Al
entrar en Galicia todo se nubló. Los cielos zamoranos, de nubarrones que
abarcaban toda la gama que va del blanco al morado, se habían transformado en
monótonos y tristes grises. Un panorama capaz de agriar el carácter al
forastero no acostumbrado a esta habitual situación que puede persistir durante
semanas. Y para rematar el cuadro, la lluvia. Un elemento de impredecible
previsión que siempre está ahí para joder, bien en forma de un eterno y cansino
orballo, o como cortos y sucesivos
chaparrones que parecen más un “riego gota a gota” sobre todo y todos.
Y
si no tenía bastante con la meteorología,
también hizo acto de presencia la impertinente Ley de Murphy, que siempre
llega para joder. En una semana que
había planteado de austeridad económica, me encontré en Allariz con la Festa
do Boi. Y la economía se fue al carallo.
Siendo
lunes, y tras haber pasado el fin de semana ya de fiesta, el pueblo seguía volcado
en un festejo donde el plato principal es el buey. Aquí lo sirven vivo y atado a una soga que manejan unos 10 mozos, quienes los pasean a gusto por todo el casco
viejo. Se trata de una auténtica bestia,
un tremendo ejemplar al que se podría mirar directamente a los ojos, sin bajar
la mirada y si el valor lo considera
oportuno.
El
centro de la fiesta está en la Plaza Mayor, llena de bares y restaurantes, por
la que suelen pasar varias veces los mozos y donde la mayoría de asistentes se
concentra alrededor de la bella iglesia románica. Eran las seis de la tarde,
las calles estaban ambientadas y los bares llenos. Recuerdo que era lunes (28 de mayo), y el “paseíllo” no comenzaba hasta
las nueve. La juventud, falta de emociones, esperaba la hora con ansiedad, para
transformarla posteriormente en una explosión
de adrenalina “corriendo” delante del boi.
Al
animal también lo sacan de paseo en sesión matutina (8h), para que la
chavalería se sacuda las lagañas corriendo y burlándolo antes de dirigirse al
colegio, al que llegan con un subidón de adrenalina tal , que no me gustaría
ponerme en el pellejo del profesor ante la necesidad de controlar a los
muchachos y ganarse su atención.
El
turismo en solitario es agradecido, vas y ves lo que quieres, te regalas a tu
ritmo, quemas la cámara de fotos y no tienes que dar explicaciones ni recurrir
al “espera” o “ya voy”. Aunque en
fiestas, lo que apetece es divertirse compartiendo cachondeo, litros de cerveza
o calimocho, o unos pinchos y unos vinos. Todo me vale. Pero todo no puede ser
perfecto, se vive y disfruta como se puede, y como dicen por aquí, “con vino se
anda el camino”. Evidentemente la adaptación al medio es lo primordial, y
siendo lunes o domingo, la fiesta es la fiesta: cañas, quinto o botellín,
ribeiro, albariño o tinto; lo que encarte y como se llame.
En
los alrededores del pueblo, escondido en el Bosque de O Rexo, el artista vasco Agustín Ibarrola ha
vuelto a dejar su colorida y original huella.
Una
rápida pasada por Celanova me
permitió visitar el Monasterio de San Salvador, aunque dedicado al patrón de la
ciudad San Rosendo. Es un inmenso lugar que esconde en su interior varias joyas
que se descubren en una interesante visita guiada. Una de ellas es la diminuta
capilla de S. Miguel, lo único que queda en pie del edificio original del s.X.
Volviendo
a la ruta, pero a pocos kilómetros, resalta en el perfil del paisaje el torreón
de Vilanova dos Infantes, con
un coqueto e interesante conjunto urbano
medieval.
La
estancia en Ribadavia
confirmó la existencia generalizada de una arquitectura pétrea, dura, capaz de
aguantar el frío y el orballo, y con
un tono gris muy a juego con el del cielo que me acompañaba.
Un
pueblo con amplio calendario de fiestas y festivales, siendo el dedicado al
vino de Ribeiro, al parecer, uno de los
más destacados ya que le han dedicado un gran monumento bastante obvio. Es un
reclamo que se traslada a bares y restaurantes de forma explícita.
Salvaba
el problema meteorológico la eterna presencia del verde de campos y montañas
allá donde miraba. Era realista y sabía que todo cambiaría con la llegada de
los rayos de un sol que se estaba haciendo de rogar demasiado. Así que mientras
esperaba pacientemente, iba acumulando kilómetros y descubriendo aquí y allá
pequeños rincones de belleza natural muy variada.
Uno
fue la Pena Corneira, un
Monumento Natural en el que sorprende el tamaño y la cantidad de rocas o bolos dispersos en un entorno, que como
muchos otros en Galicia, ha sufrido la devastación del fuego.
Otro
fue la Ruta del Pozo dos Fumes, que con
un circuito alrededor del pequeño pueblo de Pazos de Arenteiro, copia
el curso de un encajonado y asalvajado riachuelo discurriendo siempre por un
frondoso bosque.
Ourense
capital está bañada por el amplio y caudaloso río Miño, cruzado por multitud de
puentes de todos los tipos y épocas.
No
teniendo mucho que visitar, dediqué el domingo para regalarme un día de “vacaciones”,
aprovechando la coyuntura para ver las
carreras del mundial de motos y probar
algo de la cocina gallega.
Si
algo hay que destacar de la ciudad son sus sorprendentes baños termales, hasta entonces desconocidos para mí. A lo
largo de la orilla del río son diversos los manantiales existentes, que han
sido reconducidos a diversas piscinas termales totalmente equipadas y
gratuitas. Una de ellas se encontraba a escasos 300m del aparcamiento habitual
para autocaravanas, por lo que se convirtió en habitual un baño matutino para
comenzar el día. Gran parte de los jubilados que ocupaban el aparcamiento,
pasaban charlando y en remojo toda la mañana.
Pero más sorprendente fue la piscina termal de As
Burgas, en pleno centro histórico y también de uso libre.
No podía faltar la catedral de turno que, como todas,
regala tesoros y esconde sorpresas para su visitante.
El
regalo lo dejó uno de los canteros que trabajó aquí, quien firmó una de las
portadas de acceso con este original capitel.
La sorpresa, más bien desagradable, llega con este
Cristo de madera, recubierto de piel natural.
El
detalle cultural lo pone un reputado belén expuesto permanentemente en otro
punto de la ciudad, la Capilla de S. Cosme, con un claro ejemplo de tradición
popular y donde no sólo se adora al
Niño.
Tras
una larga semana de estancia en la ciudad, obligado por una impertinente e
imprevisible lluvia pero bien sobrellevada por una amplia oferta de
restauración y unos más que saludables y relajantes baños en las termas, vuelvo
a la carretera.
9 de junio:
La
larga estancia en Ourense, con algunos días sin salir de casa, hace que el
cuerpo pida campo y ejercicio. Encuentro lo que busco en el pueblo de Esgos, donde comienza la Ruta
del Camino Real. Un pequeño recorrido de 9 kms por un bosque del que rezuma
agua hasta de las piedras. Un entorno de cuento y leyendas, de meigas y duendes,
tan atractivo que ni el trazado del Rally de Ourense se resiste a él.
Ha
sido una soleada, larga y entretenida mañana, un sorpresivo regalo que Galicia ha
guardado hasta el día de mi cumpleaños. Son cuatro docenas de castañas bien
hermosas las que me caen hoy. El regreso del sol ha sido el presente que mejor
me ha sentado. Su luz y calor son un bálsamo recuperador sin precio.
De vuelta a casa … sólo queda comenzar la fiesta. - ¡¡¡ Va por ustedes ¡¡¡ -.
Al
día siguiente volvió a lucir el sol, aunque el que se levantó nublado fui yo.
Una espesura gris envolvía mi cuerpo, y los restos de la fiesta, repartidos por
toda la casa, eran bastante evidentes. Pero no había tiempo que perder. No iba
a desperdiciar un radiante día, un cielo azul que pedía a gritos marcha.
Y
eso fue lo que hice. En media hora estaba rumbo a la Ribeira Sacra, una de las comarcas más reputadas de toda
Galicia, tanto por su naturaleza y su historia, como por sus ricos vinos.
La
primera parada fue en el Monasterio de Sto. Estevo do Sil, el más grande e
importante complejo monacal de los 18 que se pueden encontrar por estas
tierras. Su atractivo y ubicación es tal que en el año 2004 se convirtió en
Parador de Turismo.
El
encargado de elegir los lugares para abrir nuevas instalaciones de la cadena de
Paradores de Turismo de España tiene buen ojo y mejor gusto. El río Sil
discurre unos centenares de metros por debajo del Monasterio, en un profundo cañón bordeado por una estrecha y serpenteante
carretera que va dejando ver pinceladas, gracias a varios miradores, del
magnífico espectáculo que el curso del río brinda al visitante.
Parada
do Sil tiene el
mirador más alto, y posiblemente, el más espectacular y mejor accesible.
Castro
Caldelas, presidido por un elegante castillo y
con una deliciosa repostería llamada bica
amantecada.
Desde
aquí se puede acceder a otro mirador y al único puente que permite cruzar el
Cañón. Pero para ello hay que descender hasta sus profundidades y volver a
remontar sus paredes.
Decidí seguir remontando el curso del río hasta
llegar a A Pobra de Trives, donde un desvío de 21 kms me llevó hasta
Cabeza de Manzaneda
(1778 m alt), cima que ahora acoge una estación de montaña. Su nombre quedó
grabado en mi memoria hasta el fin de los días como uno de los que durante la
EGB te machacaban mecánicamente en las clases de geografía.
Por
fin iba a conocer la montaña cara a
cara, y a fondo, pues incluso me acosté con ella. Pero a la mañana siguiente se
mostró muy fría conmigo, aunque antes de marcharme me regaló este algodonoso
amanecer.
La
última parada antes de cerrar el periplo por esta provincia fue en el Santuario
de N. S. de As Ermidas, más espectacular por el entorno que lo acoge que por el
santuario en sí. En el fondo del Cañón del río Bibei y rodeado de verdes
montañas, es otra visión magistral de la naturaleza y geografía gallega.
“El
hombre es como el vino. La edad agria los malos y mejora los buenos”
Cicerón