Dos meses. Han pasado dos
larguísimos y entretenidos meses desde mi última comparecencia.
Todo comenzó, supuestamente, allá por San Juan, en junio, cuando estuve en Rjukan, retozando por los montes del Parque Nacional Hardangervidda. Y parece que retocé tanto que algo en mi mecanismo se desajustó. Aparecieron unas molestias musculares en la zona del trapecio, a la altura del omóplato derecho.
Entrado el mes de julio, los dolores habían aumentado, en lugar de desaparecer. Lo que parecía una simple contractura, se había complicado con el supuesto pinzamiento de un nervio. Y ahora los dolores se extendían por la axila llegando hasta el codo.
Cualquier movimiento era un doloroso esfuerzo. Escribir era un suplicio, cocinar un tormento, sacar fotos una tortura. Pero aun así, tengo una buena colección de fotos y no he muerto de inanición. Pero nada de actividad física, ni excursiones ni deporte, y paseos los justos.
Todo comenzó, supuestamente, allá por San Juan, en junio, cuando estuve en Rjukan, retozando por los montes del Parque Nacional Hardangervidda. Y parece que retocé tanto que algo en mi mecanismo se desajustó. Aparecieron unas molestias musculares en la zona del trapecio, a la altura del omóplato derecho.
Entrado el mes de julio, los dolores habían aumentado, en lugar de desaparecer. Lo que parecía una simple contractura, se había complicado con el supuesto pinzamiento de un nervio. Y ahora los dolores se extendían por la axila llegando hasta el codo.
Cualquier movimiento era un doloroso esfuerzo. Escribir era un suplicio, cocinar un tormento, sacar fotos una tortura. Pero aun así, tengo una buena colección de fotos y no he muerto de inanición. Pero nada de actividad física, ni excursiones ni deporte, y paseos los justos.
Un mes de automedicación
acabó con todo el botiquín que traía: Miolastan, Ibuprofeno,
Gelocatil, pero no con el problema. Hasta que llegó Sofía con dos
cajas más de antiinflamatorios. Una fue suficiente para eliminar
los dolores definitivamente. Pero ha hecho falta un mes más para
asegurarme una curación completa, y recuperar movilidad y fuerza en
mi maltrecho bracito.
Ahora ya puedo aporrear
las teclas del ordenador. Ahora van a ser ellas las que sufran.
Imposible es recuperar
todas las sensaciones y momentos vividos desde la última vez en
Bergen.
Noruega da mucho de sí,
aunque intenta cobrárselo como sea: en la gasolina, en el
supermercado, en entradas, o en carreteras y ferrys imposibles de
evitar porque no hay más camino para seguir la ruta. Algunas
ciudades han situado unos peajes automáticos en todas sus entradas
y salidas, y mediante unos lectores y cámaras controlan todo
vehículo. Si llevas una tarjeta AutoPass, un chip te controla. Si no
la llevas, una cámara lee la matrícula y la factura la envían al
propietario del auto. Y lo mismo ocurre en ciertas carreteras. Y
todo sin tener que pararse ni reducir la velocidad.
Pero el verdadero tesoro
de Noruega es su descomunal naturaleza salvaje, y ésta suele ser
gratis.
Y hacia ella me dirigí
al abandonar Bergen, adentrándome de nuevo en el interior del
país, recorriendo sus altas cordilleras.
Cordilleras que siguen
bañadas por el agua salada de larguísimos fiordos, como el
Sognefjord, de 200 km de longitud y una profundidad que
alcanza los 1200 m. Aquí, pueblecitos de colores siembran la única
zona habitable, la orilla.
Es la misma orilla por la
que discurren la mayoría de carreteras, muy estrechas y sinuosas, y
encajadas entre paredes verticales y el agua. Muchas de éstas solo
tienen continuidad gracias a los inevitables ferrys que ayudan a
cruzar los fiordos.
Pero cuando los
ingenieros se ponen por faena no hay quien los pare. Igual que
construyen un gran puente colgante de 4 carriles sobre un fiordo,
construyen túneles sin más. Igual que cruzan una cordillera con uno
de 7 km (hay uno que alcanza los 24), la suben o bajan haciendo otro
en espiral. No tienen manías. Hasta rotondas bajo tierra para
distribuir varios túneles.
El fiordo Sognefjord es
tan largo que sus múltiples brazos se abren camino hasta los pies de
los grandes parques nacionales de montaña. El fiordo Luster
es una de sus ramificaciones finales. Desde su orilla puedes
adentrarte por carretera una veintena de kilómetros, remontando un
río, hasta llega al Glaciar Nigardsbreen, en el Parque
Nacional Jostdalen. Es uno de los muchos glaciares de este
parque, y quizás el más accesible.
El Lusterfjord acaba en
el pueblo de Skjolden, hasta donde suelen llegar cruceros
turísticos
Y desde aquí se toma
Carretera Turística Nacional
Sognefjell (“la
carretera sobre el tejado de Noruega”), que atraviesa en
Parque Nacional Jotunheimen (“Hogar de los gigantes”).
Otro parque plagado de glaciares y que incluye las cumbres más altas
del país: Galdhopiggen (2469 m).
El siguiente punto
remarcable de la ruta es uno de los lugares más famosos de Noruega:
Gerainger. Es el nombre de
un pequeño pueblo en el fondo de un fiordo, al que se llega por una
tortuosa y estrecha carretera, previo paso por el Mirador
Dalsnibba,
a 1500 m de altitud.
Pero
Gerainger es más conocido por ser el nombre de un impresionante
fiordo que ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la
UNESCO, y que recibe centenares de cruceros al año y autocaravanas a
miles. Este fiordo solo se puede recorrer en barco, pero a 30 € el
paseo.
Siguiendo
rumbo norte, y cruzando otro fiordo en ferry llegué a otra de las
Carreteras Turísticas Nacionales: Trollstigveien,
naturaleza a lo bestia.
Una
naturaleza que ofrece mil posibilidades para explorarla y
maravillarse, pero yo sigo sin poder hacer ninguna excursión.
Lesionado y dolorido, justo alcanzo a ver hasta donde puedo llegar
conduciendo, y con una mano.
Por
un momento abandono tanto verde para ver algo de piedra. Trondheim
es una de las grandes ciudades del país. Y ya lo era hace mil años,
cuando fue la capital del reino. De época medieval es su portentosa
catedral románica, única en Noruega, y lugar de enterramiento y
veneración del rey Olav, mártir y santo. Hoy es el patrón de uno
de los caminos de peregrinación más famosos de Europa, con casi
1000 kilómetros desde Oslo.
Pero
el cemento y los semáforos duran poco en este país. Y sin perder el
rumbo norte llego a otro de los 40 parques nacionales de Noruega, el
Svartisen. Tras un pequeño desvío aparco al pie del lago del mismo
nombre, que cruzaré en barco. Después, 3 km a pie me separan del
lago superior donde desagua el Glaciar Austerdalsisen
3
kms de ida y 3 de vuelta se convierten en 3 horas de excursión.
Ponerte a los pies de semejante monstruosidad sabiendo que está viva
y en movimiento, poder tocarla, incluso chuparla, es una experiencia
magistral, que me enseña la insignificancia de nuestra existencia.
Lástima no llevar una petaca y tomarme un whisky “on the rocks”
para celebrar la conquista.
Y
del frio al calor. Uno de los destinos favoritos de los noruegos son
las “cálidas y caribeñas” Islas Lofoten. Cálidas
porque están bañadas por la corriente del Golfo -y el agua no está
más fría que en La Coruña- y caribeñas por sus arenas blancas y
turquesas aguas.
Fue una semana de isla en
isla, de rincón en rincón, cada vez más sorprendido y maravillado
de tanto paraje idílico enmarcado en un agreste paisaje de
puntiagudas y verticales montañas.
Difícil elección es
seleccionar un lugar representativo. Yo me voy a quedar con dos, por
su personal significado.
Primero la zona de playas
entre Flakstad y Ramberg, en la isla Flakstadoy, donde
pase varios días
Junto a unos españoles
compartí mi primer auténtico Sol de Medianoche. Una inacabable
puesta de sol, que desde las 21 h hasta 2,30 de la madrugada me tuvo
con la vista fija en el horizonte, hasta que ocultándose tras una
montaña el astro Sol comenzó de nuevo su lento ascenso.
En ese rato hubo tiempo
de charlar, con unas cervezas; de cenar, con unos vinos; y de rematar
la faena con unas copas de cognac. Increible, indescriptible, magia
pura.
El segundo lugar es la
aldea de Unstad, en la isla de Vestvagoy, situada en
una pequeña bahía y protegida por altas paredes.
Es zona de surfistas
debido a sus famosas olas, pero también es conocida por una ruta
que, bordeando la costa por un estrecho, embarrado y resbaladizo
sendero lleva al encantador pueblo de Eggum. Son 7 kms de
peligroso sendero por acantilados y playas. Fue mi primera excursión
tras la lesión. No estaba recuperado, pero el esfuerzo valió la
pena, y el ejercicio pareció sentarle bien al brazo.
Incluso la simple
carretera iba regalando miradores y paisajes de postal.
El final de la ruta por
las Islas Lofoten, también Carretera Turística Nacional, marcaba el
final de mi soledad. En dos días llegaba mi costilla, Sofía. El
acontecimiento se produjo el 27 de julio a las 23,55h en el
aeropuerto de Tromso. La celebración del reencuentro duró hasta
altas horas de la clara madrugada, a no mas de 3 kilómetros del
aeropuerto, al borde de un mar plagado de islas que imposibilitaban
ver el infinito horizonte del océano.
Comenzaba el tramo final
de la misión. Básicamente carretera y paisaje, kilómetro tras
kilómetro, donde es imposible aburrirse. Hasta los renos se animan
a la fiesta como si de una escolta se tratase.
Finalmente, el día 2 de
agosto, tras 4 meses de viaje y 10.000 kms, llegué, junto a Sofía,
al
CABO
NORTE
La estancia en el aparcamiento está limitada a 24 h.
Fue un día frío - 4ºC – adornado con un gélido viento que
creaba una sensación aún más fría. Pero eso no iba a impedir la
celebración, que comenzó a las 12 del mediodía con un merecido
vermuth. Ya habíamos hecho nuestra primera visita a la famosa bola
del mundo, que sobre un acantilado de 300 m marca el Cabo Norte.
Aunque no es verdad, pues el verdadero “cabo norte”
es el que hay al lado, y al que se llega tras 3 horas de caminata.
Nosotros también estuvimos en el verdadero, aunque no es tan
espectacular.
Las visitas a la Bola se sucedieron a lo largo del día,
combinándolas con comida, merienda y cena.
La última a las 2,30 h de la madrugada ártica, dio
paso al último bocado del día: unos ricos frankfurts para recuperar
energía y seguir la celebración hasta pasadas las 4h.
Tras la conquista del
Norte europeo, iniciamos el inexorable descenso hacia Finlandia, a
la que llegaríamos en un par de días. Pero eso será otra historia.
El paso por Noruega se
salda con una interminable colección de recuerdos, casi todos
buenos, aunque como en toda aventura, siempre hay inconvenientes y
problemas a los que enfrentarse:
-Una multa por un absurdo
“mal” aparcamiento en Oslo: 500 nok *
-Un pinchazo y una rueda
nueva en Bergen: 3500 nok *
-Una contractura
convertida en tendinistis ???,
-Mucha lluvia.... y pocas
nueces, con un Sol esquivo hasta el aburrimiento.
-Unos precios abusivos,
que rozan el robo. Aunque lo más absurdo es que en los supermercados
no haya cerveza de alta gradación, ni vino ni bebidas espirituosas.
Solo se pueden adquirir en unas tiendas estatales, las Vinmonopolet.
*1 € = 9 nok
“Si
piensas que la aventura es peligrosa, prueba la rutina. Es mortal”
Anónimo