Lo he observado desde el
inicio del viaje, comprobado en S. Giminiano y confirmado en
Florencia. Existe una generalizada y adictiva locura por los helados.
Las heladerías se cuentan por miles, y compiten entre ellas con
escaparates rebosantes de montañas de helado de todos los sabores y
colores. Menos mal que es algo que no me atrae. Ya tengo demasiados
vicios, y gastronómicos también.
Pero en Florencia
los helados no es la única perdición en la que se puede caer.
También se puede acabar borracho de arte ( ¡otra borrachera más!
), o con el Síndrome de Stendhal que suena peor.
El escritor Stendhal
visitó Florencia en 1817, donde sufrió un ataque de ansiedad y
palpitaciones por la sobreestimulación que le produjo tanta belleza y arte. Hoy es Patrimonio de la Humanidad.
El día
que llegué, tras instalarme a las afueras, monté en la bici y me
acerqué al centro para aprender el camino y dar un primer paseo de
contacto por la ciudad. Pero poco a poco me fui emocionando con lo
que iba viendo. Primero llegó el río y luego el Puente.
Las calles del centro histórico
estaban llenas de un bullicioso ambiente que envolvía los monumentos y
contagiaba al turista de una euforia ávida de más. E insaciable fui
descubriendo el Ayuntamiento, el Duomo, los museos, más calles,
más monumentos, más iglesias.
La tarde comenzaba a dar
su fin, pero sediento de más, y como si fuese el último día,
decidí quedarme para ver la ciudad bajo los focos de la noche. Pero
antes iba a subir hasta Piazzale Michelangelo, un perfecto
mirador que ofrece una perspectiva insuperable de la ciudad.
La oscuridad iba
haciéndose dueña del cielo, más por la tormenta que se
acercaba que por la hora. Cuando llegué la puesta de sol
estaba en su apogeo, adornada con una tormenta eléctrica. Y
allí plantado, absorto con el espectáculo, pasó el tiempo hasta
que cayó la noche.
Me quedaba un último
repaso a la ciudad antes de irnos todos a la cama, pero la tormenta
llegó a mitad de la faena y jodió el paseo. Entre esperar una
tregua del chaparrón y encontrar el camino de regreso, eran las
0.30h de la noche cuando llegaba a casa.
Evidentemente al día
siguiente regresé para comprobar el panorama a la luz del día.
Más calmado, y
consciente de no tener prisa alguna, fui dando cuenta de la ciudad.
Comencé por la Plaza de la Señoría, dominada por el Ayuntamiento,
el gran Palazzo Vecchio en cuya puerta se puede admirar una
excelente copia del “David” de Miguel Ángel sin tener que
gastarse una pasta en el Museo de la Academia. Todos conocen a David,
pero - ¿se han fijado en los detalles? -.
El interior del Palacio
guarda hermosos salones con paredes repletas de frescos. El Salón de
los 500 destaca entre todos ellos, aunque me parece que aquí caben
varios miles de personas.
Y desde su torre de 95m
las vistas de sobre uno de los tres “Grandes Monumentos” de Italia
es perfecta.
Es el Duomo, una
catedral gótica (s.XIII) recubierta de mármol, que permaneció
dos siglos sin cúpula hasta que Brunelleschi se atrevió con ella.
Era 1436 y había llegado el Renacimiento. A pesar de la austeridad
interior del templo, en la cúpula se esmeraron con un gran fresco en
el que se pueden encontrar criaturas que parecen la inspiración
de una portada de Iron Maiden.
Hay varias decenas de
iglesias más en la ciudad, pero entre todas ellas destaca la de Sta.
Croce por la interminable lista
de obras de arte que contiene, por su tamaño y por su típica facha
de mármol. Fue
aquí concretamente donde Stendhal sufrió su crisis.
Pero
las expresiones artísticas que se pueden encontrar en la ciudad van
más allá de la arquitectura. La escultura también está muy
presente. Miguel Ángel volvió a
lucirse con uno de sus primeros trabajos en las tumbas de los Medicis
(Capillas Mediceas).
La
pintura se puede disfrutar en la Galería de los Uffizi, aunque sólo
exhiben obras italianas.
Y la
música se puede encontrar incluso en la calle, como este genial
ejemplo del Rock del Paleta.
Superada
la borrachera y recuperado del síndrome, el siguiente destino fue la República
de San Marino, el tercer estado más pequeño de Europa tras El Vaticano y Mónaco, y también Patrimonio de la Humanidad. Su pequeña capital se encuentra encaramada sobre la cima del Monte Titano, a 657 m alt., con unas espectaculares vistas a la costa adriática por la cara A y de los Mtes. Apeninos por la cara B.
Tras la corta visita a tan pequeño país, puse rumbo a Ravena, conocida como la "ciudad de los mosaicos" por estas numerosas y elaboradas obras de estilo bizantino. Se encuentran en otras tantas basílicas prerrománicas que se remontan a los siglos VI-VII. Un festival de iglesias.
Sant Apollinare in Classe, es ejemplo de simplicidad y sencillez, pero una obra magistral.
En Sant Apollinare Nuovo, los mosaicos corren por las paredes como estos Reyes Magos, que en aquella época eran los tres blancos. La Iglesia todavía no representaba la sumisión de los tres continentes conocidos ante un bebé, el Bambino.
El punto de modernidad lo puso la Mille Miglia, una carrera de Ferraris y también de coches antiguos, que en su largo recorrido de varios días de duración, atravesó las calles de la ciudad.
El Parque Regional del Delta del río Po, cerca de la ciudad, es un buen lugar para desconectar de tanta piedra e historia, limitándose a la contemplación y a respirar aire puro sin tragarse ningún mosquito. Los animalicos están puestos para el disfrute del que quiera mirar.
Comacchio es el principal núcleo urbano del Parque, un pintoresco pueblo de pescadores con un particular sistema de pesca. Desde unos chiringuitos levantados en la orilla de los canales y lagos, se limitan a bajar y subir la red mientras pueden disfrutar de todas las comodidades que tengan instaladas en el garito. Algunos incluyen jardín, barbacoa y parabólica.
En el
pueblo la atracción principal es el Puente Treponti. Sus 5
patas sirven para salvar 3 canales a la vez. Varios canales más
recorren las calles del lugar, y una docena de pequeños puentes
ayudan a cruzarlos. Esto si que es una Pequeña Venecia.
Su otro reclamo es la
producción y venta de conservas y salazón de anchoas y anguilas.
Y aprovechando la ubicación
y la tranquilidad del aparcamiento, me quedé varios días en la
localidad para dar un par de paseos alrededor de una de
las lagunas del Delta (15 kms), un día fui en bici y otro en el
coche de S. Fernando. Y los pajaricos seguían allí, posando para el
que quisiera prestarles atención.
La despedida del pueblo
me la dio esta poderosa puesta de Sol.
En la cercana costa (a 7
kms) se suceden pueblecitos más pequeños enfocados al veraneante y
a la playa. El día que saqué la bici me acerqué hasta uno de
ellos, Porto Garibaldi,
donde me encontré con la Sagra de la Seppia,
o lo que viene siendo una fiesta gastronómica dedicada a la
sepia. Todo lleno de chiringuitos variados, y los locales del lugar
dedicados a la fritanga.
Un paraíso en el que
mordí la manzana. Bueno, mas bien una bandeja de anguila frita y
otra de pulpitos, con dos botellines de vino blanco. Total que
salí comido.
Y congraciado con el
lugar monté el apartamento junto al mar. Dos días de sol y playa,
aunque con muchos mosquitos, de los que muerden. Y adaptado
totalmente al perfil veraniego, ni de cocinar tenía ganas, por lo
que aprovechando que las pizzerías se prodigan más que los
mosquitos, dos me zampé un día para comer. Había oferta. Para
cenar una manzana, un yogurt y 2 litros de agua.
Con un mejorado color de
piel, pero agobiado por el calor y con las uñas gastadas de
rascarme, abandoné el descanso para volver al tajo. A 34ºC, y de
noche a 28º en casa, más que el paraíso parecía el Infierno.
Que a veces ya me
gustaría, pues ahí no hace falta ir muy aseado cuando te van
a quemar. Pero mientras no llegue ese momento tocaba darle un agua a
mis vestiduras. Dos lavadoras industriales repletas. Di que la casa es
pequeña, pero en el armario cabe ropa para 2 meses, y ya estaba en
las últimas.
Y descansando y limpio puse rumbo a Bolonia, conocida como "la rossa" (la roja), tanto por sus edificios de ladrillo como por su sentido político, y también como "la grassa" (la gorda) por su buena mesa. Típica es la mortadela y los spaguettis a la boloñesa, que aquí son tagliatelle ragú.
Yo le añadiría otro sobrenombre, la "ciudad porticada", pues sus calles están flanqueadas por 40 kms de pórticos. Fescos en verano, secos en invierno y siempre seguros. Puedes caminar tranquilamente por ellos con la certeza de no morir descalabrado por una maceta.
El animado y peatonal núcleo del centro histórico se sitúa en la Piazza Maggiore y sus alrededores. Restaurantes, monumentos, palacios, museos. Lo que quieras, tienen de todo.
Allí se encuentra la Basílica de S. Petronio, que es el principal templo de la ciudad y la casa de su patrón. Y aún así, no han acabado una fachada que lleva 600 años en obras.
Allí se encuentra la Basílica de S. Petronio, que es el principal templo de la ciudad y la casa de su patrón. Y aún así, no han acabado una fachada que lleva 600 años en obras.
Una curiosidad de su interior es un reloj solar de 67 m de longitud, tan preciso que su estudio fue fundamental para la implantación de los años bisiestos.
Cerca de la plaza se elevan, aunque bastante torcidas, Le Due Torri. Una sorprende por su inclinación de 1,3m, y la otra por su altura (98m), estrechez y aislamiento de cualquier otro edificio.
Cerca de la plaza se elevan, aunque bastante torcidas, Le Due Torri. Una sorprende por su inclinación de 1,3m, y la otra por su altura (98m), estrechez y aislamiento de cualquier otro edificio.
Como siempre, las iglesias son los monumentos más numerosos y variados. Desde la que guarda la tumba de Sto. Domingo, el fundador de los Dominicos, hasta un complejo con 7 de ellas, de las que sólo quedan 4, todas unidas entre sí.
Hoy destacaré la Catedral Metropolitana, por su gran tamaño y su estilo totalmente diferente al de S. Petronio.
Me marcho de la ciudad muy contento, pues la he paseado y disfrutado. Incluyendo unas cañas en un "100 Montaditos" para no olvidar lo de casa ( ¡y con la cerveza más barata de la ciudad! ) y habiendo comprobado que la fama gastronómica que la precede la tiene bien ganada.
"No existen tierras extrañas. Es el viajero el único que es extraño"
Robert Louis Stevenson
Robert Louis Stevenson
Pero qué bien te lo pasas Bicho! Y yo que alegro... no te dejes nada por disfruta ya que estás en el paraíso. Las fotos son ALUCINANTES
ResponderEliminarBesabrazo fresquito
Tengo los dientes largos y muuuuuuuxa envidia. Pero aún así.........
ResponderEliminarMuchas felicidades por tu cumple ��
-Gracias "prima". No es mi intención crearte esas sensaciones,
Eliminar¿0 sí?
-Tu tampoco te quedas mucho en casa !!!
Cómo siempre...increíble relato!!!
ResponderEliminarParece uno estar allí viendolo y sintiéndolo. Un besazo
Ja, ja, ja.
ResponderEliminarBonita hora de ponerse a leer. ¿no hay sueño, o es el único momento que la tropa te deja libre?
Me alegra ver que alguien se divierte con mis cositas, y anima, más si cabe, a seguir en la brecha.
Gracias, amiga. Besabrazos.