Tras
atravesar Finlandia de norte a sur, el Mar
Báltico me separaba del siguiente destino, Suecia. Un
ferry y10 horas de crucero tenían la solución. Tiempo suficiente
para todo: disfrutar del paisaje, leer, comer, dormir, escuchar algún
podcast, incluso pasearse por la tienda duty free y
recargar la bodega de vino y whisky.
El precio del ferry son 133 € con Viking Lines, reservado con 6 meses de antelación.
Fue
un trayecto lento pero entretenido. Horas y horas sorteando islas.
Primero las miles de islas del archipiélago de Turku y la estela del
barco dibujando “eses” en el mar.
Con
una mínima transición por mar abierto, que no duraría más de una
hora, volvimos a estar de nuevo rodeado de islas y canales. Esta vez
era la costa sueca, que no lo pone nada fácil para llegar hasta el
puerto de Estocolmo.
La
ciudad ha sido una grata sorpresa desde el primer momento. Con la
incerteza eterna del aparcamiento, la suerte se alió conmigo, pues
en el GPS encontré un símbolo de las áreas de pic-nic en el
extrarradio. Llegué de noche pero pude aparcar, y lo poco que se
podía ver prometía.
Ya
amanecido, pude comprobar que no me había equivocado. Era el
aparcamiento de un gran parque, con zona deportiva y un campo de golf
público. Había sitio de sobra y era gratis. Perfecto.
El
siguiente paso fue ubicarme gracias otra vez al indispensable GPS,
pues me encontraba fuera de los mapas. Varias estaciones de metro y
tranvía rodeaban el parque, pero opté por la bici para llegar hasta
el centro, a 7 kms. Es el medio de transporte más barato, y permite
parar allá donde te apetece.
Lo
primero que me encontré fue el barrio de Globen, donde han
levantado unas modernas instalaciones deportivas. El campo de fútbol
del Djurgardens I.F.
Y un
gran pabellón de 130 m de altura adaptable a todo tipo de eventos:
hockey hielo, conciertos,
Es el
Ericsson Arena, el edificio esférico más grande del mundo, con
capacidad para 16 mil personas, y una góndola exterior que recorre
la circunferencia hasta lo más alto, ofreciendo unas buenas vistas.
Al
lado, aunque no tan espectacular ni tan nuevo, hay otro estadio de
hockey, el Hovet. Éste si que lo visité, y pude disfrutar de un
entretenido partido, aunque no sepa nada de este deporte.
Una
afición más que entregada no paró de cantar durante 2,30 h,
lástima que perdieron.
Tras
atravesar los barrios periféricos, se llega al centro, y lo primero
que se ve es ésto:
Mucha
agua, grandes edificios antiguos y una gran variedad de altas torres
y agujas, la mayoría de iglesias. El surtido es variado, pero su
estilo es muy diferente a las del sur de Europa. Aquí el románico
no existe y el gótico es mínimo. El ladrillo es materia prima
principal y la decoración luterana demasiado austera.
Entre
las torres destaca, por su gran tamaño (106 m) y su rojizo color, la
del Ayuntamiento.
Una
gran mole de ladrillo al estilo del renacimiento italiano, donde
tiene lugar la gala, cena y baile de los Premios Nobel. Pero los
galardones se entregan en otro edificio y en otra ceremonia.
La
cena, para 1200 comensales, se celebra en el Salón Azul, que no es
azul porque finalmente al arquitecto le gustó mucho más el aspecto
natural del ladrillo.
Y
para el baile reservan lo mejor, el Salón Dorado, todo él decorado
de mosaicos con 18 millones de teselas de oro de 24 kilates.
A
estas alturas del año, los días son bastante cortos. Si se añade
que al cambiar de país tuve que atrasar una hora el reloj, se
entenderá que, en el primero de los cuatro días que estuve aquí,
me descontrolara y la noche se me echara encima lejos de casa. Pero
así tuve la suerte de ver como son los ocasos en la ciudad.
Al
día siguiente, bien temprano, vuelta a la guerra. El sol luce, pero
no calienta, y las mañanas son bastante frías en esta época. Pero
dándole a los pedales se entra pronto en calor.
De
nuevo me dirijo al centro, que se reparte en varias islas unidas por
puentes y por una excelente red de carriles-bici. El agua siempre
está presente, sea del mar o del lago Malaren (el tercero en tamaño
del país, y que desagua en el mar)
Voy
con la ruta del día estudiada, pero lo primero que encuentro es el
Palacio Real, resplandeciente bajo el sol. Y para allí que me voy.
Los planes se desmoronan, pero no importa.
Otra
mole, esta vez de piedra, con la catedral a su lado. Vale la pena su
visita, que me recordó al Palacio Real de Madrid. Pero intentando
ser objetivo, éste último es superior, y con creces, en todo. En
la belleza y decoración de los salones interiores, en el
espectáculo del cambio de guardia y en la armería.
Uno
de los museos más importantes de la ciudad es el Vasa. Una moderna
construcción de 1991
que sirve de alojamiento
a un solo barco. Pero es uno muy especial, con una historia
agridulce.
El buque Vasa, botado en
1628, se hundió sin salir de puerto. Demasiado alto (18 m) y
demasiado estrecho. Tras 333 años en el fondo del mar, fue
encontrado y reflotado en 1961. Hicieron falta 17 años de
tratamientos de limpieza, protección y montaje de las piezas
recuperadas. Una vez finalizado el trabajo el barco fue presentado de
nuevo al público, con el 98% de piezas originales. Ahora vuelve a
lucir tamaño, diseño y decoración casi como cuando fue botado,
pero no volverá a navegar más.
Y uno de los museos que
más gratamente me ha sorprendido ha sido el Moderna Museum, de arte
moderno. Una amplia variedad de estilos, obras y autores, desde los
alucines de los más iluminados, que llegan a incluir en su “obra”
una cabra maquillada o un Lotus F-1 de época,
hasta las clásicas obras
de Munch, Picasso o Dalí.
Hay que decir que la gran
mayoría de los museos de la ciudad son gratuitos, y hay unos
cuantos. Gratis es también la visita al edificio del Parlamento
sueco, guiada y en inglés.
Hace algunos años
unificaron las cámaras de gobierno, para agilizar la gestión y
reducir costes.
Como broche, una visita
al casco antiguo, el Gamla Stan. Estrechas calles adoquinadas
alrededor de la plaza principal, con mucho turista y una gran oferta
de restauración y de tiendas de recuerdos.
El
siguiente movimiento me lleva a Uppsala,
donde se encuentra el templo más grande de Suecia
La
ciudad tiene una gran tradición universitaria. Una de sus
dos universidades se fundó en 1477, y de ella han surgido 9
galardonados con el Premio Nobel, además de haber contado con
famosos catedráticos como Celsius, el inventor de la escala de
grados centígrados.
El Museo Gustavianum
recoge la historia de la Universidad, además de una interesante
galería de arte sobre las civilizaciones del Mediterráneo. Pero la
pieza más interesante es el antiguo teatro anatómico, donde se
estudiaba el cuerpo humano.
Estos son los cimientos
entre los que se mueven los 22 mil estudiantes que pueblan la ciudad,
y que están organizados en “Nations”. Son una especie de
fraternidades que ocupan edificios por todo el centro de la ciudad, y
donde disponen de vivienda, salas de estudio y sus propios bares.
Pero la incesante lluvia
y un pésimo aparcamiento hicieron que mi estancia aquí no fuese más
larga de lo imprescindible.
Aparcar en Suecia está
bastante complicado. A la casi ausencia de áreas para autocaravanas
hay que añadir que el estacionamiento siempre es de pago, salvo
raras excepciones.
Es el único país que
cuenta con el desagradable recuerdo de tener que abandonar una
ciudad sin poder visitarla. Fue en Goteborg, donde la búsqueda de
aparcamiento fue una batalla perdida.
Y ahora es ahí hacia
donde pongo rumbo, para tomar un ferry hasta Dinamarca. Pero esta vez
ni siquiera pienso plantearme visitar la ciudad. No importa, hay más
sitios que conocer.
Por el camino fui
haciendo escala en pequeñas ciudades y pueblos.
En Linköping lo
más reseñable es el Museo de las Fuerzas Aéreas. Toda una rareza,
pues el acceso es gratuito y el aparcamiento, con zona para
autocaravanas, es libre e ilimitado.
Gigantescos hangares
encierran una gran colección de aeronaves. Es una didáctica
exposición que lleva al visitante a un viaje por la historia a
través de estas máquinas, haciendo especial hincapié en la segunda
mitad del siglo XX.
Berg es una los
puertos que se encuentran a lo largo del Canal del Gotta, que cruza,
de mar a mar, el sur del país. Aunque aprovecha los grandes lagos
Vänern y Vattern, y otros más pequeños, no deja de ser una gran
obra de ingeniería de 560 km, salvando un desnivel máximo de 91 m
con la ayuda de 65 esclusas.
En este lugar a orillas
del lago Roxen, 18 m de desnivel son salvados por una serie
encadenada de 8 esclusas. Es un lugar muy visitado en verano, con
playa, áreas de pic-nic, restaurantes y barcos recreativos que
pasean a los turistas por el canal y el lago.
En Vadstena, un
encantador pueblo bañado por el lago Vattern, las visitas se las
reparten entre dos puntos. El primero es la Abadía de Sta. Birgitta,
santa muy reconocida en Suecia y objeto de peregrinaje. El segundo es
un formidable castillo del renacimiento holandés, con una fachada de
aspecto palaciego, pero con todos los elementos de un auténtico
castillo: muralla, torres y un gran foso inundado por las aguas del
lago.
Mi visita coincidió con
algún tipo de fiesta militar, con banda de música incluida, donde
lucían trajes de gala, y que fue rematada con fuegos artificiales.
Pero más lucida fue la
puesta de sol que pude disfrutar desde la orilla del lago.
Y hasta aquí mi periplo
por Suecia. Aunque el destino me guardaba una última y desagradable
sorpresa, con Goteborg otra vez de telón de fondo.
Al llegar a la terminal
del ferry vi como zarpaba mi barco. Tendría que esperar 6 horas
hasta el próximo. Pero lo peor fueron los 200 € del pasaje. Más
del doble de lo que había visto en internet. Un robo, pero en parte
culpa mía por confiarme y no haber reservado el billete con
antelación.
El ferry de Finlandia a
Suecia, con un trayecto de 10 horas, costó 133 €. Éste solo
duraría 3 ¼ .
La llegada al norte de
Dinamarca es a través de Frederikshavn,
pero como está anocheciendo, decido hacer noche allí mismo.
Eso me dio tiempo para ojear un folleto sobre la ciudad, lugar que no
tenía pensado visitar. Error. El folleto y mi posterior comprobación
me descubrieron una ciudad normal, pero con un gran puerto industrial
y militar, y el inmenso Parque Bangsbo.
Éste ofrece un completo
abanico de posibilidades: vistas sobre la ciudad y el mar, museos, un
jardín botánico, senderos entre un bosque que dispone de una zona
de fauna salvaje
y un Fuerte, que es un
complejo de bunkers construidos por los alemanes durante la 2ª G.
M.
Pero el principal foco
turístico del extremo norte de Dinamarca está en Skagen y
sus alrededores. Es un pueblecito costero, con todas las casas
pintadas en color “yema”. Y un pequeño puerto deportivo donde
los antiguos almacenes rojos y blancos han sido restaurados y
convertidos en restaurantes, con una amplia y cara oferta de pescado.
El territorio es tan
estrecho que el municipio tiene playas a ambos lados de la península,
por lo que desde éstas se puede disfrutar tanto de una puesta de sol
como de un amanecer.
A escasos tres kilómetros
al norte, la carretera se acaba y el país termina.
La Punta de Grenen es
una estrecha lengua de arena donde se unen el Mar del Norte y el Mar
Báltico, en una lucha interminable de olas.
El único inconveniente
de toda la zona es que el viento no para de soplar, y con ganas. Ésto
provoca que desde hace siglos la arena de las playas se vaya
acumulando en dunas, algunas de las cuales han alcanzado dimensiones
considerables.
La Duna de Rabjerg
Mile es un ejemplo. Con 1000 m de longitud y 40 de altura, se
desplaza a una velocidad de 15 m / año.
El fastidioso viento se
alió con un cielo triste, que alternaba el gris y el negro en su
atuendo. Completaba la situación una llovizna intermitente. Este
cuadro meteorológico hacía que las temperaturas no superasen los
10º C, y que las baterías auxiliares no se recargaran lo suficiente
para poder hacer una vida normal y entretenida en el interior de la
autocaravana.
Así de cruel y repentina
es el otoño por aquí, y “se acerca el invierno”. Pero yo “no
he venido a luchar contra los elementos”, y vencido y cansado de
las inclemencias, no me ha quedado más remedio que suspender el
resto de visitas en Dinamarca y emprender la huida hacia el Sur.
Dos días y más de 600
kms no han sido suficiente, y sigo con el mismo paisaje gris y
mojado.
Es una forma algo triste
de cerrar el Círculo pero hecho está. Con casi 17.000 kms
recorridos, estoy contento y satisfecho.
Escribo estas últimas
líneas desde Celle, al sur de Hamburgo, donde el cielo se empeña
en ocultar el Sol y sus cálidos rayos, por lo que voy a continuar
conduciendo hasta encontrarlo.
Pronto estaré de vuelta
en casa, en la cálida España.
“Como todas las drogas, viajar requiere un aumento constante de la dosis."
John Dos Passos
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