La
provincia de Málaga me recibió con tormentas y huracanes. Sus campos verdes
estaban saturados de agua, algunos incluso anegados. El mismo estado en el que acabó mi casa.
A
pesar de estar en su interior, y no ser ésta más grande que una autocaravana,
en un momento de despiste las goteras lo invadieron todo. Desde la claraboya
del techo un chorreo de gotas encharcaron el suelo y empaparon los asientos del
sofá; la ventana del comedor también rezumaba agua hacia la tapicería interior;
y la cama … pues con medio colchón en
remojo y una almohada húmeda por culpa de misteriosas filtraciones a través de
la puerta del maletero.Menuda nochecita achicando agua e intentando solventar el desastre. Por suerte solo fue agua, y con una buena ventilación todo volvió a la normalidad. A día de hoy, y a priori, todo ha quedado solventado con un poco de sellador de juntas. A la espera quedo de otra buena tormenta para ponerlo todo a prueba.
Esto
ocurría a orillas de la Laguna de
Fuente de Piedra, un complejo salino que la mayoría de veranos se seca,
dejando aflorar un espectacular manto blanco de sal. Pero durante la primavera,
esta Reserva Natural junto al pueblo homónimo, está considera como uno de los
mayores criaderos y reserva de flamencos de Europa.
Sin
mejoras en el aspecto meteorológico, me dirigí hacia el Desfiladero de los Gaitanes, más conocido como el Caminito del Rey, donde la
visita requiere reserva previo pago. Y allí me planté yo, bajo una impertinente
lluvia que me acompañó durante todo el
recorrido, que consta de dos estrechas y profundas gargantas separadas por un
ensanchamiento del recorrido.
Debido a un supuesto peligro por resbalones en las pasarelas colgantes que hay
en parte del itinerario, la travesía de la segunda garganta fue sustituida por
un paseo a través de un túnel. Afortunadamente el final del Caminito es
insustituible, y tan espectacular como parece.
Tras
5 días en ruta, más que en Andalucía, parecía estar en los Alpes. Hasta ese
momento frío, lluvia, lagos y desfiladeros habían sido mis únicos compañeros de
viaje; algo que llegó a ser, por momentos, la constante de un viaje pasado. Pero
cuando recalaba en alguna población, los bares y restaurantes, sus tapas,
raciones y frituras me devolvían a la incomparable realidad de España. Estaba
en Andalucía.
La
siguiente parada, algo más cultural, me llevó hasta el Conjunto Arqueológico de los Dólmenes de Antequera, a las
afueras de la ciudad. Considerados entre las mejores muestras megalíticas de
Europa, y con casi 6000 años de antigüedad, han sido incluidos en el Patrimonio
de la Humanidad (2016).
Y
por último El Torcal de Antequera,
Parque y Paraje Natural que muestra al visitante el caprichoso poder de erosión
del agua, la lluvia y el viento sobre un terreno kárstico. Magnífico sendero circular de 2 horas.
Finalmente llegué al centro de
todo este recorrido, la mismísima Antequera.
Prehistórica ciudad con un riquísimo legado artístico que va desde la Edad de
Bronce, y pasando por romanos (Antikaria)
y árabes (Antaqira), desde los dólmenes o la Alcazaba hasta un excelente
repertorio de iglesias barrocas. Y todo ello con la eterna silueta de la legendaria
Peña de los Enamorados de fondo, a la que algunos encuentran similitud con el
perfil de un indio tumbado. La imaginación no tiene límites.
Entre visita y visita a los
templos de la ciudad, el inconfundible sonido de las marchas procesionales de
Semana Santa se propagaba por las callejuelas del centro histórico. Parecía una
versión folclórica de “El día de la marmota”. Finalmente encontré, estupefacto,
el origen de tal despropósito. Estaban celebrando la “Semana Santa Kids”. Los límites de la realidad habían
superado los de la imaginación.
Y de aquí a la capital, Málaga. Otra histórica ciudad de
fundación fenicia y ocupada por griegos, cartagineses, romanos, árabes y hoy por
los guiris. Lamentablemente somos legión los visitantes que abarrotamos no solo
el centro de la ciudad, sino todo el área metropolitana y más allá. Unos
llegados en autocaravana, otros en crucero, y muchos en autocar. Ricos, pobres,
jóvenes o jubilados, nacionales y … muchísimos extranjeros. Todos poniendo
nuestro granito de arena para que esta ciudad acabe perdiendo su propia
identidad, y siguiendo los pasos de Madrid y sobretodo Barcelona, se convierta
en un parque vacacional de carácter anual.
Una vez aceptada la sorpresa, y
superada una realidad que sinceramente no esperaba encontrar en estas fechas …
esta es la Málaga que ofrece la panorámica que se obtiene desde el Castillo de Gibralfaro. De izquierda a derecha: Plaza de
toros, Ayuntamiento neobarroco, Museo de
Málaga, Alcazaba y Catedral renacentista.
Junto con el sol, la playa y el pescaito frito, son suficiente carta de presentación para una ciudad que merece una
vista y un lento paseo para empaparse de
su esencia y cultura, de sus detalles y su gente, abstrayéndose de
inconvenientes insalvables.
Mención aparte para la extraordinaria
colección de iglesias que se reparte por toda la ciudad. Feas o muy feas en su
exterior, encajadas y casi ocultas por un entramado urbano que se pega a ellas,
en su interior esconden un tesoro barroco que sorprende al visitante.
Con una inabarcable muestra de
imaginería religiosa que desprende una sensibilidad y sentimiento que va más
allá del puro arte, y que encuentra su
máxima expresión cuando se exhibe durante la Semana Santa.
Recorriendo el este de la costa malagueña, una cita ineludible se encuentra en Nerja, con sus acantilados, su famosa cueva y el mítico barco de Chanquete, que sigue haciéndonos recordar aquel verano de 1980.
Y próximos al mar, pero ya encaramados
a la Sierra de Tejeda, Alhama y Almijara, se desperdiga una colección de
blancos pueblos donde las cuestas y las escaleras son habituales. Frigiliana es uno de ellos. Con
unas magníficas vistas y un barrio mudéjar con varios premios por su
conservación, quizás peque de sobreexplotación y masificación turística.
Canillas de Aceituno es otro ejemplo de pueblo serrano.
Mucho más tranquilo pero igual o más atractivo, su variada oferta turística va
desde la naturaleza a la gastronomía. Se
puede ascender a La Tejeda o Maroma, el techo de la provincia (2069 m alt) o
recorrer la Ruta del Saltillo, y luego reponer fuerzas con un inmejorable chivo
lechal asado al horno de leña (especialidad) o también frito.
Las malas condiciones
meteorológicas, potenciadas por una enorme masa de polvo sahariano en
suspensión, me obligaron a descartar las excursiones, pero no me privaron de
disfrutar del chivo que se cocina en el restaurante “La Sociedad”.
Gracias a todos por acogerme
y soportarme durante todo un día.
Tres días después, y
de nuevo en Málaga, la nube sahariana
seguía manteniendo este tétrico paisaje. Son las 6 de la tarde.
“En un universo
de ladrones, el único pecado definitivo es la estupidez”
Hunter
S. Thompson, “Miedo y asco en Las Vegas” - 1971