Bienvenid@s a mi blog, donde narro mis viajes en autocaravana a lo largo y ancho de Europa


martes, 26 de agosto de 2014

VAMOS CERRANDO, SEÑORES

El agosto,  el mes del sol, las playas y los turistas, se acaba. privilegios que he podido disfrutar.
Comenzó en la Costa de Granito Rosa, uno de los motivos principales de mi insistencia en volver a Bretaña. Y si mi memoria es famosa por su inconsistencia, esta vez no me ha engañado. Si las playas y  acantilados vistos hasta el momento han sido de vuestro agrado, aquí os dejo una ínfima muestra de lo que por aquí se esconde




Pueblos como TREGASTEL  PLAYA se esconden entre estas moles de granito, adaptándose a la caprichosa y espectacular orografía de la  espectacularísima costa.
Millones de rocas se desperdigan  llenado playas, calas, acantilados y bahías. Con la luz apropiada su color rosáceo,  combinado con el profundo azul  del océano, se convierte en la postal perfecta. Si te bañas, se convierte en el paraíso perdido. La horda de turistas veraniegos que lo llenan todo es un pequeño inconveniente al que  rápidamente se acostumbra uno, acabando por integrarse. 
Toda la costa está recorrida por el Sendero de Gran Recorrido GR 34, siempre al borde del mar, siempre un espectáculo con vistas  aseguradas.




. 
             TREGUIER, catalogada de Villa Histórica, se merece un paseo y una escapada al interior.





Con aparcamiento habilitado junto al rio,  ofrece mercado callejero (de los buenos) de día y conciertos en la plaza del pueblo por la noche. Todo se presentaba como un plan perfecto.
Tras haber tirado la casa por la ventana  en el mercadillo con regalos y comida local, esperaba la hora de la sesión de noche poniendo al día mis cosas. De repente la tranquilidad del parking se rompió con el ruido unos de camiones aparcando.
Al rato el ruido de motores cambió por el de una música a todo trapo. La paz y la tranquilidad habían desaparecido, pero como la música no estaba mal, yo seguí a lo mío. Pasado el tiempo, con las tareas acabadas y la curiosidad activada,  asomé la cabecilla para ver el origen de tal fiesta: mis nuevos vecinos eran tres camiones habilitados como vivienda, pero estilo compadre, con sus maceteros y su chimenea. Una banda de franceses mezcla de hippies y alternativillos tenían montado un buen sarao.
Viendo la oportunidad,  discretamente salí al jardín de casa, el de césped que da al rio, a fumarme un cigarrito con una cerveza. En pocos minutos una voz, en un castellano chapurreado pero comprensible, me invitaba a beber con ellos. Se me escapó una sonrisita  y un ¡claro!: se había producido el contacto.
Aquí comenzó una agradable tarde, rodeado de juventud, perros, cerveza, vino y porros.
 No sé por qué, pero siempre acabo juntándome con los más buenos de la clase.
Al llegar la noche, recogimos la fiesta y nos fuimos al concierto. Antes de llegar a la plaza, paré a mear en uno de los WC repartidos por toda Francia y que tantas alegrías me han dado, pero esta vez iba a ser causa de la desgracia. Al salir había perdido la compañía, de la que nunca más se supo.
Acabé el concierto lo suficientemente cocido, y me fui a dormir.  A las 4 de la mañana, la música volvió a atronar el parking, y no fueron 5 minutos, pero me volví a mi sueño. A las 8 volvió a sonar otra vez, supongo que llegó el rezagado del grupo.
Yo me puse en marcha a mi hora habitual, pues tenía faena: lavandería, cargar agua, supermercado, visita al pueblo y seguir camino. Tenía marcadas unas fechas  que cumplir.

La ruta me  devolvía de nuevo a la costa, al CABO  FREHEL, esta vez acompañado de la lluvia. Todo el cabo es zona protegida y está prohibido pasar la noche, por lo que improviso y acabo en un parquing del pueblo más cercano. No tengo ganas de que  a la hora de la cena venga la Gendarmería y me eche o me multe y me eche. Y más cuando esta  tengo una cena especial con unos invitados de lujo que han venido a despedirse en mis últimas horas en Bretaña.




                             Esta noche toca fiesta, aunque  la música sea la de lluvia sobre mi cabeza.

Pero de aquí no me voy  a mover hasta que no vea un sol resplandeciente en el cielo, pues el Cabo  merece ser  visto en condiciones: acantilados, playas, su correspondiente  faro , y finalmente un fuerte militar, el Fort La Latte.  Todo ello unido por el mítico GR 34.





                        Tras despedirme de Bretaña, vuelvo a la Normandía para  cerrar el círculo.

DINARD:  antiguo pueblo de balnearios y de descanso, hoy está volcado al turismo, con una  concurrida playa urbana y  la “Promenade du Clair de Lune”, espectacular paseo alrededor de un promontorio rocoso bañado por el mar.




Al otro lado de la bahía se levanta SAINT  MALO, que en sus tiempos fue un gran puerto estratégico en  la defensa de la costa y en las expediciones pesqueras a Terranova.





                    Sus fortificaciones se extienden por varias de las islas que cierran la entrada a la bahía.





La incertidumbre de encontrar aparcamiento en St. Malo y los escasos 10 kms que la separan de Dinard, me convencieron para instalarme en el tranquilo y solitario parking trasero del Lidl. Desempolvé la bici y ataqué mi destino con decisión, por el único camino conocido, una autovía.
El día fue una sucesión de sol, nubes solitarias y chaparrones traicioneros, pero el espectáculo que se desarrollaba ante mi lo compensaba con creces

Quiso la Ley de Murphy, que volviendo, en mitad de la autovía y para redondear el día, el cielo me regalara una T-O-R-M-E-N-T-A que me dejó tiritando en la puerta de casa. Tras poner la calefacción, cambiarme de ropa y una buena dosis de vino, todo volvió a su temperatura.

Me quedaba DINAN, antes de llegar al plato fuerte. Pero eso viene luego.
Dinan está catalogada como “Villa Histórica Medieval” y “Ciudad de Arte e Historia”, por lo que  había que comprobar tanta distinción. Con medio millón de visitantes al año, sus calles peatonales y adoquinadas, llenas de casas de entramado de madera, presentan este aspecto en  verano





En la parte alta está la villa medieval, con su castillo, sus murallas y sus iglesias, y en la parte baja está el puerto fluvial y mi aparcamiento




El círculo mágico se cierra de nuevo en  MONT  SAINT  MICHEL.  Su visión nunca es suficiente, aunque el precio esta vez fue otra  ¡¡¡ TORMENTA !!!  que volvió a inundar los cimientos de mi cuerpo, con barro incluido.




Las prisas en el itinerario se fundamentaban en la posibilidad de poder contemplar de nuevo “la macaré”. Esa inexplicable ola de un metro de altura que precede a la marea que arrasa la amplísima bahía en pocos minutos, y que los más osados se atreven a navegar.  Este efecto solo se produce un par de días al mes.





Después de haber cumplido con Bretaña y Normandía, hace días que mi rumbo apunta al Sur, significativa señal de un regreso a la tierra amada, aunque no sé si corresponde decir  de vuelta a casa.  
Al pensar en el regreso, involuntariamente también se recapitula pensando en lo visto y vivido.  Memorables son los recuerdos de la Bahía de Arcachon y los cordones de dunas; de Burdeos, Patrimonio de la Humanidad; de La Rochelle y la isla de Ré.  Imborrables son los que deja Bretaña:  la Bahía de Morbihan, con sus playas y sus megalitos;  los acantilados de Raz y Crozón; la costa de Granito Rosa.  Emotivos  los de Normandía, con las mil caras de Mt. St. Michel y las históricas playas del Día D.

Una sensación general de tranquilidad y  seguridad  ha sido la constante en pueblos y ciudades, donde
la gran mayoría habita en casas con jardín, con todo a la vista, sin rejas ni vallas. Y ésto a pesar de una extraña ausencia de presencia policial.
Evidentemente otro cantar son las grandes ciudades como Burdeos, Nantes, Rennes, Caen o Le Mans, donde  poblaciones alrededor de  los 215.000 habitantes abarcan un terreno muchísimo mayor que las ciudades españolas debido a que habitan mayoritariamente en casas, dejando los escasos  bloques de pisos para los suburbios, más conflictivos.  En estas ciudades (sobretodo en la mitad sur de Francia), la diversidad étnica es muy amplia, abundando árabes y africanos, lo que provoca, mayormente por ignorancia y desconfianza, cierto estado de alerta. Salvo el pequeño incidente de Burdeos, esta alerta ha sido infundada.

El camino del regreso pasa por  LE  MANS, la ciudad de las carreras.  Claro que tiene un circuito muy bonito y un museo de automóviles muy interesante y vistoso.





Pero la ciudad tiene otros encantos. Si logras encontrar un buen aparcamiento con los servicios de agua necesarios para una estancia apacible,  a partir de ese momento solo habrá que preocuparse por divertirse y descubrir todos los rincones de la ciudad. Y Le Mans tiene ese aparcamiento especial para autocaravanas en el puerto fluvial, junto al centro histórico, aquí llamando “Cité Plantagenet” en honor al rey que la hizo grande.
Pasear por sus empedradas calles peatonales, entre antiguas casas de madera y  hermosos palacios de piedra, puede transportarte a otros tiempos. Si lo haces de noche, el viaje va más allá. Por todo el casco antiguo imágenes mitológicas se cruzarán en tu camino,





          Y  los monumentos se convierten en improvisadas pantallas de espectáculos de luz, imagen y sonido
                                                          Es la “Noche de las Quimeras”





que se repite durante todas las noches del verano. Un auténtico espectáculo, diferente y cautivador, que deja en segundo lugar a la grandiosa catedral, a las grandes murallas greco-romanas, a la Galería Egipcia y a otros reclamos turísticos.






Y si se estaba bien en Le Mans, al llegar a ANGERS, todo se desborda. La primera alegría llega al  encontrar, a la primera y sin referencias, un espectacular aparcamiento junto al río, con vistas a la fachada de la ciudad. Ésta se recorta sobre un promontorio, con el rio a sus pies, mostrando  sus mejores galas: la catedral y el castillo protegido por su inmensa muralla blanquinegra.
Con el primer paseo de contacto otra grata sorpresa. Un mirador público sobre el tejado del nuevo Teatro del Quai ofrece vistas  inmejorables sobre el castillo y la catedral, con el tranquilo rio entre nosotros. El paso de las horas y los cambios de luz, provocan un mágico cambio en el aspecto de la ciudad, como si diferentes ciudades fuesen siendo expuestas para su contemplación.





Al adentrarme en el centro voy descubriendo plazas y callejones, palacios y casitas,  el tranvía.  La alegría va en aumento y decido celebrarlo tirando la casa por la ventana y tomándome una caña. Los 3 euros me saben a triunfo, pero me saben a poco, y en el siguiente local que se me cruza vuelvo al despilfarro.
La tarde se ha convertido en una de esas… donde todo es alegría, todo es mágico y todo vale.
De regreso a casa, ya anochecido vuelvo a subirme al mirador del Teatro para descubrir la ciudad bajo la luz de los focos. Pero las sorpresas no acaban ni en casa. Al conectar el ordenador descubro que dispongo de wifi gratuíto. ¿qué más se puede pedir en una tarde?





Angers una ciudad abierta y espaciosa, con el río Maine, afluente del Loira, integrado en ella, me recuerda a Burdeos.  Inmensos espacios verdes se extienden al borde de la ciudad, con lagos, playas, centros náuticos, senderos, carriles bici, parques. Todo lo necesario para desconectar sin necesidad de salir de la ciudad. Un carril bici al borde del río conecta la ciudad con la ciclo-ruta del Loira.
Me ha seducido hasta el punto que llevo aquí anclado una semana. Pero mañana levanto anclas para recorrer el Loira y sus castillos, zona declarada Patrimonio de la Humanidad. Y como me queda algo de humanidad, voy a ver mi patrimonio.


       "Quien no tiene sueños que se prepare para tener dueños"



PD: espero que las vacaciones os hallan llenado de alegría y energía. Pronto volveremos a vernos.

domingo, 3 de agosto de 2014

BRETAÑA ES MUCHA BRETAÑA

Sábado, 5 / 7 / 14
Esta mañana me he levantado en Quimper, un estupenda ciudad catalogada como “Ciudad de Historia y Arte”, con todo un centro histórico peatonal, con su río y sus canales,  pero con el handicap de no tener un parking apropiado. Estoy en un aparcamiento público, entre el río y una gran avenida, de donde mañana me desalojan por celebrarse un triatlón. Si le sumas una lluvia impertinente,  todo me lleva a tomar la decisión de abandonar la ciudad, aunque seguramente vuelva a final de mes, pues se celebra un importantísimo festival de música celta, el Festival de Cornouaille.





El destino es  prometedor: la Punta de Raz, en el cabo Sizun,  un “Gran Site de France”, la máxima categoría que se otorga en Francia a un lugar, tanto por su importancia como por su protección. La Gran Duna de Pilat también tenía este distintivo.






A pesar del mal tiempo, el lograr el nuevo objetivo de la ruta con un buen aparcamiento gratis me provoca un subidón subidón: salto y grito hasta que la casa se balancea, y ganas me dan  de  abrazar y besar (lástima de no tener a alguien al lado). Me calmo un poco, lo justo para desempolvar la última copa que me queda y llenarla de vino para brindar al cielo y celebrarlo por mí y por una misión cumplida. Después del primer trago me acuerdo de todo/as aquellos que me gustaría que brindaran conmigo.
                                                         ¡Va por ustedes!
       La alegría lleva al vino, y el vino trae alegría. Círculo vicioso de bonita combinación. 

El desasosiego y la incertidumbre  que arrancan conmigo al abandonar  el último campamento, han dado paso a la euforia total. No cabe más gozo.  Está lloviendo, e incluso así,  soy la persona más feliz del mundo. Estoy donde quiero, aparcado como quiero,  la copa llena y la sartén esperándome. Si saliera o saliese el Sol sería un mundo perfecto,  me quedaría en la Tierra de Nunca Jamás.
Quizás demasiado presuntuoso. Me conformaré con celebrar S. Fermín, que si bien ya era una fiesta remarcable en mi vida,  desde el año pasado lo es más, pues allí  me estrené con la “casa” el año pasado.  Hoy, un año después, creo que no me arrepentiré de haber tomado este camino.

Una vez recuperada la cordura,  he encontrado una emisora de radio española a pesar de no ser las 10 de la noche.  ¡Joder! ,  no paro de sorprenderme, el buen rollo no cabe en casa, solo falta encontrarme una bolsa llena  de billetes de 500. El mar, que es muy buen conductor del sonido, me trae noticias desde Santander y  Bilbao. Escucho que los maricas también están de celebración en el Día del Orgullo Gay, aunque lloran en Brasil por la lesión de  Neymar.   Literalmente nunca llueve a gusto de todos.

Mi lluvia continúa toda la tarde, pero no me resisto a dar un paseo y reconocer los alrededores de mi nuevo domicilio. Vuelvo a casa mojado, pero más contento si cabe.  Lo que he visto….
Le grito al cielo que puede llover cuanto quiera. Estoy bien pertrechado de víveres y agua, y no me pienso mover de aquí hasta ver brillar el Sol. No he venido aquí a luchar contra los elementos, pero pienso chulearle al mal tiempo.





Domingo 6 / 7/ 14
Amanece lloviendo,  pero no me importa,  me he levantado contento.   Me leo unos capítulos de   “El Quijote” en la cama, mientras mi cuerpo y mi mente se van despejando poco a poco.
Salgo de la cama para prepararme el desayuno: zumo de naranja, tostadas y pavo (el desayuno siempre es muy sanote, pues ya tendré tiempo durante el día de confraternizar con grasas, colesteroles y alcoholes).  El tiempo sigue inestable, ahora llueve, ahora no, ahora si, ahora no, por lo que me visto adecuadamente y me voy de excursión. Destino la Punta de Raz.

El cabo Sizun tiene dos puntas acantiladas separadas por una bahía con una preciosa  playa.
En la Punta de Raz (la famosa) han instalado un Centro de Interpretación, bares y tiendas y cobran  6 € por aparcar (15 por dormir).  Por eso me he marchado a pocos kms, a la Punta de Van, donde la información rebuscada en internet me decía que había parking gratis. Y es verdad, y además con unos lavabos estupendos.  OLE !!!
Ambas puntas están unidas por el Sendero Costero GR 34, un viejo conocido que voy encontrando  de vez en cuando, pues recorre toda la costa atlántica francesa. Este tramo concreto bordea los acantilados, dejándote si quieres a un palmo del abismo; ante una costa destrozada, llena de rocas caídas y de islotes arrancados al continente y moldeados por el oleaje, escondiendo pequeñas calas inaccesibles a pesar de sus llamativas aguas turquesas.




Cuando vuelvo a casa después de haber visitado la Punta de Raz  (4 h ida y vuelta) y de haber examinado la Punta de Van, debo decir que es más espectacular la de Van, aunque no tenga faro.  Mejor para mí. Aparcamiento gratis y lavabos a 10 metros. Podría decir que solo me falta el bar, pero esta vez, sabiendo donde iba, me lo he traído en el maletero.

Martes  8 / 7 / 14
Las 7 de la tarde. Derrotado pero contento. Hoy ha amanecido un día radiante, y he vuelto a la Punta de Raz, esta vez corriendo. Un poquito de deporte siempre va bien, y unas fotos del lugar con buen tiempo también.




Sigo aquí, hipnotizado por el lugar, por el vaivén del océano, por el murmullo de las olas  y por el griterío de miles de gaviotas de todas las marcas, de los negros cormoranes siempre secándose al sol y de otros muchos que no sé como se llaman.




Esta noche volveré a sentarme en una piedra al borde del acantilado, a ver la puesta de Sol. Será la última. Mañana toca mudanza.




 Próximo destino Audierne y su puerto pesquero, en busca de una buena pieza que poner en la mesa.

Viernes  11 / 7 / 14
Audierne:




  
Pero no es oro todo lo que reluce, ni esto es el país de jauja. Se ha estropeado el ratón, que digo yo que será de la caña que lleva. También  hay desperfectos  en la bici, que también lleva su trote (unos 1500 kms): he tenido que cambiar un neumático por gastado y un cable del cambio por roto.
Hoy toca lavandería. No le puedo dar más vueltas a los gayumbos  y las toallas huelen a perro mojado. Mientras miro como da vueltas el bombo, comienza  a llover.
De camino a casa, paso a través del mercado semanal, lleno de colores y  olores todos  comestibles . La boca se me derrite, los dientes me crecen y la barriga ruge de placer. Compraría de todo, más que hambre es  vicio gastronómico. Pero no me paro, llevo la colada limpia, seca y dobladita,  y me queda un trecho hasta casa. Y sigue lloviendo.
En casa me queda otra guerra, hoy toca peluquería.  Mientras procedo no tengo que contemplar un cielo plomizo que solo augura más agua. Son las 12 del mediodía.
Con los deberes hechos, voy a regalarme lo único que me puede alegrar: jambalaya de Nueva Orleans, un arroz picante con salchichas ahumadas y gambas.  Después la siesta.
Me levanto y todo sigue igual de mal. Así que decido levantar el campamento a ver si un cambio de aires ….
Una vez en ruta, todo son fracasos. No encuentro alguno de los sitios que tenía marcados,  y otros son un puro fraude turístico. Por fin llego a un destino interesante: Locronan, aunque esta vez me tocará pagar 5 € por noche.  Sigue lloviendo, y he perdido las sintonías de las emisoras españolas al alejarme de la costa.  Totalmente deprimente.

PD: por suerte al día siguiente salió el sol y pude disfrutar de un pequeño pueblo casi peatonal, catalogado como “Petite Cité de Caractere”. Calles adoquinadas, llenas de flores y flanqueadas por nobles casas de piedra, herencia de una época floreciente en la que la fabricación de lonas y velas para barcos se exportaban a toda Europa. Mi guinda la encuentro en la Grand Place, escenario de más de 30 películas (aunque la única que reconozco es “Tess”, de Polanski) y presidida por la iglesia de S. Ronan.




Martes  22 / 7 / 14
Mientras se cuecen unas futuras “papas arugás”, retomo la conexión con mucha faena acumulada.
En los últimos días he visitado  Península de Crozón, repleta de puntas, acantilados, bahías y playas




y también algunos pueblos muy fotogénicos repletos de monumentos y demás cositas





Hoy he vuelto  a Quimper. Comienza el Festival de Cornouaille. Música callejera, pasacalles musicales, conciertos gratis y de pago, bailes, chiringuitos y muestras de artesanía. Todo ambientado en el floklore bretón y celta.  He vuelto a mi antiguo aparcamiento  entre el río y una avenida. Bien situado, pero ruidoso y rodeado de otros coches.  Tengo el programa de fiestas, he comprado alguna entrada y tengo sed de música, de fiesta y de cerveza.  Ya os contaré.




Viernes 25 / 7 / 14
Han sido tres días de festival, suficientes para cansarme, conocer algo de  cultura bretona y saturarme de música. Durante el día, escenarios públicos por donde desfilaban grupos regionales  provocando un baile colectivo muy vistoso, mientras que por las calles desfilaban las bandas con sus  gaitas, sus trompetillas y sus tambores animando un ambiente plagado de turistas.





A partir de las 19h  comenzaban los conciertos de pago en  varios escenarios repartidos por la ciudad.  Me he atrevido con dos jornadas. La primera de rock, con tres conciertos consecutivos, donde destacaré al grupo Merzhin. La segunda de música folk bretona, turca y balcánica, con otros tres conciertos,  con las muy bailables canciones de Pavan Takin.  En fin, un no parar.

Pero  tengo los depósitos llenos de aguas residuales de todos los colores,  ninguno agradable.



 Debo continuar ruta, a la búsqueda de un área donde poder vaciar y repostar agua. Mi destino son los Montes Arrée, los más altos de Bretaña, con su cumbre de 384 m en la Roca Trévezel.



Por el camino me he encontrado con Pleyben, un pequeño pueblo sencillo , pero que en su centro conserva un maravilloso Monumento Histórico: el “enclos paroissial”. Terreno sagrado donde se asienta un conjunto arquitectónico que agrupa iglesia, sacristía, osario y calvario, todo ellos rodeado por un muro con una entrada monumental.  Este tipo de construcción solo se encuentra en la parte central de Bretaña, y es realmente espectacular.




Hasta los que solo ven en las iglesias algo arcaico, sectario y adoctrinador, encontrarían la belleza en un lugar asi,  o al menos le pondrían una vela al santo patrón de las barbacoas



Instalado me encuentro y  Montaña de S. Michel el lugar se llama. Uno de esos lugares….
donde las vistas van más allá del paisaje y del horizonte.





Viernes 1 /8 / 14
¡Ya llegó el agosto, que disfrutéis de las vacaciones!

Deseos que os hago llegar desde Lannion, en la costa norte de Bretaña. Ahora toca serpentear  por la accidentada costa bretona para cerrar el círculo en Mont St. Michel (otra vez, si. Es que han inaugurado una pasarela nueva de 1 km sobre el agua, y quiero estrenarla). Pero eso  es el futuro, y está por verse.

El camino hasta Lannion,  ha sido  lento, tranquilo y sin  sorpresas.  Cruzando pueblos con bosques de cuento como el de Huelgoat





Villas históricas como Morlaix




desde donde inicié una jornada ciclista de 78 km para llegar a la punta exterior de la bahía, visitando un par de pueblos. Saint  Pol-de-Leon, con sus monumentos  y sus playas


y Roscoff, con sus playas, islas y puertos: el puerto antiguo para barcos de pesca y de recreo, y el puerto comercial para los ferrys a Inglaterra. Quizás algún día le de uso.




Por estos mundos la vida sigue siendo igual de tranquila, todo lo tranquila que yo quiero que sea.  Normalmente los despertares alrededor de las 8 son  pausados, siempre leyendo en la cama el libro del momento. Aunque a veces y sin haber llegado ni siquiera a la segunda página, tanta armonía zen se rompe porque mis tripas ya se han despertado antes que yo.
 Sobre las 9 hay que saltar de la cama para llegar a la cocina y preparar la comida sana del día: zumito  natural, pavo y su correspondiente pan con tomate.
A las 10 hay que estar en perfecto estado de revista para recorrer las calles en busca de algo nuevo, quizás de alguna anécdota.
Tocan a retirada  a las 14,  hay que dar media vuelta y poner rumbo  casa. Toca comer y después  la siesta. Sigo siendo español. Y si han quedados algunos flecos sueltos, ya habrá tiempo de coserlos.
Las tardes suelen ser más variadas. Se puede salir  de nuevo, o quedarse en el comedor, donde no hay tiempo para el aburrimiento. Se puede elegir entre seleccionar y clasificar fotos, planos o mapas, preparar la nueva entrada del blog, preparar la ruta de los próximos días, estudiar futuros viajes, o simplemente rascarme la barriga viendo una película, aunque esto último suele quedar reservado para la cena.
Y si entre tanto jaleo queda algo de tiempo siempre se puede dar “un barrío y un fregao”.
Esta es la historia de un día normal, pero se sabe que los días normales no suelen abundar, porque surgen imprevistos, cambios de última hora, o aparece algún gilipollas para joder un plan perfecto.

Hasta pronto, se os quiere y se os añora.


                             “Viajar es pasear un sueño” – M. Leguineche