El agosto, el mes del sol, las
playas y los turistas, se acaba. privilegios que he podido disfrutar.
Comenzó en la Costa de Granito Rosa, uno de los motivos principales de
mi insistencia en volver a Bretaña. Y si mi memoria es famosa por su inconsistencia,
esta vez no me ha engañado. Si las playas y acantilados vistos hasta el momento han sido
de vuestro agrado, aquí os dejo una ínfima muestra de lo que por aquí se
esconde
Pueblos como TREGASTEL PLAYA se esconden entre estas moles de
granito, adaptándose a la caprichosa y espectacular orografía de la espectacularísima costa.
Millones de rocas se desperdigan llenado playas, calas, acantilados y bahías.
Con la luz apropiada su color rosáceo,
combinado con el profundo azul
del océano, se convierte en la postal perfecta. Si te bañas, se convierte
en el paraíso perdido. La horda de turistas veraniegos que lo llenan todo es un
pequeño inconveniente al que rápidamente
se acostumbra uno, acabando por integrarse.
Toda la costa está recorrida por el Sendero de Gran Recorrido GR 34, siempre
al borde del mar, siempre un espectáculo con vistas aseguradas.
.
TREGUIER, catalogada de Villa Histórica, se merece un
paseo y una escapada al interior.
Con aparcamiento habilitado junto al rio, ofrece mercado callejero (de los buenos) de
día y conciertos en la plaza del pueblo por la noche. Todo se presentaba como
un plan perfecto.
Tras haber tirado la casa por la ventana en el mercadillo con regalos y comida local,
esperaba la hora de la sesión de noche poniendo al día mis cosas. De repente la
tranquilidad del parking se rompió con el ruido unos de camiones aparcando.
Al rato el ruido de motores cambió por el de una música a todo trapo. La
paz y la tranquilidad habían desaparecido, pero como la música no estaba mal,
yo seguí a lo mío. Pasado el tiempo, con las tareas acabadas y la curiosidad
activada, asomé la cabecilla para ver el
origen de tal fiesta: mis nuevos vecinos eran tres camiones habilitados como
vivienda, pero estilo compadre, con sus maceteros y su chimenea. Una banda de
franceses mezcla de hippies y alternativillos tenían montado un buen sarao.
Viendo la oportunidad, discretamente
salí al jardín de casa, el de césped que da al rio, a fumarme un cigarrito con
una cerveza. En pocos minutos una voz, en un castellano chapurreado pero
comprensible, me invitaba a beber con ellos. Se me escapó una sonrisita y un ¡claro!: se había producido el contacto.
Aquí comenzó una agradable tarde, rodeado de juventud, perros, cerveza,
vino y porros.
No sé por qué, pero siempre
acabo juntándome con los más buenos de la clase.
Al llegar la noche, recogimos la fiesta y nos fuimos al concierto. Antes
de llegar a la plaza, paré a mear en uno de los WC repartidos por toda Francia
y que tantas alegrías me han dado, pero esta vez iba a ser causa de la
desgracia. Al salir había perdido la compañía, de la que nunca más se supo.
Acabé el concierto lo suficientemente cocido, y me fui a dormir. A las 4 de la mañana, la música volvió a
atronar el parking, y no fueron 5 minutos, pero me volví a mi sueño. A las 8
volvió a sonar otra vez, supongo que llegó el rezagado del grupo.
Yo me puse en marcha a mi hora habitual, pues tenía faena: lavandería,
cargar agua, supermercado, visita al pueblo y seguir camino. Tenía marcadas
unas fechas que cumplir.
La ruta me devolvía de nuevo a
la costa, al CABO FREHEL, esta vez acompañado de la lluvia.
Todo el cabo es zona protegida y está prohibido pasar la noche, por lo que
improviso y acabo en un parquing del pueblo más cercano. No tengo ganas de
que a la hora de la cena venga la
Gendarmería y me eche o me multe y me eche. Y más cuando esta tengo una cena especial con unos invitados de
lujo que han venido a despedirse en mis últimas horas en Bretaña.
Esta noche toca fiesta, aunque la música sea la de lluvia sobre mi cabeza.
Pero de aquí no me voy a mover
hasta que no vea un sol resplandeciente en el cielo, pues el Cabo merece ser
visto en condiciones: acantilados, playas, su correspondiente faro , y finalmente un fuerte militar, el
Fort La Latte. Todo ello unido por el
mítico GR 34.
Tras despedirme de Bretaña, vuelvo a la Normandía para cerrar el círculo.
DINARD: antiguo pueblo
de balnearios y de descanso, hoy está volcado al turismo, con una concurrida playa urbana y la “Promenade du Clair de Lune”, espectacular
paseo alrededor de un promontorio rocoso bañado por el mar.
Al otro lado de la bahía se levanta SAINT MALO, que en sus tiempos fue un gran puerto
estratégico en la defensa de la costa y
en las expediciones pesqueras a Terranova.
Sus fortificaciones se extienden por varias de las islas que cierran la
entrada a la bahía.
La incertidumbre de encontrar aparcamiento en St. Malo y los escasos 10
kms que la separan de Dinard, me convencieron para instalarme en el tranquilo y
solitario parking trasero del Lidl. Desempolvé la bici y ataqué mi destino con
decisión, por el único camino conocido, una autovía.
El día fue una sucesión de sol, nubes solitarias y chaparrones
traicioneros, pero el espectáculo que se desarrollaba ante mi lo compensaba con
creces
Quiso la Ley de Murphy, que volviendo, en mitad de la autovía y para
redondear el día, el cielo me regalara una T-O-R-M-E-N-T-A que me dejó
tiritando en la puerta de casa. Tras poner la calefacción, cambiarme de ropa y
una buena dosis de vino, todo volvió a su temperatura.
Me quedaba DINAN, antes de
llegar al plato fuerte. Pero eso viene luego.
Dinan está catalogada como “Villa Histórica Medieval” y “Ciudad de Arte
e Historia”, por lo que había que
comprobar tanta distinción. Con medio millón de visitantes al año, sus calles
peatonales y adoquinadas, llenas de casas de entramado de madera, presentan este
aspecto en verano
En la parte alta está la villa medieval, con su castillo, sus murallas
y sus iglesias, y en la parte baja está el puerto fluvial y mi aparcamiento
El círculo mágico se cierra de nuevo en
MONT SAINT
MICHEL. Su visión nunca es
suficiente, aunque el precio esta vez fue otra ¡¡¡ TORMENTA !!! que volvió a inundar los cimientos de mi
cuerpo, con barro incluido.
Las prisas en el itinerario se fundamentaban en la posibilidad de poder
contemplar de nuevo “la macaré”. Esa inexplicable ola de un metro de altura que
precede a la marea que arrasa la amplísima bahía en pocos minutos, y que los
más osados se atreven a navegar. Este
efecto solo se produce un par de días al mes.
Después de haber cumplido
con Bretaña y Normandía, hace días que mi rumbo apunta al Sur,
significativa señal de un regreso a la tierra amada, aunque no sé si
corresponde decir de vuelta a casa.
Al pensar en el regreso, involuntariamente también se recapitula
pensando en lo visto y vivido. Memorables son los recuerdos de la Bahía de Arcachon
y los cordones de dunas; de Burdeos, Patrimonio de la Humanidad; de La Rochelle
y la isla de Ré. Imborrables son los que
deja Bretaña: la Bahía de Morbihan, con
sus playas y sus megalitos; los
acantilados de Raz y Crozón; la costa de Granito Rosa. Emotivos
los de Normandía, con las mil caras de Mt. St. Michel y las históricas
playas del Día D.
Una sensación general de tranquilidad y seguridad
ha sido la constante en pueblos y ciudades, donde
la gran mayoría habita en casas con jardín, con todo a la vista, sin
rejas ni vallas. Y ésto a pesar de una extraña ausencia de presencia policial.
Evidentemente otro cantar son las grandes ciudades como Burdeos,
Nantes, Rennes, Caen o Le Mans, donde poblaciones alrededor de los 215.000 habitantes abarcan un terreno
muchísimo mayor que las ciudades españolas debido a que habitan
mayoritariamente en casas, dejando los escasos bloques de pisos para los suburbios, más
conflictivos. En estas ciudades
(sobretodo en la mitad sur de Francia), la diversidad étnica es muy amplia,
abundando árabes y africanos, lo que provoca, mayormente por ignorancia y
desconfianza, cierto estado de alerta. Salvo el pequeño incidente de Burdeos,
esta alerta ha sido infundada.
El camino del regreso pasa por LE
MANS, la ciudad de las carreras.
Claro que tiene un circuito muy bonito y un museo de automóviles muy
interesante y vistoso.
Pero la ciudad tiene otros encantos. Si logras encontrar un buen
aparcamiento con los servicios de agua necesarios para una estancia
apacible, a partir de ese momento solo
habrá que preocuparse por divertirse y descubrir todos los rincones de la
ciudad. Y Le Mans tiene ese aparcamiento especial para autocaravanas en el
puerto fluvial, junto al centro histórico, aquí llamando “Cité Plantagenet” en
honor al rey que la hizo grande.
Pasear por sus empedradas calles peatonales, entre antiguas casas de
madera y hermosos palacios de piedra,
puede transportarte a otros tiempos. Si lo haces de noche, el viaje va más
allá. Por todo el casco antiguo imágenes mitológicas se cruzarán en tu camino,
Y los monumentos se convierten
en improvisadas pantallas de espectáculos de luz, imagen y sonido
Es la “Noche de las Quimeras”
que se repite durante todas las noches del verano. Un auténtico
espectáculo, diferente y cautivador, que deja en segundo lugar a la grandiosa
catedral, a las grandes murallas greco-romanas, a la Galería Egipcia y a otros
reclamos turísticos.
Y si se estaba bien en Le Mans, al llegar a ANGERS, todo se desborda. La primera alegría llega al encontrar, a la primera y sin referencias, un
espectacular aparcamiento junto al río, con vistas a la fachada de la ciudad. Ésta
se recorta sobre un promontorio, con el rio a sus pies, mostrando sus mejores galas: la catedral y el castillo
protegido por su inmensa muralla blanquinegra.
Con el primer paseo de contacto otra grata sorpresa. Un mirador
público sobre el tejado del nuevo Teatro del Quai ofrece vistas inmejorables sobre el castillo y la catedral,
con el tranquilo rio entre nosotros. El paso de las horas y los cambios de luz,
provocan un mágico cambio en el aspecto de la ciudad, como si diferentes
ciudades fuesen siendo expuestas para su contemplación.
Al adentrarme en el centro voy descubriendo plazas y callejones,
palacios y casitas, el tranvía. La alegría va en aumento y decido celebrarlo
tirando la casa por la ventana y tomándome una caña. Los 3 euros me saben a
triunfo, pero me saben a poco, y en el siguiente local que se me cruza vuelvo
al despilfarro.
La tarde se ha convertido en una de esas… donde todo es alegría, todo
es mágico y todo vale.
De regreso a casa, ya anochecido vuelvo a subirme al mirador del
Teatro para descubrir la ciudad bajo la luz de los focos. Pero las sorpresas no
acaban ni en casa. Al conectar el ordenador descubro que dispongo de wifi
gratuíto. ¿qué más se puede pedir en una tarde?
Angers una ciudad abierta y espaciosa, con el río Maine, afluente del
Loira, integrado en ella, me recuerda a Burdeos. Inmensos espacios verdes se extienden al
borde de la ciudad, con lagos, playas, centros náuticos, senderos, carriles
bici, parques. Todo lo necesario para desconectar sin necesidad de salir de la
ciudad. Un carril bici al borde del río conecta la ciudad con la ciclo-ruta del
Loira.
Me ha seducido hasta el punto que llevo aquí anclado una semana. Pero
mañana levanto anclas para recorrer el Loira y sus castillos, zona declarada
Patrimonio de la Humanidad. Y como me queda algo de humanidad, voy a ver mi
patrimonio.
"Quien no tiene sueños que se prepare para tener dueños"
PD: espero que las
vacaciones os hallan llenado de alegría y energía. Pronto volveremos a vernos.