Bienvenid@s a mi blog, donde narro mis viajes en autocaravana a lo largo y ancho de Europa


miércoles, 24 de septiembre de 2014

EPÍLOGO Y S´ACABÓ

Muchos kilómetros y poco tiempo  desde la última conexión. Síntoma de una  inexorable vuelta a casa. Atrás queda el sentimiento de viajar por viajar, simplemente  para descubrir y vivir lugares desconocidos.  Y si la sensación de libertad sin límites que se puede sentir a este ritmo no tiene precio, no es menos reconfortante la sensación de poder volver a una “casa” donde aguardan impacientes mis seres queridos.

Y tras una reflexión tan “transcendental y profunda”, aquí os dejo una pequeña muestra de lo que, repartido por Francia, me he ido encontrando en este fin de ciclo.

Tras mi última conexión, me interné en el Valle del Loira, catalogado como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.  Aquí  el que manda es el Loira, pedazo de río alrededor del cual giran multitud de viñedos, bodegas y vinos ricos ricos.  Y los viñedos se extienden alrededor de pueblos y ciudades donde siempre se puede encontrar una fortaleza, un castillo o un palacio, que adoptan formatos y disposiciones muy variadas.
Tal es el caso de Saumur




de  Chinon




de  Usse,  donde se inspiró el autor del cuento de “La Bella durmiente del Bosque”




de  Azzay-le-Rideau



Tras un regalo visual como éste, y después de probar el producto de más de una bodega, era momento de un poquito de asfalto y aglomeración. Un par de pueblos grandes donde rodearme de gentes y sonidos varios. Donde atender a semáforos y pelear con el tráfico, donde observar  a la gente casi más que a los monumentos.
 Poitiers fue uno de estos lugares, donde  el comienzo de colegios y universidades plagaba las calles de una chiquillería llena de energía y alegría, que se desbordó en la tarde-noche que pasé allí. Calles y bares llenos, y el murmullo  de numerosas fiestas escapándose por  las ventanas de las viviendas.





De Poitiers a Perigueux, dominada por una excelente Catedral y un fabuloso mercado callejero donde la oferta mayoritaria son los productos derivados del pato y la oca: foie, foie-gras,.....




Tras esta buena dosis de ciudadanía, un cambio de civilización estaba más que justificado. Este cambio los encontré en la Cueva de Lascaux.  Es la versión francesa de Altamira, y al igual que ésta, solo se puede visitar una réplica a tamaño natural de las salas que contienen pinturas prehistóricas de bisontes, caballos, ciervos y cabras. Como las fotos están prohibidas en el interior, deberéis darle rienda suelta a la imaginación o ponerla en la lista de futuros viajes. La zona ofrece una infinita y variada  oferta turística capaz de satisfacer las expectativas del más exigente.

Sarlat-la-Caneda, incluida en esta zona del Perigord, es considerada   la capital de foie. Tiendas y más tiendas ofrecen lo mejor de lo mejor, ya que todos son “productores”, todos son “venta directa”, todos son muy bonitos y muy ricos. Y aunque también son caros, siempre se encuentra una excusa para rascarse el bolsillo.




Y todo este despliegue gastronómico se enmarca en una ciudad de cuento, tanto de día como de noche, con una gran oferta  turística y de restauración.




Y una vez alimentado el cuerpo, hay que alimentar el espíritu. Y que mejor lugar que éste






Rocamadour: santuario y lugar de peregrinaje desde hace más de 800 años, es lugar destacado en el Camino de Santiago francés, también declarado Patrimonio de la Humanidad.

En este punto de la travesía, el tiempo  jugaba en contra y mis visitas fueron tan escuetas como lo van a ser sus explicaciones:

Cahors: situada en un auténtico meandro, presume de un puente medieval fortificado del s. XIV.





Lourdes: Si el Santuario es lo más destacado,  un complemento importante es la iglesia subterránea de 200 m de longitud y capacidad para 20.000 personas, y también el Chateau-Fort y el Pic du Jer con su tren-cremallera y su mirador.





Para llegar a España me quedaba atravesar los Pirineos, y elegí parte del recorrido del Tour de Francia, como el Col de Soulor





y el Col de Aubisque





Pic du Midi d´Ossau:  punto  final, principio y fin. Un lugar idóneo para el broche final de mi travesía, dando un paseíto por el monte,  para ir digiriendo de a poco todo lo pasado y preparándome para lo futuro.
Este pico ya llamó mi atención hace seis meses, en mi primera parada en Pau.




Su silueta era tan apetecible, que decidí que habría que asomarse para conocerla más de cerca




Tras la excursión y fallido ataque al Pic por mal tiempo y dificultad del ascenso,  el regreso a España era más que inminente, ya que la frontera del Port del Portalet (Huesca) estaba a 1 km.


A partir de aquí quedaba clausurado el viaje a” la Francia”,  aunque a mí que quedaban unos kilómetros hasta Zaragoza, lugar de parada inexcusable, para acabar en Madrid, punto final.
Para los más aficionados a los datos, esta pequeña aventura se salda con 6.500 kms, a los que hay que sumar otros 1.400 kms en bici, y tres pares de zapatos machacados hasta su desintegración.

Y ya solo me cabe expresar  mi mayor y más sincero agradecimiento a todos aquellos que en la medida de sus posibilidades han participado en este blog con sus comentarios,  haciéndome compañía kilómetro tras kilómetro y arrancándome una sonrisa cada vez que veía que el contador de los comentarios había aumentado.


Muchas gracias a todos.

martes, 26 de agosto de 2014

VAMOS CERRANDO, SEÑORES

El agosto,  el mes del sol, las playas y los turistas, se acaba. privilegios que he podido disfrutar.
Comenzó en la Costa de Granito Rosa, uno de los motivos principales de mi insistencia en volver a Bretaña. Y si mi memoria es famosa por su inconsistencia, esta vez no me ha engañado. Si las playas y  acantilados vistos hasta el momento han sido de vuestro agrado, aquí os dejo una ínfima muestra de lo que por aquí se esconde




Pueblos como TREGASTEL  PLAYA se esconden entre estas moles de granito, adaptándose a la caprichosa y espectacular orografía de la  espectacularísima costa.
Millones de rocas se desperdigan  llenado playas, calas, acantilados y bahías. Con la luz apropiada su color rosáceo,  combinado con el profundo azul  del océano, se convierte en la postal perfecta. Si te bañas, se convierte en el paraíso perdido. La horda de turistas veraniegos que lo llenan todo es un pequeño inconveniente al que  rápidamente se acostumbra uno, acabando por integrarse. 
Toda la costa está recorrida por el Sendero de Gran Recorrido GR 34, siempre al borde del mar, siempre un espectáculo con vistas  aseguradas.




. 
             TREGUIER, catalogada de Villa Histórica, se merece un paseo y una escapada al interior.





Con aparcamiento habilitado junto al rio,  ofrece mercado callejero (de los buenos) de día y conciertos en la plaza del pueblo por la noche. Todo se presentaba como un plan perfecto.
Tras haber tirado la casa por la ventana  en el mercadillo con regalos y comida local, esperaba la hora de la sesión de noche poniendo al día mis cosas. De repente la tranquilidad del parking se rompió con el ruido unos de camiones aparcando.
Al rato el ruido de motores cambió por el de una música a todo trapo. La paz y la tranquilidad habían desaparecido, pero como la música no estaba mal, yo seguí a lo mío. Pasado el tiempo, con las tareas acabadas y la curiosidad activada,  asomé la cabecilla para ver el origen de tal fiesta: mis nuevos vecinos eran tres camiones habilitados como vivienda, pero estilo compadre, con sus maceteros y su chimenea. Una banda de franceses mezcla de hippies y alternativillos tenían montado un buen sarao.
Viendo la oportunidad,  discretamente salí al jardín de casa, el de césped que da al rio, a fumarme un cigarrito con una cerveza. En pocos minutos una voz, en un castellano chapurreado pero comprensible, me invitaba a beber con ellos. Se me escapó una sonrisita  y un ¡claro!: se había producido el contacto.
Aquí comenzó una agradable tarde, rodeado de juventud, perros, cerveza, vino y porros.
 No sé por qué, pero siempre acabo juntándome con los más buenos de la clase.
Al llegar la noche, recogimos la fiesta y nos fuimos al concierto. Antes de llegar a la plaza, paré a mear en uno de los WC repartidos por toda Francia y que tantas alegrías me han dado, pero esta vez iba a ser causa de la desgracia. Al salir había perdido la compañía, de la que nunca más se supo.
Acabé el concierto lo suficientemente cocido, y me fui a dormir.  A las 4 de la mañana, la música volvió a atronar el parking, y no fueron 5 minutos, pero me volví a mi sueño. A las 8 volvió a sonar otra vez, supongo que llegó el rezagado del grupo.
Yo me puse en marcha a mi hora habitual, pues tenía faena: lavandería, cargar agua, supermercado, visita al pueblo y seguir camino. Tenía marcadas unas fechas  que cumplir.

La ruta me  devolvía de nuevo a la costa, al CABO  FREHEL, esta vez acompañado de la lluvia. Todo el cabo es zona protegida y está prohibido pasar la noche, por lo que improviso y acabo en un parquing del pueblo más cercano. No tengo ganas de que  a la hora de la cena venga la Gendarmería y me eche o me multe y me eche. Y más cuando esta  tengo una cena especial con unos invitados de lujo que han venido a despedirse en mis últimas horas en Bretaña.




                             Esta noche toca fiesta, aunque  la música sea la de lluvia sobre mi cabeza.

Pero de aquí no me voy  a mover hasta que no vea un sol resplandeciente en el cielo, pues el Cabo  merece ser  visto en condiciones: acantilados, playas, su correspondiente  faro , y finalmente un fuerte militar, el Fort La Latte.  Todo ello unido por el mítico GR 34.





                        Tras despedirme de Bretaña, vuelvo a la Normandía para  cerrar el círculo.

DINARD:  antiguo pueblo de balnearios y de descanso, hoy está volcado al turismo, con una  concurrida playa urbana y  la “Promenade du Clair de Lune”, espectacular paseo alrededor de un promontorio rocoso bañado por el mar.




Al otro lado de la bahía se levanta SAINT  MALO, que en sus tiempos fue un gran puerto estratégico en  la defensa de la costa y en las expediciones pesqueras a Terranova.





                    Sus fortificaciones se extienden por varias de las islas que cierran la entrada a la bahía.





La incertidumbre de encontrar aparcamiento en St. Malo y los escasos 10 kms que la separan de Dinard, me convencieron para instalarme en el tranquilo y solitario parking trasero del Lidl. Desempolvé la bici y ataqué mi destino con decisión, por el único camino conocido, una autovía.
El día fue una sucesión de sol, nubes solitarias y chaparrones traicioneros, pero el espectáculo que se desarrollaba ante mi lo compensaba con creces

Quiso la Ley de Murphy, que volviendo, en mitad de la autovía y para redondear el día, el cielo me regalara una T-O-R-M-E-N-T-A que me dejó tiritando en la puerta de casa. Tras poner la calefacción, cambiarme de ropa y una buena dosis de vino, todo volvió a su temperatura.

Me quedaba DINAN, antes de llegar al plato fuerte. Pero eso viene luego.
Dinan está catalogada como “Villa Histórica Medieval” y “Ciudad de Arte e Historia”, por lo que  había que comprobar tanta distinción. Con medio millón de visitantes al año, sus calles peatonales y adoquinadas, llenas de casas de entramado de madera, presentan este aspecto en  verano





En la parte alta está la villa medieval, con su castillo, sus murallas y sus iglesias, y en la parte baja está el puerto fluvial y mi aparcamiento




El círculo mágico se cierra de nuevo en  MONT  SAINT  MICHEL.  Su visión nunca es suficiente, aunque el precio esta vez fue otra  ¡¡¡ TORMENTA !!!  que volvió a inundar los cimientos de mi cuerpo, con barro incluido.




Las prisas en el itinerario se fundamentaban en la posibilidad de poder contemplar de nuevo “la macaré”. Esa inexplicable ola de un metro de altura que precede a la marea que arrasa la amplísima bahía en pocos minutos, y que los más osados se atreven a navegar.  Este efecto solo se produce un par de días al mes.





Después de haber cumplido con Bretaña y Normandía, hace días que mi rumbo apunta al Sur, significativa señal de un regreso a la tierra amada, aunque no sé si corresponde decir  de vuelta a casa.  
Al pensar en el regreso, involuntariamente también se recapitula pensando en lo visto y vivido.  Memorables son los recuerdos de la Bahía de Arcachon y los cordones de dunas; de Burdeos, Patrimonio de la Humanidad; de La Rochelle y la isla de Ré.  Imborrables son los que deja Bretaña:  la Bahía de Morbihan, con sus playas y sus megalitos;  los acantilados de Raz y Crozón; la costa de Granito Rosa.  Emotivos  los de Normandía, con las mil caras de Mt. St. Michel y las históricas playas del Día D.

Una sensación general de tranquilidad y  seguridad  ha sido la constante en pueblos y ciudades, donde
la gran mayoría habita en casas con jardín, con todo a la vista, sin rejas ni vallas. Y ésto a pesar de una extraña ausencia de presencia policial.
Evidentemente otro cantar son las grandes ciudades como Burdeos, Nantes, Rennes, Caen o Le Mans, donde  poblaciones alrededor de  los 215.000 habitantes abarcan un terreno muchísimo mayor que las ciudades españolas debido a que habitan mayoritariamente en casas, dejando los escasos  bloques de pisos para los suburbios, más conflictivos.  En estas ciudades (sobretodo en la mitad sur de Francia), la diversidad étnica es muy amplia, abundando árabes y africanos, lo que provoca, mayormente por ignorancia y desconfianza, cierto estado de alerta. Salvo el pequeño incidente de Burdeos, esta alerta ha sido infundada.

El camino del regreso pasa por  LE  MANS, la ciudad de las carreras.  Claro que tiene un circuito muy bonito y un museo de automóviles muy interesante y vistoso.





Pero la ciudad tiene otros encantos. Si logras encontrar un buen aparcamiento con los servicios de agua necesarios para una estancia apacible,  a partir de ese momento solo habrá que preocuparse por divertirse y descubrir todos los rincones de la ciudad. Y Le Mans tiene ese aparcamiento especial para autocaravanas en el puerto fluvial, junto al centro histórico, aquí llamando “Cité Plantagenet” en honor al rey que la hizo grande.
Pasear por sus empedradas calles peatonales, entre antiguas casas de madera y  hermosos palacios de piedra, puede transportarte a otros tiempos. Si lo haces de noche, el viaje va más allá. Por todo el casco antiguo imágenes mitológicas se cruzarán en tu camino,





          Y  los monumentos se convierten en improvisadas pantallas de espectáculos de luz, imagen y sonido
                                                          Es la “Noche de las Quimeras”





que se repite durante todas las noches del verano. Un auténtico espectáculo, diferente y cautivador, que deja en segundo lugar a la grandiosa catedral, a las grandes murallas greco-romanas, a la Galería Egipcia y a otros reclamos turísticos.






Y si se estaba bien en Le Mans, al llegar a ANGERS, todo se desborda. La primera alegría llega al  encontrar, a la primera y sin referencias, un espectacular aparcamiento junto al río, con vistas a la fachada de la ciudad. Ésta se recorta sobre un promontorio, con el rio a sus pies, mostrando  sus mejores galas: la catedral y el castillo protegido por su inmensa muralla blanquinegra.
Con el primer paseo de contacto otra grata sorpresa. Un mirador público sobre el tejado del nuevo Teatro del Quai ofrece vistas  inmejorables sobre el castillo y la catedral, con el tranquilo rio entre nosotros. El paso de las horas y los cambios de luz, provocan un mágico cambio en el aspecto de la ciudad, como si diferentes ciudades fuesen siendo expuestas para su contemplación.





Al adentrarme en el centro voy descubriendo plazas y callejones, palacios y casitas,  el tranvía.  La alegría va en aumento y decido celebrarlo tirando la casa por la ventana y tomándome una caña. Los 3 euros me saben a triunfo, pero me saben a poco, y en el siguiente local que se me cruza vuelvo al despilfarro.
La tarde se ha convertido en una de esas… donde todo es alegría, todo es mágico y todo vale.
De regreso a casa, ya anochecido vuelvo a subirme al mirador del Teatro para descubrir la ciudad bajo la luz de los focos. Pero las sorpresas no acaban ni en casa. Al conectar el ordenador descubro que dispongo de wifi gratuíto. ¿qué más se puede pedir en una tarde?





Angers una ciudad abierta y espaciosa, con el río Maine, afluente del Loira, integrado en ella, me recuerda a Burdeos.  Inmensos espacios verdes se extienden al borde de la ciudad, con lagos, playas, centros náuticos, senderos, carriles bici, parques. Todo lo necesario para desconectar sin necesidad de salir de la ciudad. Un carril bici al borde del río conecta la ciudad con la ciclo-ruta del Loira.
Me ha seducido hasta el punto que llevo aquí anclado una semana. Pero mañana levanto anclas para recorrer el Loira y sus castillos, zona declarada Patrimonio de la Humanidad. Y como me queda algo de humanidad, voy a ver mi patrimonio.


       "Quien no tiene sueños que se prepare para tener dueños"



PD: espero que las vacaciones os hallan llenado de alegría y energía. Pronto volveremos a vernos.