Esta
provincia podría considerarse como tierra de tránsito entre la Castilla
mesetaria y señorial de Salamanca y Valladolid, y la Galicia profunda e
interior de Ourense hacia la que me dirijo. Una transición que queda
perfectamente reflejada en el idioma, pues el castellano más puro comienza a
tener aquí un claro acento “agallegado”.
Zamora
capital, una tranquila ciudad que ronda los 65 mil habitantes, es una ciudad de
historia, gastronomía y arquitectura. Un pequeño tesoro bastante desconocido
que guarda interesantes sorpresas. La primera se encuentra nada más llegar,
pues se trata de una gratuita y completa área de servicios para autocaravanas:
amplio parking junto a un parque con gimnasio al aire libre, servicios de aguas
y el centro de la ciudad a 10 minutos de paseo.
Tan
bueno es el servicio que la grúa tardó sólo 5 minutos en llegar. Ocurrió el
último día, cuando con todo recogido y listo para la marcha, el motor decidió
que no arrancaba. Había dejado seca la batería de tanto escuchar la radio, y
cargar y recargar la cámara de fotos y el móvil. – No volverá a pasar - .
La
Plaza Mayor ofrece una pincelada de todo lo que queda por descubrir. Con los bares, restaurantes y terrazas que la
rodean, una de las preocupaciones principales de la supervivencia queda
solventada. El arroz a la zamorana es uno de los platos más recurrentes y los
asados o el bacalao lo complementan.
Los
dos únicos huecos que no están tomados por la restauración, ya se los pidieron antaño
el Ayuntamiento Viejo y el Nuevo. El centro de la Plaza siempre estuvo ocupado
por la iglesia de S. Juan de Puerta Nueva, ahora escoltada por dos figuras que
dan una idea de la importancia que aquí se le da a la Semana Santa, catalogada
como Bien de Interés Cultural Inmaterial y Fiesta de Interés Turístico
Internacional.
La
iglesia de S. Juan es la primera de las 23 iglesias románicas que se pueden
admirar en esta pequeña ciudad. Es la mayor concentración que existe en Europa
de este tipo de arquitectura, un
auténtico museo al aire libre, el Eurodisney de las iglesias románicas. Todas
bien conservadas o restauradas, y la mayoría visitables de forma gratuita.
Ésta última con un perfil que me recuerda, cada vez
que la miro, a una vieja locomotora.
Si
se trata de ir de cañas o vinos, es obligatorio llegar hasta “Bar Lobo, el Rey
de los Pinchos”, popular local especializado en pinchos morunos (picantes o no), o de pollo, chorizo…
Yo lo visité en la previa de la final de la Europa
League, dando el pistoletazo de salida a una gastronómica tarde de bares, con
pinchos, tapas, vinos y cervezas, y que acabó con una copa para el At. de
Madrid y varias para mí.
A
la mañana siguiente, para despejar la cabeza y desatascar el cuerpo, la mejor
opción fue recorrer el paseo fluvial del río Duero, que espléndido, baña la Zamora.
Las vistas son magníficas de día o de noche.
Para
rematar la estancia en la ciudad, se puede visitar su Catedral, un bello
ejemplar cuyo principal reclamo es su cúpula, que siendo la primera de este
estilo y con cierto aire bizantino, ha
sido copiada en Salamanca, Toro o Plasencia.
En
su interior las obras de arte se suceden una tras otra. Yo me quedo con dos
ejemplos que, además de su bella factura, dan pie a las más variadas
interpretaciones. La primera es una
escultura yacente …
y
la segunda es parte de la mejor colección de tapices jamás vista,
ilustrando el origen de la primera barrica de vino de la historia.
La ciudad de Toro
tomó buena nota del ejemplo, y creó su propia denominación de origen para
deleite del prójimo.
Aquí
vuelve a reproducirse, a menor escala, la misma estructura gastronómica y
arquitectónica vista en Zamora. Un eje principal abarrotado de bares,
restaurantes y terrazas dándolo todo, oferta apoyada, esta vez, por gran
cantidad de tiendas de dulces, embutidos y con el gran reclamo del Vino de
Toro. Y al final de este “via crucis” … la
Colegiata de Sta. Mª la Mayor.
Su
interior guarda, extrañamente, una portada perfectamente conservada y
magníficamente explicada por la audioguía y un video de 15´. Lo que más me
gustó, por defecto de fábrica, es otra representación del “Juicio Final”, que
en su momento debió acojonar a más de un feligrés descarriado.
La
colegiata es la pieza principal que se puede visitar adquiriendo el bono “Toro
Sacro”, que por 5 € permite la visita de otros tantos monumentos. Interesantes
por su contenido o por el propio continente, a lo largo de la ruta se puede
encontrar este variado y pintoresco repertorio del Señor.
Tras
este atracón de bares, restaurantes, iglesias y santos, un alto en el camino estaba
más que justificado, para desconectar y desintoxicarme. Encontré mi rincón a
orillas del embalse de Valparaiso, que como dice su nombre es un pequeño
“paraíso” en el pueblo de Villardeciervos,
aunque de ciervos nada de nada. Merendero, buena sombra, playa de fina arena,
agua perfecta para el baño y mucha tranquilidad.
Y cada atardecer una película diferente.
La última parada antes de adentrarme en Galicia fue en Puebla de Sanabria, la capital
de la comarca. En su casco antiguo, levantado en un promontorio rocoso sobre el río Tera
y declarado conjunto histórico-artístico, dominan la pizarra y la piedra.
Se trata de una ciudadela
amurallada que incluye Castillo,
Iglesia, Plaza Mayor y un buen número de casas con balcones de madera.
Con un buen aparcamiento donde
suelen juntarse los autocaravanistas, esta localidad es la base ideal para
recorrer el Parque Natural del Lago de Sanabria, ya que en el
territorio del Parque está prohibida la pernocta fuera de núcleos urbanos, a
pesar de existir diversos y amplios aparcamientos por toda la zona. Los
responsables te remiten a los pocos pueblos de la zona, donde el espacio para
aparcar suele ser mínimo o inexistente.
A pesar de los inconvenientes, la
visita al Lago y sus inmediaciones es obligatoria. Y para ello lo mejor es
visitar alguno de sus Centros de Interpretación donde se puede obtener un mapa
e información detallada sobre las rutas existentes. Pero cuidado, los centros
solo abren en fin de semana, ampliando horarios en julio y agosto.
El de Sanabria junto con el de
Banyoles en Girona, son los únicos en España que, por extensión y profundidad, puede
denominarse “lago”. Ambos presentan un atractivo origen geológico, aunque
totalmente opuesto. Mientras el primero es de origen glacial, el del segundo es
volcánico.
Varias pequeñas playas se
desperdigan por su orilla, siempre acompañadas por un chiringuito, un
restaurante o incluso un camping. Pero el agua, totalmente apta para el baño,
quizás no sea del agrado de todos, ya que su ubicación sobrepasa los 1000 m de
altura, y eso refresca bastante el tema.
El mal tiempo reinante durante las
varias jornadas de estancia en la zona y una excesiva acumulación de agua en el
terreno, me impidieron acometer la ruta más larga y complicada del Parque, la
que da acceso a Peña Trevinca (2127 m
alt), montaña que marca la frontera con Galicia y es el punto más alto
de esta Comunidad.
“Todo lo que un hombre es capaz
de imaginar, otros hombres serán capaces de realizarlo”
Julio Verne
Qué bien se te lee...estás hecho todo un narrador...
ResponderEliminarEn cuánto a Peña Trevinca ya sabes, se lo dices a tú amigo y vais caminando dando un gran paseo.
Siguiente destino Galicia... Sigue disfrutando😘😘😘😘
Gracias rubia!!! , me alegro que te guste. Respecto a la montaña, … ya habrá otra oportunidad u otra montaña.
EliminarBesos
Vaya colección de Cristos, sangría y Apocalipsis que estás juntando, guapete. De los atardeceres ya no te digo nada que te lo digo todo, modo experto.
ResponderEliminarY cómo muy bien dice la rubia, se te lee que pa qué!
Besabrazo y sigue camino, que ya nos encontraremos
De esta … o acabo monaguillo o ciego de mirar tanto el sol.
EliminarY no lo dudes, nos encontraremos, pronto, en Ponferrada ¿quizás?
Ya nos vimos y ¡se me volvió a hacer corto! Como siempre un gustazo disfrutar de Castillos, ríos y botillos... en la mejor compañía. Próxima parada: ?
EliminarBicos mil