El
paso por esta provincia fue más bien fugaz, siguiendo una ruta que no intentaba
abarcarla en su totalidad, sino que estaba diseñada para llegar a tiempo a una
de las fiestas de la ciudad de Lugo, para enlazar posteriormente con la “Noche
Templaria” de Ponferrada (León). Pero vayamos poco a poco, kilómetro a
kilómetro.
La
primera parada en esta provincia fue en Monforte
de Lemos, la única de las ciudades gallegas exploradas que se extiende sobre
terreno plano, sin cuestas, escaleras ni colinas que siempre hacen más cansina
la visita. Aunque hay una excepción, y en este caso se encontraba en el Monte San Vicente, donde se levanta la antigua Torre
del Homenaje y el Parador de Turismo, que ocupa el Pazo dos Condes y el
Monasterio de S. Vicente. Se tarda más en leer estas líneas que ver lo que hay
allá arriba.
El resto de la ciudad ofrece algunas visitas de
cierto interés, no muchas, todas de pago, y no baratas.
El Colegio del Cardenal, llamado el “Escorial gallego” por su tamaño (110 m de fachada) puede ser
interesante si te va lo de la arquitectura, las iglesias y el arte (potente
retablo y un par de cuadros de El Greco). En vista guiada por 4€, las fotos
están prohibidas. Pertenece a la Casa de Alba y está ocupado por un colegio
de escolapios.
El Convento de las Clarisas es más de lo mismo. Vista guiada
por 6€ y fotos no permitidas. Un excelente Museo de Arte Sacro y un variado
repertorio de pastas y tartas que las monjas de clausura venden a través de un
antiguo torno.
Siguiendo con rumbo norte llegué a Portomarín, lugar de parada y fonda para muchos de los que
recorren el Camino de Santiago. Este pequeño pueblo basa gran parte de la oferta
turística y de su economía en el alto volumen de “peregrinos” que lo vistan. La
oferta de bares y restaurantes, y de clásicos albergues u otros tipos de
alojamiento es interminable.
Su coqueto y diminuto centro (una calle son soportales,
plaza con iglesia y ayuntamiento) tiene una ubicación con vistas al embalse de
Belesar, haciéndolo merecedor de un alto
en el camino. Y si se dispone de un área de servicios para autocaravanas en el
mismo centro … todo parece perfecto.
Aproveché la ocasión para ver la primera estación de
penitencia de la selección española en el Mundial de Rusia: España 3 – Portugal 3.
Deshaciendo el Camino, llegué a Sarria, otro de sus renombrados puntos de paso con hospedaje
y restauración pasa satisfacer a un ejército, pero tras darle un paseo no le
encontré nada interesante salvo una lavandería autoservicio. Algo decepcionado visité
el cercano Monasterio de S. Julián de
Samos, que impacta tanto por su tamaño como por su precio de visita: 5€
por una corta visita guiada de 40´ que muestra algunos de sus lugares de mayor
interés, como la iglesia o un claustro totalmente decorado con frescos del
s.XX.
Mientras tanto . . . la
fiesta había comenzado en Lugo.
Tras ciertas investigaciones y autoconvencerme con poco
esfuerzo, había modificado el ritmo y sentido de la ruta para poder llegar a
tiempo de constatar lo que me habían “vendido” los carteles promocionales de “Arde
Lucus 2018”, que hacía semanas que me perseguían. Los encontraba en escaparates
de tiendas y cristaleras de bares, en los accesos de museos y monumentos, e
incluso en paneles informativos públicos.
Técnicamente se trata de la conmemoración de la fundación de
la ciudad en el año 15 aC a partir de un campamento de las legiones romanas, y
de la recreación de la reñida convivencia que durante 5 siglos mantuvieron con los castreños autóctonos y “salvajes”.
En la práctica, se trata de una espectacular fiesta de 3
días (15-17 de julio) en la que la
población local se involucra totalmente, convirtiendo el evento en una especie
de carnaval monotemático durante el cual el 80% de los paisanos viven
disfrazados, participando en desfiles o simplemente disfrutando de la fiesta y
las actividades, paseando por las calles o yendo de bar en bar.
Y a pesar de que se pueden encontrar múltiples recreaciones
de las más variadas indumentarias, éstas acaban perdiendo su magia y encanto
con accesorios extratempóreos.
La lista de actividades era interminable, con un programa de
fiestas de más de 50 páginas imposible de gestionar. Por eso lo mejor era
dejarse llevar, pasear sin rumbo e ir sorprendiéndose por el camino con
esta falange romana que, haciendo maniobras de combate, se paseaban por la calle ante el asombro y
deleite de los transeúntes recién aterrizados en este “mundo”, donde el
ambiente que se respiraba y vivía era bastante realista, trasladándote, con
algo de imaginación, a un antaño que dejó tanta huella en nuestra tierra. La performance llegaba al punto de haber
levantado por todo el centro multitud de campamentos de ambos bandos, donde los esforzados guerreros encontraban su
espacio de descanso y avituallamiento. Algunos de estos recintos mantenían sus
puertas abiertas al público,
pero llegada la hora se
convertían en espacios privados, y todas esas viandas quedaban fuera de
alcance.
Era la señal para dirigirse a la Praza do Campo y sus alrededores, donde se concentran, en número
exagerado, los bares de “vinos y tapas”. En Lugo existe un desproporcionado
número de restaurantes y mesones, dando pie al eslogan local “Y para comer, Lugo”.
Tras dar buena cuenta de algunas de las exquisiteces locales
nada mejor para facilitar la digestión con un paseo alrededor del monumento más
importante y espectacular de la ciudad, su muralla romana, que es Patrimonio de
la Humanidad desde el año 2000. Ésta rodea totalmente el centro histórico, con
un perímetro de más de 2 kilómetros y
atravesada por 10 puertas.
Con un paseo de ronda accesible
y totalmente transitable, algunos lo utilizan incluso como circuito para darse
una carrerita.
Durante la estancia en la ciudad se celebró la segunda
estación de penitencia de la selección española: Iran 0 – España 1. El único
partido que llegaron a ganar en todo el Mundial, yo decidí escucharlo por la
radio, aunque creo que no me perdí ningún espectáculo.
Finalizada la fiesta, y llevándome una grata experiencia, la
ruta debía continuar. La última parada antes de abandonar la provincia llegó en
Pedrafita do Cebreiro, cuyo
puerto de montaña marca la frontera con la provincia de León. Con un excelente
aparcamiento dotado de servicios y duchas con agua caliente, fomentan una
parada que se puede aprovechar para comprar, en el pequeño supermercado del
pueblo, un rico queso fresco de Cebreiro, con denominación de origen protegida.
Desde este punto un corto desvío de 5 kilómetros puede
llevar al viajero hasta el diminuto pueblo de Cebreiro, otro de los puntos clave en el Camino de Santiago.
A 1300 m de altura, su arquitectura de gruesos muros de piedra es una buena
pista para imaginar el frío que puede hacer aquí en invierno. Albergues y
restaurantes ocupan la mayoría de edificios, amenizados con varias tiendas de
artesanías y recuerdos, una colección de típicas pallozas y un histórico
santuario que fue protagonista de un supuesto milagro en el s.XIV.
“Cuanto mayor es una mentira,
más verosímil resulta”