Vine
a Córdoba en busca de fiesta
y flamenquines, y me marcho harto de lo primero y saciado de lo segundo. Aunque
siempre tiene que haber un “pero…”. A pesar de ser la tierra original de los
flamenquines y de haber dado cuenta de más de media docena en otros tantos
locales, ninguno llegó a hacerles sombra a los que te puedes comer en
L´Hospitalet. En el Bar Vera, las expertas y cordobesas manos de Elena lo
bordan; y en el Bar Córdoba lo rematan. - Debe ser el agua - .
Es
la heredera del califato más importante de todo Al-Andalus, durante el que fue la ciudad más floreciente, culta y
poblada de Europa, con 1 millón de habitantes. Cristianos, judíos y musulmanes,
con culturas y religiones diferentes, daban ejemplo de convivencia pacífica,
fomentando el extraordinario desarrollo de intelectuales y artistas. Fosforito
es un digno heredero de todos ellos, y la Mezquita la expresión máxima de este
esplendor que, pasados más de 1000 años, sigue dejando sin palabras.
Abderramán I, tras conquistar la ciudad, compró el templo original a la iglesia católica por 100 mil dinares. Y conservando su estructura lo asimiló a la Mezquita, que fue ampliándose durante siglos hasta convertirse en la mayor del mundo tras La Meca: 24.000m2, casi 1000 columnas, capacidad para 50 mil fieles. Pero tras la reconquista, la iglesia “cristianizó” la Mezquita construyendo en su interior una Catedral, destrozando parte de la maravilla que ya existía e inundando el lugar con símbolos católicos.
El
resultado es un híbrido único en el mundo, el monumento principal y uno de los
símbolos de la ciudad. Su
silueta queda perfectamente perfilada al caer la noche, siempre de la mano de
su compañero el Guadalquivir.
Pero
hasta el turista o el viajero más inconformista, aquel con criterio propio y
algo de tiempo, el que no va acoplado a
uno de los numerosos rebaños que recorren la ciudad durante unas pocas horas,
ese … podrá descubrir otros rincones de la ciudad con los que poder configurar
una imagen más completa de ella.
Las
Caballerizas Reales, de acceso libre, suelen estar vacías porque los elevados precios
indicados en la puerta asustan al visitante. Éste se marcha sin leer que los
precios se refieren a los espectáculos ecuestres.
Manolete
recibe pocas visitas en su recargado monumento. Solo le saludan sus paisanos,
los más taurinos y algún curioso incansable e impertinente como yo: queda
demasiado lejos del centro del centro.
Y el Cristo de los Faroles corre la misma suerte a pesar de ser uno de los lugares más
característicos de la ciudad.
Otro
de los elementos distintivos de Córdoba son las flores. Éstas se encuentran en
cualquier rincón, colgadas de las paredes, en todas las ventanas, de forma
natural o en modo monumento.
El
ejemplo más famoso es la Calleja de las Flores, un callejón sin salida con una
hermosa placetilla al fondo. También es el prototipo de la estupidez humana y
de enfermedad del turista, ejemplar que se empeña en entrar en los lugares más
abarrotados y de fotografiarse con todo. Y tanto empeño para conseguir,
seguramente, un retrato coral con 20 japoneses, 10 jubilados, medio colegio y
algún guiri con sandalias y calcetines.
A
pesar del peligro, yo tampoco dejé de visitar el lugar para inmortalizar el
recuerdo. Lo hice a primera hora de la mañana, cuando el peligro de contagio
suele ser menor. Y aun así, la foto está cortada a 1,80m del suelo, evitando el
tránsito humano que oculta el resto de las macetas y del callejón.
Más tranquilo es el barrio de San Basilio, donde las
flores y las macetas se toman tan en serio que hasta tiene un bello monumento.
La
exageración andaluza toma cuerpo con la llegada de mayo, que trae un tren de
fiestas largo como todo el mes. Si las flores ya eran una de las caras inconfundibles de Córdoba, ahora éstas toman
las calles por derecho. Es la Fiesta de las Cruces, celebrado el 1 de mayo, y
que por simpatía, se extiende al fin de semana más cercano, alargando así una
fiesta de origen religioso que ha
evolucionado a popular.
Las cruces, instaladas en plazas y lugares estratégicos, van acompañadas
de su caseta correspondiente, donde la fiesta está servida en barra.
A
continuación, sin tregua y solapándose incluso con la anterior, comienza la
Fiesta de los Patios. Ésta se alarga durante 2 semanas, y aunque su celebración
es algo menos festiva y más cultural, los bares siguen abiertos, y el ambiente festivo se sigue palpando en el
aire.
Se
trata de los típicos patios de casas tradicionales, particulares en su mayoría,
que abren sus puertas al público para exhibir su extraordinaria, minuciosa y
colorida decoración floral basada principalmente en macetas. Una tradición que
se ha ganado la consideración de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad (2012).
Para
despedirme de la ciudad me fui a ver Medina Azahara, el yacimiento
arqueológico. Mejor hubiera gastado el esfuerzo en ir a ver un buen concierto
de estos chavales.
Se
trata de la gran ciudad-palacio construida por el califa Abderramán III en el
año 936. Sus riquezas y ostentación solo duraron 70 años, cuando el lugar fue
abandonado y saqueado. Expoliado durante siglos, todavía se conserva
decentemente, aunque los trabajos de estudio, excavación y restauración tienen mucha
faena pendiente: de lo que tienen controlado solo dejan visitar un cuarta
parte, concretamente la zona superior derecha.
Tras
una intensa semana, marché de Córdoba a pesar de que la fiesta continuaba.
Quedaba el remate final del mes: La Feria. Para ella se reservan las dos
últimas semanas de mayo, empleando un recinto ferial al que llevaban días dando
forma. Sus inmensas dimensiones hacen difícil llenarlo solo con la imaginación.
Así que queda pendiente regresar para dar cuenta de ella. El mayo cordobés es
mucho mes para cargárselo del tirón.
Un
corto recorrido por la provincia ha dado resultados variados, unas veces marcados
por la meteorología y otras por las circunstancias.
Llegado
a Montoro,
la visita no pasó de un recorrido por la carretera de circunvalación y una vista panorámica desde el aparcamiento, a
orillas del Guadalquivir y al pie de la ciudad. La lluvia no dio tregua. A
pesar del contratiempo, la ciudad, encaramándose a un promontorio rocoso
rodeado por un profundo meandro del río, ofrece una vistosa imagen. Su
ubicación y sus casas, con el típico tono rojizo de la piedra local, prometen
una visita agradable e interesante.
Aguilar de la Frontera,
sin embargo no cumplió con las expectativas. Dándole la espalda al fomento del
turismo, sus monumentos se encuentran demasiado dispersos en un amplio
entramado urbano. Destacando entre ellos
por su originalidad está la Plaza Ochavada, aunque pierde todo su encanto al
estar llena de coches.
Y
con Almodóvar del Río llegó
la sorpresa. Estando excluida de mi ruta original, la visualización de una foto
me hizo cambiar los planes. Este pequeño pueblo a los pies de un empinado cerro
ha sido puesto en el mapa del turismo gracias a la serie “Juego de Tronos”. En
ella el impresionante castillo que corona el cerro ha sido transformado en el
bastión principal de Altojardín, en la casa de la familia Tyrrell.
El Castillo de la Floresta, de
origen árabe (750), sufrió una gran restauración a principios de s.XX por parte
de su dueño, el Conde de Torralva, que gastó su fortuna en esta preciosidad.
Y ahora me voy a
Salamanca, a jartarme de farinato, que no es ni un perro ni es un gato.
“En
una sociedad en la que todo el mundo es culpable, el único crimen es que te
cojan”
Hunter
S. Thompson, “Miedo y asco en Las Vegas”
- 1971
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