir a sufrir, con una barrita energética,
o
quedarme abajo y disfrutar del buen tiempo con una cerveza y unas
bravas.
“Si
tus sueños no te asustan, no son lo suficientemente grandes”
Graffiti anónimo
Qué paisajes, qué colores, qué empinadas las montañas, qué moreno, qué bien te lo pasas!
ResponderEliminarPero que bien te sienta el verde del campo. Y la nieve en plena ola de calor. Si que sabes!!!
ResponderEliminarQue ... muchas gracias chicas. Sí que está la cosa maja, aunque lleva dos días lloviendo sin parar y los colores ya no son los mismos.
ResponderEliminarCiertamente el campo me tira mas que la ciudad. Más libertad, más salvaje.
Besabrazos.