Tras
partir el 3 de abril, cierta opinión comienza a fraguarse sobre este país tras
20 días de viaje, aunque 6 de ellos hayan transcurrido en Roma. Pero siendo la
capital creo que debería ser un referente fiable para las próximas semanas, o
no.
El
trayecto elegido para llegar hasta este nuevo destino ha sido marítimo. 20
horas de monótona navegación desde Barcelona a Civitaveccia (Roma), a excepción
del paso por el Estrecho de Bonifacio,
que nos proporcionó entretenimiento durante 1 hora con bellas vistas de
las islas de Córcega y Cerdeña.
La
fortuna hizo que pudiese desembarcar el primero, pero ésta se esfumó a los 100
m de recorrido, cuando la aburrida policía de aduanas eligió al primer cordero
que asomó la cabeza para llevarlo al matadero. Tras varias preguntas y
comprobaciones decidieron poner a trabajar al perro antidroga de servicio. Al
pobre animal se le pusieron los ojos en blanco, aunque no soltó ni un ladrido.
Debe
ser que a la tapicería aún le queda humo pegado del verano pasado. Este
contratiempo alargó las preguntas y registros durante media hora, hasta que la
enésima negación de portar cualquier sustancia prohibida les hizo desistir de un registro integral que podría durar varios
días.
Salvado
el escollo me dirigí a mi primer destino, un breve alto en el urgente e
ineludible camino a Roma, ya que quería tenerla finiquitada antes de su
invasión durante la Semana Santa.
La
Necrópolis etrusca de Cerveteri (Patrimonio de la Humanidad) fue
la primera visita. Una extensa ciudad de los muertos con enormes construcciones
circulares, cuya función era servir de vivienda al difunto en el otro mundo.
Recorriendo
sus calles se repetía en mi mente la imagen de la ciudad perdida de King Kong.
Con
el gorila dando vueltas en mi cabeza, cansado del viaje, aturdido por un idioma
desconocido y nervioso por el nuevo reto, me dirigí a Roma.
Habiendo
conseguido aparcamiento con relativa facilidad no me entretuve mucho con la
comida, tras la que me dispuse a ubicarme en la ciudad. 1 hora de viaje y dos
transbordos: metro-bus-metro.
Toda
la tarde para comprar el bono de transporte adecuado (7días/24€), un
diccionario y una tarjeta pre-pago adecuada para el modem durante mi estancia
en Italia, además de un mapa en
condiciones en la Oficina de Turismo. Y
para casa. Cero turismo, aunque
apabullado por lo que pude entrever.
Al
día siguiente comenzaba “la conquista” de Roma, prolongada durante 6 intensivos
días. Madrugando siempre entre las 5 y 7 am., con un buen desayuno en el cuerpo
y el bocata en el zurrón, me marchaba a descubrir la ciudad.
Pero
hay un dicho: “Roma, non basta una vita !!!” (“Una
vida no es suficiente para Roma”). El número, grandiosidad y variedad de monumentos lo certifica, por lo
que hay llevar preparada la lección.
Bastan unas horas visitando los magníficos e insuperables monumentos romanos
que se mantienen en pie,
contemplar sus
tremendos mausoleos y recorrer los interminables restos arquitectónicos del Foro
para deducir
que el romano fue un gran imperio,
poderoso, inteligente y rico. Y hoy, sus
descendientes siguen viviendo del legado que los antiguos les dejaron en herencia.
Legiones de turistas
se pasean por sus calles y se apelotonan en sus monumentos, todo fuertemente
protegido por la operación “Strade
Sicure” del ejército. Y aún no ha llegado la Semana Santa.
Roma se ha
convertido en una ciudad temática, invadida durante todo el año por los
turistas, como le ocurre a Venecia o a
la misma Barcelona.
El
apabullante legado romano convive con el
que han ido dejando otros a lo largo de los siglos. Es el caso, por ejemplo, de
la Columna trajana, del año 113, que sigue en pie frente a la enorme mole del
Altar de la Patria, inaugurado en 1911. Sólo una calle los separa, pero con 20
siglos de distancia.
Durante
este tiempo, artistas/arquitectos han ido perfilando la imagen de una ciudad
reconocible gracias a los documentales,
al cine o a las novelas, tan bien vendida que todos quieren ver y
tocar.
Piazza
di Spagna: construida por los franceses en 1725, tomó este nombre por
la embajada española ante la Santa Sede
del Vaticano que allí se encontraba y que todavía sigue abierta. Es uno de los
lugares predilectos por los turistas
para sentarse al sol a descansar, colapsando la escalinata, y la plaza también.
Piazza
Navona: emblemático lugar lleno de palacios, fuentes e iglesias, donde
artistas como Bernini o Borromini se enfrentaron a través de sus obras. Destaca
la Fuente de los Cuatro Ríos, obra del primero.
Pero
en la Ciudad Santa la religión juega un papel muy importante, representado por
centenares de iglesias y basílicas de todas las épocas y facturas. Entre todas
ellas podría destacar por su importancia,
espectacularidad y desmedida ostentación la de il Gesù. Su interior,
decorado en oro y mármol, era un reclamo para atraer a los fieles, igual que a
las urracas. El despilfarro máximo se concentra en la capilla donde está
enterrado el español S. Ignacio de Loyola, fundador de la orden de los
poderosos jesuitas.
Una
espectacular pintura en trampantojo en la bóveda completa el apabullante
escenario.
La Iglesia
Nueva es de las menos afortunadas por la fama, aunque su decoración bien merece
la visita.
Pero el premio
gordo se lo lleva la Ciudad del Vaticano, el Estado soberano “más pequeño” del mundo al que le
falta tamaño y le sobra riqueza y visitantes. Entre dos y tres horas de cola
para visitar sus dos grandes tesoros (Basílica de S. Pedro y Museos Vaticanos)
a no ser que te levantes a las 5 para ser el primero de la cola. Pero si no
quieres madrugar puedes optar por comprar in situ un tour guiado
al doble del billete básico, y así te podrás librar de gran parte de la espera.
Todos hacen negocio, la Iglesia la nº 1.
La Basílica de
S. Pedro, de extraordinaria arquitectura rematada por Miguel Ángel, es la 2ª
basílica por tamaño del mundo (187 m
long., y capacidad para 60 mil personas).
La 1ª está en Costa de Marfil !!!.
Su interior
guarda reliquias, tumbas y obras de arte de todas las épocas, formas y tamaños.
Pero donde verdaderamente se almacenan es en las 1500 salas de los Museos
Vaticanos, imposibles de recorrer en un
sólo día. Y a pesar de ello somos miles los curiosos que a diario recorremos
sus atascados pasillos y salas como una procesión de zombis poseídos, parando
sólo ante una obra reconocida para tomar una foto.
Fotos que están
prohibidas en la Capilla Sixtina, donde los aborregados zombis somos conducidos
hasta el centro de la sala por un ejército de ujieres que no para de gritar
-AVANTI !!!, NO FOTO !!! -.
Es la misma imagen que se ve en las películas de John Wayne cuando, con
10.000 cabezas de ganado, atraviesa el
pueblo por la calle principal hasta
conducir el rebaño al corral, donde las reses comienzan a dar vueltas hasta
perder la inercia de la marcha. Pues nosotros igual, vueltas y vueltas en círculo contemplando la explosión de color que se
desparrama por las paredes y el techo de la Capilla.
Un fabuloso punto y final a 6 maravillosos días
de “lucha y conquista”, donde hubo tiempo para encontrar la extravagancia,
siempre presente. Sea en una antigua tumba del Renacimiento
o en el diseño de un moderno
Auditorio del s.XXI con forma de
cucaracha.
Y tras la
batalla, llega el descanso del guerrero. Yo encontré mi hueco de paz junto al Lago
de Braccia, de origen volcánico, donde recuperé el aliento para seguir
la ruta.
Unos cuantos
kilómetros al volante me han servido para confirmar la mala fama que los
italianos tienen al volante, nada comparable con los criticados portugueses.
Aquí las líneas continuas no significan nada.
Pero es en la ciudad donde se aplican al máximo en su actitud. Si caben
dos en un carril, mejor que uno, y si no caben se invade el carril contrario.
Si supuestamente hay varios carriles (no suelen estar pintados) la locura
aumenta y comienza el dominio del “más valiente” y del que pita más. Aunque si
no tienes mucha prisa te puedes ir comiendo un rico cucurucho con dos bolas de
helado mientras avanzas lentamente por atascadas calles y avenidas. Hablar con
el móvil es la infracción menor.
Y si eres
peatón se aplica la misma fórmula. Sólo cruza la calle el valiente que se lanza
al paso de cebra, que una vez en él los conductores suelen parar.
La sorpresa
desagradable ha llegado con la carretera, cuyo asfalto viejo, bacheado,
agrietado, roto y parcheado es el pan de cada día en pueblos, ciudades,
carreteras y autovías. Y con este plan, el tintineo de la vajilla y el crujir
de los muebles es el soniquete que me acompaña al volante entre parada y parada.
Una de éstas
tuvo lugar en el Palazzo Farnese, en el pueblo de Caprarola. Una
gran construcción pentagonal donde todas sus estancias están cubiertas por
deslumbrantes frescos manieristas.
La ciudad de Viterbo
fue la siguiente víctima. Con un centro histórico amurallado, fue residencia
papal durante el s.XIII, época de la que proviene uno de sus atractivos: el Palazzo
dei Papi.
Algunos siglos
después se construyó el Palazzo dei Priori (palabra que para algunos
tiene más de un significado), sede del actual Ayuntamiento, y donde los
pintores también hicieron unos buenos acabados.
Y como broche a
este primer tramo, la espectacular Orbieto, donde el Papa
Clemente VII se refugió en 1527 mientras nuestro Carlos V saqueaba Roma. La
ciudad se levanta sobre un promontorio escarpado
donde el Papa
mandó excavar profundos pozos para abastecerse de agua ante un posible asedio
español. Este es el Pozo S. Patricio, de
53 m de profundidad y con una doble rampa
en hélice para llegar al fondo.
Pero la joya de
la ciudad es el Duomo o Catedral, con una fachada que recuerda un
elaborado retablo.
Saludos
y hasta la próxima
PD:
dedicado al Fresa de Tarazona.