Desde
Innsbruck vuelvo a hacer otra pequeña incursión en Alemania, esta vez para visitar el inconfundible Castillo
de Neuschwanstein. Su increíble aspecto de cuento dicen que
inspiró el de Blancanieves, aunque el Castillo de Ussé (Francia) y el Alcázar
de Segovia (España) también se otorgan este mérito.
Lo
indiscutible es que su imagen se encuentra en todos los manuales sobre castillos y guías de viaje, provocando un
efecto llamada de proporciones escandalosas: 6000 visitantes/día; 1,4
millones/año.
Con
la llegada del verano, los 82 millones de alemanes han comenzado a
desparramarse por toda Europa como una incontenible marea humana que lo va
inundando todo. Ya en los Dolomitas (Italia, junio) el 50% de los motoristas
que circulaban eran alemanes; en Austria la mitad de los coches que he visto
circular tenían matrícula alemana; Berchstesgaden colapsada; Neuschwanstein
igual o lo siguiente.
Autocares,
coches y autocaravanas atascando los accesos, parkings abarrotados, vehículos
ocupando kilómetros de arcenes. Colas interminables para obtener un billete
(llegando a las 8,30h a la taquilla y tras 1h de cola, éste marca las 12 como
hora de entrada). Y para rematar la faena cierto abuso en los precios: 8,5€ el
parking y 13€ el castillo, visitado en grupos (30-40 personas) que se suceden
cada 10´.
Pero
las molestias, la espera y la visita valen la pena. Todo para contemplar el
capricho del rey Ludwig II, “El Loco”, quien enamorado de la Edad Media, quiso
recrearla y vivirla en su propia casa de finales del s.XIX. Tras su muerte, el
faraónico y desfasado proyecto quedó inconcluso.
Un
mirador desde el Puente Marienbrucke
da esta visión global de la construcción. El acceso es gratis pero con otra
larga cola de espera.
Si
lo que buscas es imitar las fotos más
famosas del castillo deberás subir toda una montaña para conseguir el ángulo
adecuado. Pero la fachada principal de entrada estaba cubierta por andamios y
lonas, lo que me ahorró una buena caminata.
Uffff !!!.
El lujoso capricho está
levantado en el municipio de Hohenschwangau, donde se encuentra también el
Castillo homónimo. También tendrá su interés, pero éste que queda eclipsado por
todo lo anterior y, en mi opinión, por unos precios abusivos. Visita
combinada a los 2 castillos: 25/23€.
Finiquitada
la visita regreso de nuevo a Austria
para seguir cruzándola en dirección oeste rumbo a Suiza. Para ello elijo la
carretera 198 que discurre por el Valle
del río Lech. Se trata del ejemplo perfecto de valle, con el fondo
plano, verde y sembrado de casitas de madera.
Lástima
que un cielo negro lo cubra y no pare de regarlo. No queda más opción que contemplarlo
desde la ventanilla mientras devoro kilómetro tras kilómetro.
-Jueves, 10 de agosto:
Sigue
lloviendo, y las opciones de hacer turismo a pie vuelven a desvanecerse. No hay
más entretenimiento que continuar la ruta rumbo a Feldkirch, el destino de hoy
y el último pueblo antes de pasar a la cara Suiza. Aquí aprovecharé para abastecerme
de comida y gasoil.
Antes
de llegar hice un par de paradas para comer y poner al día los mapas, la ruta,
el diario y mi cabeza. A
estas alturas, ya no puedo ni elegir donde parar. Lo debo hacer en los pocos
lugares donde me lo permiten, pues por aquí son algo reacios a las
autocaravanas. Y el que fabrica los carteles que prohíben el acceso, aparcar o pernoctar se debe estar forrando.
Ahora
los ratos de ocio los intento llenar como puedo: comiendo (más de la cuenta por
aburrimiento), durmiendo, escribiendo, aporreando la guitarra y mirando al
techo mientras le doy vueltas a todo dentro de mi cabeza. Rutinas y costumbres asimiladas
casi mecánicamente y perfeccionadas durante 5 años, han creado una estructura y una forma de vivir
que se está desmoronando con la maldita avería del ordenador.
Hoy
llega el momento de despedirme triste y tristemente de Austria, tras pasar los
dos últimos días bajo los nubarrones y la lluvia.
“Sólo es triste
la verdad cuando no tiene remedio”
Joan Manuel Serrat
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